jueves, 14 de noviembre de 2024

No contestar de inmediato.


Decidió no contestar de inmediato y decir que tenía que pensarlo. Lo dijo cortésmente, con una voz llena de tranquilidad, por lo que no daba espacio para que la apremiaran exigiéndole una respuesta inmediata o alguna resolución similar.

No se trató de una estrategia, por cierto, sino que le era natural actuar así, desde pequeña. Había sido criada por sus abuelos -paternos y maternos, por turnos de dos semanas-, y ellos acordaron reforzar lo que los otros le enseñaban. Así, hasta la más pequeñas de las decisiones se asoció siempre a un momento previo a la resolución, para que ella sopesara sus opciones.

-Piénsalo un poco y dinos qué vas a querer de postre -le decían, por ejemplo. Y así también ocurría con todas sus demás decisiones, por pequeñas que fueran.

Una vez, en plena adolescencia, ella decidió vivir únicamente con sus abuelos paternos. Les advirtió previamente a los cuatro y dijo que lo pensaría durante un mes, luego de lo cual entregó su decisión en una reunión que sostuvieron, días antes de navidad.

Hubo tristeza, por supuesto, en los abuelos no elegidos, pero comprendieron las razones y se conformaron con las visitas que ella misma había organizado, para asegurar que siguieran en contacto y mantuvieran una relación sana.

-Me gusta que decida, ¿pero no crees que esto la ha vuelto un poco fría? -preguntó la abuela no elegida, a su esposo.

-¿Fría? -dijo él.

-Sí, un poco fría, como si tuviese que decidir incluso qué sentir… y luego todo se volviese poco natural, para ella…

-Dices eso solo porque no nos eligió -le dijo él-. Ella siempre fue así desde que quedó sola.

Cuando decían sola, por cierto, se referían a cuando comenzó a vivir alternadamente con ellos, luego del accidente que preferían no recordar.

Nadie hablaba, por cierto, de ese accidente.

Yo mismo, sin saber que era un tema prohibido, se lo pregunté una vez, poco después de conocerla. Entonces ella, como siempre, se tomó una pausa para pensar si debía contármelo o no.

-Si decido contártelo -me dijo esa vez, muy seria-, voy a tener que decidir también qué versión contarte y eso puede afectar otras decisiones que me han llevado por años a decidir incluso quién soy.

-¿Eso también lo decides tú? -le pregunté entonces.

Ella permaneció en silencio, mínimamente contrariada. Mientras la observaba pensé que se debía a un problema lógico. Me refiero a que si era ella quien decidía quién era ella, se producía algo así como un bucle. Un absurdo del que sería difícil salir. Como si se tratase de una de esas narraciones que parecen devolvernos siempre, hacia el final, al lugar de inicio.

Sí, exactamente como esta.

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