Me desperté una noche, mientras llovía, seguro de que el esposo de mi vecina estaba enterrado en el patio contiguo. Enterrado y muerto, por supuesto, en el patio que estaba al otro lado de la pared derecha, si observamos mi casa desde la entrada. Su cuerpo estaba bajo tierra -creía-, y sobre él, el golpeteo incesante del agua venía a explicarme aquello que ahora creía saber.
Lo que explicaba, por cierto, no era más que la certeza de que el cuerpo de aquel hombre estaba bajo tierra. Y que mi vecina, ciertamente, era la que lo había enterrado, en aquel lugar.
-Ya sé todo vecina -le dije al día siguiente, todavía borracho de lluvia-, no es necesario que mienta.
-¿Qué es lo que sabe? -dijo ella.
-Todo -dije nuevamente-. Sé todo y no se me va a olvidar.
Ella me miró extraño, pero sin demostrar inquietud alguna.
-Usted también tiene secretos -dijo de pronto, sin mirarme-. Todo el mundo tiene secretos.
Mientras hablábamos, ella trapeaba la entrada de su casa, que había quedado cubierta con pozas de agua.
-Conozco el secreto sobre su esposo -dije entonces.
-No son secretos si a nadie le importan -dijo ella.
Nos quedamos un rato en silencio.
Hacía frí.,
Entnces ella me invitó a entrar y tomar un café.
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