domingo, 9 de septiembre de 2018

Agujas.


I.

Cerca de mi trabajo hay un restaurant de comida china.

A veces he comido ahí, y observo.

Sobre un cojín, casi al lado de la entrada, siempre reposa un gato.

Nadie se le acerca, pues se encuentra algo escondido, tras el mueble de recepción.

Mirándolo bien, el otro día, descubrí que tenía en su cuerpo algunas agujas.

Una sobre la nariz, otras en las orejas… y así en distintas partes del cuerpo.

Como lo miré atentamente la recepcionista se dio cuenta y señaló brevemente que le hacían acupuntura.

No agregó nada más y miró hacia otro lado así que pasé a sentarme


II.

No se mueve, el gato, cuando tiene puestas las agujas.

Lo descubrí tras una segunda visita en que lo miré todo el tiempo.

Y es que en un momento alguien del local se le acercó y retiró una aguja que el gato tenía atrás de su cabeza.

Solo entonces, el gato se movió un poco y le acercaron un cuenco con agua.

Tras beber, le volvieron a poner aquella aguja y el gato volvió a su primer estado.


III.

Consideré que aquello era cruel así que le pregunté a un garzón con quién podría hablar.

Pensaba aclarar aquello y poner alguna denuncia, incluso, si era preciso.

Así tras pagar, un anciano me estaba esperando, justo al lado del gato.

Me paré frente a él y me disponía a pedirle explicaciones cuando pensé de golpe que todo aquello no tenía sentido alguno.

¿Para qué se querría mover el gato?, me pregunté.

Fue un pensamiento como un pinchazo, casi ajeno, pronunciado en mi cabeza de una forma poco habitual.

-¿Quiere preguntar algo? -, me preguntó entonces el anciano, al lado del gato.

Yo intenté responder, pero no pude.

Simplemente bajé la vista, y me fui del local.

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