D. no durmió. Por una noche al menos no durmió. Se quedó junto a los otros hablando sobre lo que harían o no harían, mientras bebían unos tragos. D., en todo caso, fue el que menos bebió. Quería estar atento a lo que dijeran los otros y ser consciente y responsable de lo que él mismo dijera. Después de todo, era la última reunión que tendrían -al menos todos juntos-, eso estaba claro. Y es que tres de ellos se irían al extranjero (cada uno a un país distinto), y los proyectos que cada uno tenía -tanto los de aquellos que se iban como los de quienes se quedaban-, no se vinculaban en lo más mínimo.
-Igual es bueno que no nos mintamos -dijo uno, mientras los otros asentían-. Podríamos estar hablando de reencuentros y ocultar que esto se trata de una despedida definitiva. Creo que es bueno considerar eso. Tenerlo claro. Sin duda nos lleva a valorar distinto este momento.
Todos estaban de acuerdo. O parecían estarlo, al menos.
D., en tanto, se preguntaba cuál sería la valoración correcta para aquel momento. Y es que mientras observaba a los otros sentía que algo en aquel encuentro no era verdadero. Todos fingían, de cierta forma.
Nadie se está yendo realmente a ningún sitio, pensó.
Tal vez por eso, decidió irse de la reunión antes de la despedida oficial. Probablemente no se dieran cuenta hasta que él hubiese llegado a su casa.
De todas formas, por si acaso, buscó en su teléfono los contactos de cada uno de ellos y los bloqueó, antes de borrarlos.
Se sintió mejor, por cierto, luego de hacerlo.
Así es más honesto, se dijo.
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