viernes, 11 de julio de 2025

Más que suficiente.


Ocurrió un día en el teatro municipal. Hace muchos años, por cierto. Yo había sacado abonos en ese tiempo, e iba prácticamente a todo lo que realizaban. Dos o tres veces por semana, asistí, durante algunos años. Por lo mismo, entre tantas visitas, terminé conociendo a varias personas que trabajaban en el lugar. No diré que forjamos amistades profundas, pero al menos hablábamos de otros temas y hasta me dejaban ingresar a ver ensayos y otras preparaciones. A veces iba a leer, simplemente, mientras ellos ensayaban. Fue en una de esas ocasiones que me topé con un ensayo especial. Era un ensayo exclusivo para el funcionamiento de los decorados y la escenografía, que debía ocuparse en una ópera. Todo automatizado, por cierto. Distintos tipos de iluminación, aparición de cosas que emergían, otras que desaparecían y un sinfín de movimientos en el decorado. Todo a tiempo real, me parece, sin que escuchase yo palabra alguna. Sin que viese tipos moviéndose de un lado a otro. Tres horas aproximadamente en que las cosas aparecían y desaparecían del escenario, como una flor mecánica que se abriese y se cerrase. Un espacio en el que no había hombres, sino cosas. Una naturaleza profundamente bella, aunque artificial. Una belleza distinta, digamos, pero extrañamente completa. No le faltaba nada, pensé, mientras observaba. Recuerdo haber quedado maravillado con eso, hasta que se apagaron las luces. Y aquella sensación permaneció hasta que volví a escuchar voces y ver siluetas de personas, que contaminaron el lugar. Así y todo, sentí que al menos había descubierto una belleza que desconocía. Y eso, por supuesto, ya era más que suficiente.

jueves, 10 de julio de 2025

Redención de la materia.


"Los accidentes de la realidad
y la redención de la materia..."
L. M.


Estábamos hablando desde hacía unos minutos, pero en realidad no le prestaba mayor atención.

-No sé bien –dijo entonces-, pero a veces siento que el momento ese llega y uno no está preparado… supongo que a ti te habrá pasado.

-¿Qué momento? –le pregunté.

-Ese momento –me contestó-, el momento del que estábamos hablando, frente a las cosas que de pronto se revelan…

-¿Se revelan o rebelan? –pregunté ahora, intentando conectar, y haciendo un gesto en el aire dibujando la grafía.

-Probablemente de las dos –señaló-, se despiertan, se muestran y al mismo tiempo es un acto rebelde, que nos acobarda un poco…

-No te entiendo –confesé.

-Ya sabes, lo que hablábamos antes… -siguió-, cuando están frente al cuadro, por ejemplo, y este se vuelve consciente que lo están mirando… o cuando lees el libro y de pronto el libro se da cuenta que lo estás leyendo… Cuando la acción ocurre realmente quiero decir, y el objeto ese te mira de frente, descubriéndose…

-Espera… ¿siendo descubierto o descubriéndose?

-Ambas –dijo-. Y revelando y rebelándose, también.

Dejé pasar unos segundos para ordenar aquello que me decía. Sin intuir siquiera su propósito.

-Es entonces cuando el proceso te devuelve esa consciencia a ti –dijo ahora-. Cuando el objeto es consciente y descubres que tú mismo no eres tan consciente de ti como ese objeto. Te descubres como una cosa observadora, quiero decir, pero carente de algo, como el cuadro o el libro…

Me quedé en silencio nuevamente pues no supe qué decirle.

-Piénsalo así –concluyó, con un tono sereno-, ¿de qué eres consciente cuando eres consciente de ti mismo?

Y claro, yo lo pensé.

Sinceramente, lo pensé.

Pero no supe qué decirle.

miércoles, 9 de julio de 2025

El resultado de un cálculo.


Es lógico, si lo piensas.

Es el resultado de un cálculo, quiero decir.

Es un trabajo arduo, por supuesto, y hasta podríamos decir que irrealizable, pero al mismo tiempo muy concreto y fidedigno.

Y es que, para calcularlo, uno debiese tener registro de todas sus trayectorias.

