-Un planeta no es una gran roca -me decía-. No es tan simple. Tú, pareciera que lo ves así y nada más.
-Puede ser -le dije entonces-. Pero no es mi culpa de que forma veo o no veo las cosas.
-¿Y entonces de quién es?
-No sé, pero ese no es el punto -intenté explicar-. Lo que me incomoda es que me lo reclames como si fuese una elección el que yo pudiera verlo de otro modo.
-Entonces admites que para ti un planeta es simplemente una piedra en el espacio.
-Sí… puedo admitir eso, si eso te hace sentir bien.
-Y supongo que el espacio entero lo debes ver como un lugar con un montón de guijarros esparcidos, moviéndose por ahí.
-Puede ser… -admití-, pero lo de guijarros revela que el problema para ti tiene que ver con la magnitud, no con la esencia de aquello… quieres que todo sea tan inmenso y complejo para que se desborde fuera de sí y llegue hasta ti de alguna forma… Para que algo, al menos, llegue a ti…
-Pues claro que llegan a mí -agregó, con ofuscación-. Astros, planetas… ¿no los vemos acaso? ¿No los ves tú? ¿No te llega el calor del sol, la luz…?
-Piedras en llamas y piedras apagadas… -le dije-, no veo gran complejidad es todo aquello… no asocio esa inmensidad con la magnitud… son cosas que hay, simplemente.
-Es absurdo… -agregó, tratando de cerrar el asunto- pretendes elegir lo que son las cosas...
-No es una elección -intenté decir.
-Siempre terminas por elegir lo que son las cosas -sentenció, sin siquiera escucharme.
Y claro… entonces yo también, decidí dejar de hacerlo.
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