domingo, 1 de junio de 2025

El periscopio.


Estoy en mi cuarto, ordenando, cuando descubro un periscopio.

No me refiero a que encontré uno por el cuál observar, colgando desde lo alto, sino que encontré el otro extremo del periscopio.

Aquel que sobresale sobre el agua, en las películas de submarinos, para observar la superficie.

¡Qué mierda…!, me dije.

Y comprendí de inmediato que estaba siendo observado.

¡Quizá desde cuándo, estaba siendo observado…!

Descubrir esto me molestó, en principio.

Incluso me indignó.

No detallaré las razones, pero pueden ustedes imaginarlas si lo sienten necesario.

Luego, sin embargo, mientras observaba el periscopio, me invadió una tristeza profunda.

Una decepción, más bien.

Y hasta una vergüenza.

Ha pasado un tiempo desde aquello, pero aún se me hace difícil de explicar, pues lo que me entristeció no fue que me observaran, sino más bien descubrir que era yo quien estaba en la superficie.

Y es que me cuesta reconocerlo, pero hasta entonces siempre había pensado que era yo quien vivía en las profundidades.

Que era yo, digamos, quien tripulaba mi propio submarino y que desde él observaba un mundo más ligero, más frágil, que existía en la superficie…

¡Qué mierda…!, volví a decir.

Y tras escucharme decir esto –en plena superficie-, todo se volvió todavía más decepcionante y vergonzoso.

Nunca fui Nemo, pensé.

Mi historia es ligera, como todas.

Flota, simplemente, como la mierda en el agua.

Y claro, seguí así por un buen rato hasta que encontré una solución.

O creí encontrarla… no sé bien.

Lo cierto es que reuní mis cosas y antes de irme comencé a patear el periscopio.

En eso estoy, por cierto, desde hace unos cuántos días.

Apenas lo destruya me largo… directo a la profundidad.

No creo haber nacido, para esto.

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