Es lógico, si lo piensas.
Es el resultado de un cálculo, quiero decir.
Es un trabajo arduo, por supuesto, y hasta podríamos decir que irrealizable, pero al mismo tiempo muy concreto y fidedigno.
Y es que, para calcularlo, uno debiese tener registro de todas sus trayectorias.
Desde el nacimiento, incluso, aunque estas aparentemente no hayan sido resultado de nuestra voluntad.
Todos los movimientos realizados a lo largo de nuestra vida.
Hoy se podría, en todo caso.
Imagina un GPS simplemente, desde que naces, marcando tus recorridos.
Todos los años de tu vida, en cada momento, todos y cada uno de tus desplazamientos.
No para registrar un mapa de calor ni para estudiar patrones en tus tránsitos, sino más bien para descubrir otra cosa.
Ya casi al final de tus años, quiero decir, hacer ese cálculo y descubrir cuál fue ese punto del cuál te alejaste toda tu vida.
Ese al que nunca te acercaste, que evitaste incluso, pues tus recorridos marcan que, apenas te acercabas, tomabas la dirección contraria.
No digo que sea un punto cercano.
Puede que estuviese a miles de kilómetros, incluso, pero lo importante es que te alejaste de él.
Inconscientemente, tal vez, puedes pensar, aunque yo pienso lo contrario.
De hecho, yo pienso que al final –o cerca del final, más bien-, hay que ir hacia ese punto.
Un punto geográfico, en principio, pero para descubrir en él algo más.
Algo que, imagino, puede revelar algo importante y hasta clave en el sentido que damos a nuestra vida.
Un descubrimiento trascendental, como pocos.
Trascendental, pero lógico, en el fondo.
Y esencialmente concreto.
Algo así como un punto ciego que debes descubrir.
Un verdadero punto de fuga.
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