Desde el nacimiento, incluso, aunque estas aparentemente no hayan sido resultado de nuestra voluntad.

Todos los movimientos realizados a lo largo de nuestra vida.

Hoy se podría, en todo caso.

Imagina un GPS simplemente, desde que naces, marcando tus recorridos.

Todos los años de tu vida, en cada momento, todos y cada uno de tus desplazamientos.

No para registrar un mapa de calor ni para estudiar patrones en tus tránsitos, sino más bien para descubrir otra cosa.

Ya casi al final de tus años, quiero decir, hacer ese cálculo y descubrir cuál fue ese punto del cuál te alejaste toda tu vida.

Ese al que nunca te acercaste, que evitaste incluso, pues tus recorridos marcan que, apenas te acercabas, tomabas la dirección contraria.

No digo que sea un punto cercano.

Puede que estuviese a miles de kilómetros, incluso, pero lo importante es que te alejaste de él.

Inconscientemente, tal vez, puedes pensar, aunque yo pienso lo contrario.

De hecho, yo pienso que al final –o cerca del final, más bien-, hay que ir hacia ese punto.

Un punto geográfico, en principio, pero para descubrir en él algo más.

Algo que, imagino, puede revelar algo importante y hasta clave en el sentido que damos a nuestra vida.

Un descubrimiento trascendental, como pocos.

Trascendental, pero lógico, en el fondo.

Y esencialmente concreto.

Algo así como un punto ciego que debes descubrir.

Un verdadero punto de fuga.

martes, 8 de julio de 2025

Por ahí, dando vueltas.


Anda todo el día por ahí, dando vueltas. O yo al menos la veo así. Tal vez un poco nerviosa, interpreto, por el ritmo que ella lleva. Siempre intentando parecer compuesta, caminando con algo al lado que no recuerdo bien qué es. No algo que ella lleve o arrastre, sino más bien algo que la acompaña. Algo así como un perro, pienso yo. Aunque si me esfuerzo en recordar no creo que sea un perro, realmente. La verdad es que no recuerdo bien. De igual forma, para que vaya con ella, ese algo debe ser en realidad algo vivo. Algo con la voluntad de seguirla, me refiero, o de acompañarla. No un perro necesariamente, pero tal vez algún tipo de animal. De cualquier modo, no es que vaya exactamente al lado. Me refiero a que más bien va siempre medio paso detrás. O hasta un paso. No exactamente detrás, sino como en diagonal. Al lado, pero un poco detrás. Justo lo suficiente para que ella no lo perciba del todo. No digo que ese algo se esconda, en todo caso. Ni que la siga de mala forma. Pero si uno la observa con atención, ella parece no darse cuenta. Quiero decir que ella camina siempre enfocándose en otra cosa. Algo lejano, al parecer. Sin notarlo, me refiero. O eligiendo no mirarlo, en todo caso. Uno no tiene cómo saber. Además, ella descoloca porque cuando se da cuenta que la observas te mira también de vuelta y su mirada es extraña. No se detiene al mirarte, no cambia el rumbo, pero abre los ojos como si quisiera decirte algo. Si alguien no estuviese acostumbrado a verla yo creo que pensaría que está, de cierta forma, pidiendo ayuda. O sea, no es que yo la conozca, pero la veo mucho, como te decía antes. Siempre por ahí, dando vueltas. O yo, al menos, la veo así.

lunes, 7 de julio de 2025

Molesto.


“Odiams ls csas slo pq vems en ells
elemnts q odiams secretmt en nstros”
L. M.


Se ve molesto. Casi siempre se pone así cuando decide hablar de algunas cosas. Cambia el tema de la nada y de pronto comienza a hablar y se enoja, volviéndose torpe al explicar.

-Los calendarios, por ejemplo -dijo esta vez-. No me gustan. A veces, incluso, los detesto. No es por los números en todo caso. Tampoco por la rutina que supone el paso y la organización del tiempo. Si fuese así me molestarían los relojes, y ellos en realidad, me agradan. Hasta es posible que en ocasiones me tranquilice verlos. Hablo de los relojes analógicos, en todo caso. Los con manecillas o agujas o como les digan a los palitos esos. Y es que resulta agradable verlos girar. Todo el tiempo, quiero decir. Y a distintas velocidades cada uno. Sí… me gusta ver a esos palillos pasearse por entre números sabiendo que son ellos, y su movimiento, los verdaderamente importantes.

