domingo, 30 de junio de 2019

En un cementerio de automóviles.


Vivió tres años en un cementerio de automóviles.

No lo planeó, pero un día llegó ahí y luego no se movió.

Habíamos coincidido en unos cursos de un diplomado de estudios clásicos.

Ninguno de los dos asistía mucho, pero nos saludamos unas cuantas veces.

Pasaron diez años y entonces fue que nos topamos, en aquel cementerio.

Yo había ido a sacar fotografías, para un proyecto.

Él ya vivía hace un año ahí, con el maletero de un Chevy Nova lleno de libros.

Ese mismo auto lo tenía adaptado para dormir y alojaba invitados en un Oldsmobile y en un Impala.

Yo me quedé en el Impala tres días.

Una chica que me gustaba, y que estaba algo loca, se quedó en el Oldsmobile.

Él pedía que no lo molestaran, pues escribía una novela, por aquel entonces.

La escribía a mano, en cuadernos, y la transcribía en computador cuando iba de visita donde sus padres.

La novela trataba de un tipo que se había salido de la pista, en su vehículo, y había caído por un barranco.

Como el auto no se veía desde la autopista y el hombre había quedado con lesiones, ocurría que se quedaba en el mismo auto, tratando de sobrevivir.

La novela no era mala, pero me recordaba a una de Ballard, que él, en todo caso, no había leído.

No le comenté nada de la novela y él tampoco quería opiniones así que lo dejamos así.

Además, ocurrió que nos peleamos por la chica del Oldsmobile y eso nos distanció bastante.

Finalmente, según me contaron, él aguantó dos años más en el cementerio de autos.

Luego se casó y consiguió trabajo como corrector de estilo, en una editorial importante.

Recuerdo haberlo oído comentar que aquel cementerio en que vivía era el único con los cadáveres a la vista.

Ya no existe, por cierto, aquel cementerio, y en su lugar construyeron la bodega de una cadena de supermercados.

La chica del Oldsmobile, en tanto, simplemente desapareció… aunque alguien me contó hace unos días, que se mete a este blog, de vez en cuando.

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