miércoles, 28 de marzo de 2018

Tengo un virus y vomito.


Tengo un virus y vomito.

Todo el día vomito.

Incluso parte de la noche vomito.

Ni siquiera como, y vomito.

Y claro, sorprende la cantidad de cosas que uno, sin saber, tiene dentro.

Un virus, por supuesto, pero me refería acá a la cantidad de cosas que uno devuelve.

Hablo de vómitos, claro, pero ya sin fiebre, quizá descubra que también hablaba acá de otra cosa.

Quién sabe.

Quién sabe hasta dónde puede llegar uno, me refiero.

Vomitar hasta darse vuelta, como un calcetín.

Y de alguna u otra forma, entonces, quedarse a solas con el virus.

Cara a cara, me refiero.

El virus y uno.

El virus y uno dado vuelta, como un calcetín.

Así, vaciándome, lo espero ahora mientras sigue arrojando fuera de mí algunas sustancias.

Igual como una mujer que arroja tus cosas desde la ventana de un departamento.

Lo dejo hacer.

Vacía la pieza, le digo.

No opongo resistencia.

Vomito todo el día y parte de la noche.

Y es que al final, espero, estaremos los dos.

Y le preguntaré qué buscaba, allá, dentro mío.

O qué encontró.

O cuál era su objetivo al darme vuelta, como un calcetín.

Debo quedar vacío por supuesto, para eso.

Y en eso estoy.

Vomito entonces hasta ser únicamente yo.

Yo y el virus.

Luego hablamos y se va.

Ese es el plan para esta noche.

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