“La historia no es esta, me dice, pero te la voy a contar así.
A la rápida, me refiero y un poco mal.
Toma nota si quieres y luego la arreglas, si te animas…”
Una chica y un chico. O un tipo más bien. Un poco mayor que la chica, me refiero. Ambos están juntos en una pequeña cabaña, cerca del mar. Está amaneciendo. La chica quiere quedarse con él. Él también, un poco, pero le interesa más ir a cazar tiburones. Se lo dice así, de hecho, usando ese verbo: cazar. La chica entonces se molesta, pero intenta disimular. ¿Así que pescas tiburones?, le dice. El tipo no se da cuenta del tono que ha usado la chica. Ni del verbo. Se ha puesto de pie, simplemente, y ha comenzado a vestirse, para salir. Años atrás, tal vez, se habría quedado con la chica. Pero claro, ha pasado el tiempo y ahora bucea en busca de tiburones. Por un momento piensa en explicárselo, a la chica, pero lo cierto es que ni él mismo lo entiende muy bien. Y es que antes también buceaba, de cierta forma, para encontrar chicas. Eso es lo que se dice él mismo. ¿Estás seguro que prefieres ir?, dice ahora la chica. Puede que no me encuentras aquí cuando vuelvas. Él la escucha mientras revisa el bolso que llevará. La escucha, pero no le habla. Piensa que puede ser un alivio, incluso, no encontrarla cuando vuelva. Después de todo las chicas flotan, se dice, no hay que bucear para ir por ellas, solo hay que recogerlas. Fingen que viven en la profundidad, pero son animales de superficie, simplemente. ¿No me vas a decir nada?, dice la chica, cuando lo ve que va a salir. Él se voltea y la observa, sobre la cama. Voy a cazar tiburones, dice él. Pagan bien y me hace sentir bien. De eso vivo. Ella, por supuesto, le dice algo más. Lo contradice y hasta intenta explicarle algo… Pero él se va, sin escucharla, por eso no sabemos qué le dice. Así pasó.
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