I.
Ladran.
Todos ladran.
Todos ladran, menos los perros.
No se sorprendan.
Conténganse.
No aúllen por la sorpresa.
Ocurre simplemente que las cosas han cambiado.
Tenía que ocurrir y ocurrió.
La ciudad es más oscura, pero al menos es nuestra.
Sigue siendo nuestra.
Eso es lo que ocurre.
II.
No avanzamos en la ciudad oscura.
Parece grave, pero en realidad tampoco avanzábamos cuando hubo luz.
No es un cambio, entonces.
Lo que ocurre simplemente es que no se avanza en una ciudad.
Cambias de sitio, tal vez, pero eso es todo.
Duermes en un sitio o en otro, pero despiertas siempre de la misma forma.
Despiertas en la ciudad, digamos.
Siempre en ella.
Lo aceptas.
Tienes que aceptarlo.
No logras salir, además, aunque lo intentes.
III.
Huesos.
Demasiados huesos.
Casi todos los que ves van por la calle cargando huesos.
Probablemente los quieran enterrar.
No es tan fácil, en la ciudad.
Menos aún si está a oscuras.
Por eso, tal vez, todos cargan con los huesos.
De un lado a otro, como si no pudiesen dejarlos.
Como si los tuviese a cargo, quiero decir.
O como si fuesen suyos.
IV.
Ladran.
En medio de la oscuridad, ladran.
No aúllan.
Parecen molestos.
No entre ellos, pero igualmente están molestos.
Todos ellos, percibo, están molestos.
Probablemente sientan que fueron engañados, me digo.
Y probablemente –concluyo-, tengan razón.
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