Hizo una pausa. Me pareció de pronto más alegre, pero luego retomó su molestia habitual.

-En cambio los calendarios –siguió-, son claramente despreciables. Están quietos ahí, inútiles. Cifras breves ordenadas en filas y columnas. Signos muertos. No son nada por sí mismos, quiero decir. Son mentiras hechas número, nada más. Habría que romperlos, digo yo. Arrancarlos de donde estén y arrojarlos a la basura. No anular los días, en todo caso, pero sí los números. A lo más dejar el año…

-O ponerles manecillas –le digo-, como a los relojes. A lo mejor un segundo dial atrás de los números de las horas, y una nueva manecilla para marcar el día y…

-¡Soluciones de mierda! –exclamó entonces, interrumpiéndome-. ¡Quién quiere soluciones! Despreciarlos y romperlos está bien. No hay necesidad de buscarle otra salida, si al final son solo calendarios, cosas…

-Pero tal vez… -intenté decir.

-¡Pero nada, hueón! –me lanzó-. Déjalo así nada más. ¡Y termina de paso este texto de una vez!

Respiré hondo.

-De acuerdo -le dije.

Y eso hice.

domingo, 6 de julio de 2025

¿Cómo sé yo que olvidé algo?


*

No soy yo.

Es alguien, más bien, que no soy.

Alguien al que olvido, probablemente, aunque luego ya ni sé que lo olvido.

Y asusta eso, a veces, pensar que olvidamos algo que era importante.

Que éramos nosotros, quiero decir, antes de ser lo que ahora somos.

Eso asusta, sin duda.


*

Voy por el camino.

Para mí es nuevo, por supuesto, porque no sé.

Así, mientras lo recorro, envidio a aquellos que pasan junto a mí, y parecen recordar todo.

Probablemente, me digo, si encontrase el cadáver del que fui, en medio del camino, no sabría que el cadáver era mío.

Cantan unas ranas, a lo lejos.

Para nadie.


*

Miento.

No de gusto, sino porque no sé.

Por ejemplo con las ranas, cuando digo que cantan para nadie.

Por eso, una vez, me acusaron de mentir.

No entendieron que olvido simplemente y pensaron que fingía.

De hecho, no sé realmente si me acusaron de mentir.

Ni siquiera sé si me dolió aquella acusación.

Por eso digo que es injusto.


*

Nombres.

A veces algo se ilumina cuando escucho nombres.

No sé si fueron míos o de otros, esos nombres.

Algunos, incluso, me emocionan.

Y claro, eso me sorprende.

Descubrir que puedo emocionarme, me refiero.

Ahora bien, ¿cómo sé yo que olvidé algo?

Pues así, justamente.

Creo recordar, que lo expliqué.

sábado, 5 de julio de 2025

No es esta, la historia.


“La historia no es esta, me dice, pero te la voy a contar así.
A la rápida, me refiero y un poco mal.
Toma nota si quieres y luego la arreglas, si te animas…”


Una chica y un chico. O un tipo más bien. Un poco mayor que la chica, me refiero. Ambos están juntos en una pequeña cabaña, cerca del mar. Está amaneciendo. La chica quiere quedarse con él. Él también, un poco, pero le interesa más ir a cazar tiburones. Se lo dice así, de hecho, usando ese verbo: cazar. La chica entonces se molesta, pero intenta disimular. ¿Así que pescas tiburones?, le dice. El tipo no se da cuenta del tono que ha usado la chica. Ni del verbo. Se ha puesto de pie, simplemente, y ha comenzado a vestirse, para salir. Años atrás, tal vez, se habría quedado con la chica. Pero claro, ha pasado el tiempo y ahora bucea en busca de tiburones. Por un momento piensa en explicárselo, a la chica, pero lo cierto es que ni él mismo lo entiende muy bien. Y es que antes también buceaba, de cierta forma, para encontrar chicas. Eso es lo que se dice él mismo. ¿Estás seguro que prefieres ir?, dice ahora la chica. Puede que no me encuentras aquí cuando vuelvas. Él la escucha mientras revisa el bolso que llevará. La escucha, pero no le habla. Piensa que puede ser un alivio, incluso, no encontrarla cuando vuelva. Después de todo las chicas flotan, se dice, no hay que bucear para ir por ellas, solo hay que recogerlas. Fingen que viven en la profundidad, pero son animales de superficie, simplemente. ¿No me vas a decir nada?, dice la chica, cuando lo ve que va a salir. Él se voltea y la observa, sobre la cama. Voy a cazar tiburones, dice él. Pagan bien y me hace sentir bien. De eso vivo. Ella, por supuesto, le dice algo más. Lo contradice y hasta intenta explicarle algo… Pero él se va, sin escucharla, por eso no sabemos qué le dice. Así pasó.

