Lo primero que me asustó de ella fue que coleccionaba tijeras.
Las encontré casualmente, un día en que me pidió que le alcanzara algo que tenía en un baúl.
Y es que, en el baúl, encontré también una gran cantidad de tijeras, bajo una tela, como si estuviesen escondidas.
No se lo pregunté entonces, pero ella notó que las había visto y cambió un poco su actitud.
-¿Viste algo más en el baúl? -me preguntó esa vez.
Demoré en contestar, pero finalmente lo hice, intentando utilizar un tono natural.
-Tijeras -le dije-. Solo un montón de tijeras.
-Lo dices como si fueran cuchillos -comentó ella-. Como si fuesen armas o algo así.
Su observación probablemente era cierta. Para mí las tijeras eran como dos cuchillos unidos, a fin de cuentas.
-¿Las coleccionas? -pregunté.
-Las tengo -dijo ella-. Están conmigo. Todas esas en el baúl que viste y tengo también otras en cajas en el armario, en el mueble de la pieza del fondo y hasta unas pocas en una maleta, en la bodega.
-Ya -dije yo.
No sabía bien qué preguntar.
-¿Te complica que las tenga? -me preguntó ella, luego de un rato.
-No -le dije, intentando racionalizar la situación-. Tal vez me produjo algo extraño porque me pareció que estaban escondidas. En el baúl estaban bajo unas telas…
-Entonces te complica -interrumpió.
No contesté.
Luego de un rato fingimos olvidarlo y cambiamos el tema.
Luego de ese día, volvimos a juntarnos unas cuantas veces, pero no fue como antes.
No sé bien cómo explicarlo, pero supongo que me asustaron otras cosas.
A pesar de todo, estoy consciente que el problema puede haber sido mayormente mío.
Ella, por supuesto, estaba convencida que era así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario