Me dijo que trabajaba en una investigación. Un complejo y delicado estudio en el que trazaba algo que denominaba como “órbitas humanas”. Como no entendí de qué iba eso -y tampoco estaba acostumbrado al empleo de conceptos técnicos precisos que ella había comenzado a utilizar-, me lo intentó explicar de la forma más sencilla posible.
-Ocurre igual que con los planetas u otros cuerpos en el cosmos -me dijo-. Ya sabe… cada cuerpo está sujeto a una órbita. Fijada en primer término por la atracción que se genera ente ellos a partir de su masa, aunque también inciden otra serie de factores…
-¿Y entonces las “órbitas humanas”…? -intenté preguntar.
-Entonces las órbitas humanas vienen a recordarnos que también somos cuerpos -señaló-, y que, por lo mismo, estamos sujetos a la realización de trayectos que son determinados por nuestra órbita, y esta a su vez, por la relación que se establece entre nosotros, como masa, esencialmente, y los otros cuerpos con los que compartimos espacio…
-¿Habla usted literalmente? -pregunté.
-¿A qué se refiere con “literalmente”? -replicó ella.
-Me refiero a si esas supuestas “órbitas humanas” determinan trayectorias físicas exactas… -expliqué-, ¿o son solo aproximaciones estimativas?
-Todo es exacto -me dijo-, pero por supuesto, no todo es físico. Y una órbita humana, como podrá comprender, va más allá de desplazamientos en el plano espacial…
-¿Hay acaso otros desplazamientos? -pregunté entonces.
-Todo es siempre desplazamiento -me dijo, con un tono de molestia-. Y todo desplazamiento es siempre otro desplazamiento…
-Ya… -me limité a decir, fingiendo que entendía.
Ella me observó.
-Sé que no comprende -me dijo, luego de un rato-. Es parte de su órbita esa no comprensión. No se aflija.
-No me aflijo -mentí.
Ella no agregó nada a mis palabras.
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