martes, 12 de agosto de 2025

Te desesperas porque sabes.



Es normal. Te desesperas porque sabes. Porque comprendes. Porque el resto está mal y desconoce su estado. Debieses enorgullecerte, en el fondo. Desesperarte con el pecho en alto. Gritar, incluso, si así te place. Al menos por eso, no preocuparse. Debieses dejar que te diagnostiquen. Permitir que te llamen por el nombre que prefieran. Que te presenten sus dioses y sus hobbies y sus pastillas. Déjalos simplemente que planifiquen sus viajes. Y que los realicen, incluso. Que se alejen de sí mismos y luego regresen y te enseñen sus fotos. Déjalos culparte por aquello que no encuentran. Baja la vista cuando dirijan su enojo hacia ti, como si tú los hubieses escondidos de sí mismos. Obsérvalos. Escúchalos reír. No te irrites con ellos. Compadécelos más bien. En medio de la desesperación, compadécelos. Como las mujeres esas quemadas en hogueras. Sí, haz como ellas. Porque ellas también sabían, en medio del fuego. Comprendían quiénes eran, quiero decir. Ellas y los otros. Por eso gritaban, con el pecho en alto. Igual como tú debes hacerlo. Lleno de orgullo en la base del grito. Cargándote a ti mismo mientras te lamentas porque los otros están mal y desconocen su estado. Y claro, tú te desesperas por eso. Porque comprendes, quiero decir. Y porque sabes. Es normal, te digo. Recuerda, cuando ocurra, que es normal.

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