viernes, 4 de julio de 2025

Esa mano es un pie.


-Mira, esa mano es un pie.

-¿Cuál mano?

-No es mano, te digo, es pie.

-Sí, entiendo, pero ¿cuál es?

-Pues esa… la que parece mano.

-Hmm… es que no la distingo.

-¿Cómo?

-No sé a cuál te refieres, todas me parecen manos.

-Claro, eso te digo, pero yo te digo la que no es… la que es pie.

-¿No puedes indicarla mejor…? ¿O es que te estás burlando?

-No, no me burlo, pero es que quiero ver si te das cuenta.

-¿Y de qué quieres que me dé cuenta?

-De que es pie, claro.

-Igual no entiendo para qué.

-Digamos que solo para ver, anda… míralas y dime cuál es pie.

-¿De verdad no me estás tomando el pelo?

-Que no… solo dime cuál crees.

-¿Y si fallo?

-Pues no pasa nada… di no más, que ya parece la gran cosa.

-De acuerdo. A ver… ¿es esa…? ¿La que está un poco más alta que las otras?

-¿Cómo eso va a ser un pie…?

-¿No es esa?

-Claro que no… Esa es una mano. Es la más mano de todas, de hecho, si tiene hasta un anillo en un dedo…

-Pensé que era para despistar.

-Mejor te digo… fíjate: es esa, dos más abajo y un poco a la izquierda de la que decías tú…

-¿La de la muñeca torcida?

-¡Ese es el talón…!

-¿Ese es el pie, entonces?

-Claro.

-Hmm… ¿y será de gusto que están ahí?

-¿Cómo?

-A lo mejor no sabe que es pie y cree que es mano.

-¡No tiene que saber! Está ahí simplemente. Los demás debemos saber.

-¿Saber quién es uno?

-Claro que no… saber qué es eso, digo yo. Mano o pie…

-Y entonces, ¿no debemos saber quiénes somos?

-¿Somos?

-O sea, ser… por separado, pero sí…

-¡¿Quién está hablando de eso…?!

-Nadie, disculpa… o sea yo, claro.

-...

-Pero no importa.

jueves, 3 de julio de 2025

Se echó a perder el hervidor.


J. me cuenta que se echó a perder el hervidor. O sea, no tanto, porque igual funciona y le permite hervir el agua, pero el problema es que ya no se detiene por sí solo y J. debe estar ahí, esperando a que hierva, y eso le complica. Me explica entonces que, si bien es poco rato el que debe esperar, se ha acostumbrado a no hacerlo, y estar así, frente al hervidor la pone tensa, de cierta forma, y hasta la angustia.

En principio, cuando me lo cuenta, pienso que bromea, pero luego me fijo en sus ojos llorosos y en el tono de su voz y me queda claro que el asunto del hervidor es, al menos para ella, algo serio y decido por lo mismo pensar en ello seriamente, para ver de qué forma puedo ayudarla, si es que puedo.

Que se eche a perder un hervidor es algo común, me digo. Sin embargo, lo que se le echó a perder a J., no es por supuesto, el hervidor. No se lo digo a ella ni lo escribo aquí, por cierto, pero esa es parte de la conclusión a la que llego.

-¿Quieres que encarguemos otro hervidor? -le digo entonces.

