viernes, 3 de junio de 2022

¡Benditas sean, las ratas!


Podías morder, si querías, la mano gigante que te llevaba de un lado a otro. Esa contra la que te oí hablar en tantas ocasiones. Igual que lo hace una rata aprisionada por la mano de un hombre. Así podías morder aquella mano. Dirás que era inútil, tal vez, y que por eso no mordiste. Buscarás excusas que asoman nerviosas desde tu mal asumida miseria. Pero lo único cierto es que no mordiste aquella mano. Que preferiste separar las mandíbulas apenas para blasfemar y lanzar quejas y excusarte. Eso es lo que hiciste. En cambio, si lo piensas, debes reconocer que la rata realmente aprisionada no se pregunta aquellas cosas. La rata muerde, sin más. Se desespera. Y no deja de morder ni ante la fuerza ni ante la caricia. Muerde una y otra vez hasta que llega la muerte, o es lanzada contra el piso o simplemente encuentra una abertura y se arroja sin dudarlo. ¡Benditas sean, las ratas! Tú, en cambio, no mereces alabanzas. Ni siquiera merece mi oído, que lo vuelva indigno, para alojar tus quejas. Todo en ti supura mediocridad. En vez de mandíbulas bastaba con una cloaca por donde arrojaras la voz. ¡Benditas sean, las ratas!

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