Aprendí a confiar en un demonio.
Hace unos años, lo hice.
Aprendí a confiar en un demonio que -ahora comprendo-, no sabía mentir.
No analicé la situación; simplemente lo hice.
Confié, digamos, sin detenerme a analizar mi decisión.
No era extraño: así actuaba en ese entonces.
¿Qué es lo ocurría?
Pues en el fondo es sencillo de decir:
Yo ya estaba defraudado.
Cansado y defraudado no sé decir de cuantas cosas.
Tampoco hay tiempo, por cierto, para aquello.
Antaño, todo había sido distinto.
Y es que yo, me había rodeado exclusivamente de seres puros.
Bellos y nobles, supuestamente.
Transparentes y luminosos.
Pero nada de eso funcionó.
Los ángeles brillaban, es cierto, pero hablaban con eufemismos.
No sabría decir si mentían, pero me daba la impresión que ni siquiera ellos, tenían acceso a la verdad.
¿Qué pretendían, entonces?
Ahora que lo pienso, creo que intentaron hacerme amar la confusión.
Sí… eso es lo que intentaron.
Y de paso, me invitaron a agradecer la incomprensión pues ese era, según decían, el único vínculo natural entre las cosas.
¡Ángeles de mierda…!, dije entonces
¿Quién lo iba a decir, si no era yo?
Y claro, fue entonces que, ante la oportunidad, vino hasta mí un demonio.
Y yo aprendí a confiar en él, como decía en un inicio.
Me enseñó el espíritu del hombre.
Y me mostró, poco a poco, las sombras verdaderas.
Un demonio terrible, como ven, pero de comportamiento honesto.
Eso aprendí, con el tiempo.
Todo dolía, al aprender; pero dolía porque era cierto.
Así, en definitiva, aprendí a confiar en un demonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario