-¿Por qué ese barco tiene doce anclas?
-¿Acaso está mal que tenga doce?
-Supongo que sí… no debiese tener tantas, supongo.
-¿Sabes de barcos?
-No.
-¿Sabes del mar?
-No mucho...
-¿Sabes de anclas?
-No, tampoco sé, pero…
-Entonces no hay mucho que agregar. Disculpa que lo diga tan brusco, pero es cierto. No me gusta escuchar una y otra vez a esa gente que habla de lo que no debieran ser las cosas.
-¿Gente que habla de lo que no debieran ser las cosas?
-Sí. Eso me cansa. Por eso te contesto así. No tengo nada contra ti especialmente, pero no voy a perder tiempo con ese tipo de gente.
-¿Y yo soy de ese tipo de gente?
-Sí. Por supuesto que lo eres.
-¿Y puedo preguntar por qué te molesta tanto?
-Puedes, pero ya te lo dije antes.
-¿Por qué, entonces?
-Porque gastan su vida diciendo cómo las cosas no debiesen ser… hablan por hablar, en definitiva.
-¿Y tú crees que se puede saber cómo debiesen ser las cosas? ¿Crees que alguien, una persona al menos, puede saberlo?
-No he dicho eso. Pero gastar la vida diciendo cómo no es, por ejemplo, esa misma vida… no es algo que te haga más sabio o te ponga en posición de cuestionar otros fenómenos que, según un precario punto de vista, no debiesen ocurrir de esa forma o son erróneos.
-Como las doce anclas de ese barco.
-Exacto. Si no sabes qué es lo correcto no cuestiones esas anclas. Además…
-¿Además qué?
-Además no son doce, sino once.
-Antes las conté. Tengo la seguridad de que eran doce.
-Pues entonces menos aún nos compete hablar de aquello.
-No te entiendo.
-Lo que debía hacerse ya está hecho.
-¿Ya está hecho?
-Por supuesto. Ya lo está.
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