domingo, 22 de abril de 2018

Un propósito en la vida.


Era un juego de niños. Cuando a mí me lo enseñaron se jugaba con nueve. Nueve niños y nueve cosas. Al principio cada uno conocía una cosa, pero luego estas se entregaban al azar, entre todos. Por lo mismo, casi siempre terminabas conociendo dos cosas. Entonces sorteábamos los roles, y debíamos buscar. Así, en principio, todos teníamos la misma tarea, pero con asignaciones secretas distintas. La tarea en común era encontrar un propósito en la vida. Y claro, en los papeles aparecía escrito tu rol para los otros, pero desconocías totalmente qué o quién era tu propósito y qué o quién era tu vida. Entonces, un poco al azar, íbamos cogiendo algunas cosas e intentábamos adivinar cuál de ellos podía ser nuestro propósito, o nuestra vida. Fue en una de esas oportunidades que ocurrió algo que terminó por confundirnos. Lo que ocurrió fue que a cada uno de nosotros nos tocaron las cosas que, previo al inicio del juego, conocíamos. Así, por ejemplo, en mi caso, que había presentado como objeto una figura plástica, mi papel me asignaba que esa misma figura era mi sentido, y que yo mismo, además, era mi vida. Dicho esto, lo que debía ocurrir era que yo buscase mi propósito en la vida. En este caso, se trataba de encontrar el libro (mi propósito), en mi propia persona (mi vida), como gran misión. Lamentablemente, esa misma vez, ningunos de nosotros pudo encontrar siquiera su propósito, y solo semanas después fue que declaramos cerrada esa partida y revisamos lo asignado y descubrimos lo ocurrido. Tras enterarnos, convinimos a modo de broma que la historia daba para un texto que pusiese su centro en la existencia. Afortunadamente, desistimos de la idea, pues sin duda se trataba (exclusivamente) de un juego para niños y nos quedamos con esa versión. Así ha sido, por supuesto, hasta ahora.

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