viernes, 16 de julio de 2021

El día llegó como un yogurt.


El día llegó como un yogurt. Con un sabor artificial y con la fecha de caducidad escrita en la tapa. Había que comérselo, simplemente, antes que terminara el día. O más bien, para que el día yogurt terminara. Bien podía no comerlo, es cierto, pero la fecha ahí, a simple vista, era una presión contra la que no combato. Estoy invicto, por cierto, justamente porque no combato. Me enorgullezco de aquello. De saber que puedo elegir no combatir. Y me enorgullezco también de haber descubierto el rostro secreto del día. No es un rostro pulcro, ni sencillo. Se trata más bien de un rostro que mira en todas direcciones, pero nunca a quien lo observa. Un rostro retorcido como un sacacorchos y que es incapaz de observarse a sí mismo. Tal vez por eso se enmascara. Tal vez por eso llegó como un yogurt y te ofrece de inmediato la fecha de término. El momento en que el día vence y ya no puedes consumirlo. Yo lo acepto entonces, mientras aún es tiempo, pero no me engaño. El sabor es artificial, pero si fuera natural sería amargo. Cuando ya no puedo más suele llegar el fin. No creo que sea coincidencia. El fin del mundo es el final del día.

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