P. estuvo en el secuestro de un avión. Pensó escribir un libro sobre eso, pero tras varios intentos, no le resultó. Al parecer nunca entendió muy bien qué ocurría pues estaba en un asiento muy lejano donde apenas percibieron lo ocurrido. Las azafatas llevaron la información diciendo que se trataba de un desvío, que apenas los retrasaría un momento y que retomarían la ruta cubriendo todos los gastos por el retraso. Más allá de las reacciones de algunos pasajeros que temían desperfectos en la nave, nadie pensó en un secuestro hasta que el piloto explicó que tenían una solicitud urgente que los llevaría a descender en un aeropuerto no oficial, pero que todo estaría controlado. Fue entonces, tras ese mensaje, que algunos pasajeros de la zona vip unieron cabos y comentaron sobre tres pasajeros que habían ido a la cabina del piloto, acompañados de una azafata que no parecía sentirse muy cómoda. La situación entonces provocó un par de ataques de nervios y la masiva visita de los pasajeros a los baños, lugar dónde no se sabía bien qué hacían, aunque P. pensaba que lloraban simplemente, o usaban el pequeño lugar como una especie de confesionario. De hecho, yo que leí uno de sus intentos de novela, diría que el único capítulo interesante era el describía justamente ese fenómeno. Así, junto con alabarle aquel episodio, le pregunté cuál era el objetivo de su novela. Porque si quería mantener la tensión la verdad es que la historia no se prestaba para eso. Esto, ya que el final de la historia no era muy emocionante que digamos: el avión bajaba en una pista informal en la que descendían los tres secuestradores, y horas después llegaba los policías a tomarles declaración, los llevaban hasta un aeropuerto oficial y los embarcaban hacia sus destinos originales. Todo sin golpes, heridos ni muertos y retrasándose en total menos de 24 horas. Ante mis preguntas, P. reconoció que no tenía claro ni el genero de la novela ni el objetivo que perseguía con ella, pero señaló que seguiría insistiendo en escribir sobre ello, pues sentía que algo que debía ser dicho -y descubierto-, estaba contenido en aquella historia. Sí, a veces pasa eso, comenté, cuando me lo dijo. Desde entonces, por cierto, no me he vuelto a encontrar con P., ni a hablar sobre el asunto.
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