-Mira -dijo P.-, en esa casa vive una reina sola y vieja. La he visto un par de veces. Probablemente ni siquiera sepa que está sola.
La casa era grande, antigua, de dos pisos. Estaba rodeada de vegetación bastante crecida y descuidada.
En ese entonces, como apenas era un niño, me daba miedo aquel lugar.
-¿Cómo es? -le pregunté.
-¿Quién…? ¿La reina?
-Sí -le dije.
-Es como una mujer vieja, nada más -me contestó-. Un tanto más perdida que la mayoría. Parece un poco loca.
Intenté imaginármela. No me resultaba muy bien.
-¿Cómo sabes que es reina? -le pregunté, después de un rato.
-Son cosas que se saben, simplemente -me dijo.
-¿Pero cómo? -insistí.
Él hizo una pausa antes de responder. Me miró como si evaluara si era o no merecedor de su respuesta.
-Me he metido a escondidas en la casa unas pocas veces -me dijo-. He intruseado y he encontrado fotos y documentos. Es reina y no tuvo hijos así que sigue siendo reina.
-¿Y de qué país? -pregunté ahora.
-De un país chiquito, a veces ni sale en los mapas… está cerca de la Guyana francesa.
-Ya… -le dije.
No sabía si creerle o no, pero supongo que finalmente le creí.
Días después, de hecho, me convenció para que nos metiésemos a aquella casa y pudiera comprobarlo por mí mismo.
Nos pasamos por la pared trasera, que daba a un sitio abandonado. Tras entrar, nos escondimos entre la maleza del patio y nos acercamos hasta la ventana en que estaba encendida una luz.
Dentro pude observar a la mujer vieja, sola, tendida sobre una cama, con los ojos abiertos.
-¿Por qué está tan quieta? -pregunté.
-Porque es una reina -respondió P.-. Está esperando que alguien la atienda…
-Pero no hay nadie -dije.
-Cierto, no hay nadie, pero ella no lo sabe -me dijo.
Observamos un rato más, pero la mujer no se movió.
Luego fuimos hasta un cuarto trasero, lleno de cajas en las que guardaban fotos y papeles, principalmente.
-Si quieres buscamos juntos los papeles donde aparece que es una reina -ofreció P.
-No es necesario -le dije-. Te creo.
Así era.
Poco después, decidimos irnos.
Mientras saltaba la pared (a mí me tocó de último) miré hacia la ventana en la que estaba la luz encendida y pude ver que la mujer estaba de pie, mirando por la ventana, justo en mi dirección.
No sé bien por qué, pero hice un gesto con mi cabeza, a modo de saludo, y luego salté.
La reina, a pesar que debía estarme viendo, no hizo gesto alguno.
-Tengo que volver -me dije, aunque no sabía para qué.
Había conocido a una reina.
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