jueves, 19 de abril de 2018

Las cosas van mejor en Finlandia.


I.

Las cosas van mejor en Finlandia, me dice.

Trabaja menos horas.

Encontró una tienda de discos increíble.

Un local de tangos donde fabrican su propia cerveza artesanal.

Y hasta un mercado donde venden a precios bajos, libros soviéticos de antaño.

En definitiva, está tranquila, me dice.

Y eso, hoy en día, ya es estar mejor que antes.


II.

Otro día volvemos a hablar y señala lo mismo.

Que las cosas van mejor en Finlandia, me refiero.

Lo dice con un tono extraño, casi fuera de contexto.

Como si fuese una contraseña en una película de espías.

O como si se tratase de un código secreto
para descifrar aquello que realmente está diciendo
cuando hablamos.


III.

Intento descifrar entonces, su mensaje, pero no lo logro.

Tal vez el asunto es simple
y ocurra que las cosas ciertamente
vayan mejor en Finlandia.

Es decir, se suicidó el conserje de su edificio,
es cierto,
pero en general todo está mejor.

Dejó el cigarro.

Está tomando clases de tango.

Publicó algunas reseñas en un periódico.

Y hasta comenzó a salir con un cirujano sueco
que dirige una pequeña clínica,
en Helsinki.

Así,
con toda esta información,
no me queda más que reconocer
aquello que resulta evidente:

Las cosas están mejor en Finlandia.

Me alegro por ella, sinceramente.

Pero yo no estoy en Finlandia.

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