martes, 13 de noviembre de 2018

Hablar con tres gallinas.


Nade me cree, pero una vez, de pequeño hablé toda una tarde con tres gallinas.

Estaba en el sur, acampando, y las tres gallinas se paseaban cerca del lugar así que fui hasta donde estaban para ver si rastreaba algún huevo.

Como fui un poco a escondidas, y tal vez las gallinas no pensaban encontrar a nadie, las escuché hablar, escondiéndome tras de unos árboles que había en el lugar.

No entendí bien de qué hablaban, en principio, pero luego me di cuenta que era sobre un gallo y sobre una gallina que creía tener los mejores pollos del lugar.

Fue entonces que una de las gallinas me vio y comenzó a cacarear para alertar a las otras, que reaccionaron demasiado tarde y debieron confesar.

-Igual nadie le cree a este hueón si es que cuenta –dijo una, al ver que me acercaba.

Y las otras asintieron y siguieron conversando sin más.

Trataron de hacerse las interesantes entonces, intentando hablar sobre el sentido de la vida y si habían sido primeras ellas o el gran huevo primordial, y me miraban de reojo de vez en cuando, para ver mis reacciones.

-¿Y qué hay de la gallina esa de la que hablaban antes? –les pregunté-. ¿Es cierto que sus pollos son los mejores del sector?

-Por supuesto que no –dijo la que me había visto primero-. Es solo que la muy engreída intenta siempre molestarnos y…

Entonces se sumaron las otras y me dieron más detalles.

Luego contaron qué hacían con los granos malos, imitaron  a unas compañeras que caminaban extraño y hasta contaron chistes de pavos, que eran muy buenos.

Así se nos pasó la tarde y tuvimos que separarnos.

Me indicaron donde habían puesto unos huevos y me advirtieron sobre no contar nada de lo sucedido.

-Al menos hasta que calcules que hayamos muerto –me dijeron-. Para no tener problemas…

Y yo hice caso.

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