Ella me mira, en silencio, con una expresión que revela que es algo que a ella no se le había ocurrido.

-¿De verdad es tan simple? –me dice.

-De verdad –le digo.

Luego, ella seca sus lágrimas, se ríe un poco y comienza a buscar en el celular.

-Hay unos de vidrio, transparentes –me dice, mientras busca-. Pero esos no me gustan.

-Entonces busca otros –le digo-. Elige bien.

miércoles, 2 de julio de 2025

Ni en pozos ni en montañas.


Ni en pozos ni en montañas.

Hoy decido ascender y descender entre mis cosas.

Eso hago.

Las subo y las bajo de un piso a otro.

Las cambio de sitio hasta que siento que encuentran su lugar.

O al menos, hasta que se acercan a él.

Lo hago una y otra vez, por cierto, hasta cansarme.

O hasta alcanzar algo que pueda considerar –al menos yo-, como un avance.

Ni en pozos ni en montañas.

Esto es más urgente, me digo.

Encontrar el sitio de las cosas.

La posición correcta, la altura, y hasta la compañía adecuada.

Es como ubicar órganos en un ser vivo.

O un ser que debe vivir, al menos, si ubico todo en el orden correcto.

Ya saben: ordenarlabiblioteca, como se llamaba en principio, todo esto.

Hacerlo para luego dejarlas vivir por su cuenta.

Lejos de mí, incluso, de ser necesario.

Después de todo, la propuesta es simple.

La propuesta y el propósito, en realidad.

Cada cosa, simplemente, donde debe estar.

Y claro, cuando todo esté en su sitio, me digo, yo también encontraré el mío.

Este es un secreto, por supuesto, pero como a nadie le interesa lo digo igual.

Ni en pozos ni en montañas, lo digo.

Aquí, entre mis cosas.

Eso hago.

martes, 1 de julio de 2025

No necesitas caminar, para ver.


No necesitas caminar, para ver.

No buscamos, para ver.

Eso es una excusa.

Una mentira y una excusa, en realidad.

Sé sincero:

Puedes ver en cualquier sitio.

En tu casa o en el lugar que quieras puedes hacerlo.

En el lugar que estés, me refiero.

No se agota lo que ves.

No se gasta.

Además, tarde o temprano lo que salgas a buscar pasará por tu ventana.

No llamará a tu puerta, es cierto, pero podrás verlo de igual modo.

Si estás atento y lo esperas podrás verlo.

Si eres paciente, quiero decir.

Y si sabes mirar, por supuesto.

Una vez, por ejemplo, me contaron de un tipo que, a oscuras, logró ver.

E incluso hubo otro que veía de lo más bien, en una casa sin ventanas.

Si lo intentas, de seguro logras comprender.

No es que te niegue el caminar, pero te invito a pensar en las razones.

O a no inventártelas, más bien.

No quiero ser rudo, pero sí claro:

No necesitas ver nada que esté lejos de tu alcance.

No necesitas ese tipo de movimiento.

El verdadero movimiento es siempre generador de cambios y si caminas para ver, regresas igual de donde vayas.

Mueves la harina, el agua y la levadura, por ejemplo y ya tienes otra cosa.

Moverte para ver, en cambio, es no moverte.

Es una excusa, como te decía, y por lo general una mentira.

Por lo mismo, lo que te pido en el fondo es que no te mientas,

En cambio, escucha, observa y elige bien.

Junta fuerza.

Puedes ver, lo que hay que ver, en cualquier sitio.

lunes, 30 de junio de 2025

No se presentó a la boda.


No se presentó a la boda, pero le envió una nota y le transfirió una importante suma de dinero.

Se supo esto porque ella, durante la cena de celebración, leyó la nota en voz alta para que la escucharan todos los presentes.

Era una nota íntima, según me contaron, y varios de los invitados se sintieron incómodos al escucharla.

De hecho, hubo algunos que hasta se fueron del lugar.

Yo, por cierto, no estuve ahí.

Por lo mismo, no fui uno de los que se sintieron incómodos.

De todas maneras, escuché lo suficiente como para hacerme una idea de lo ocurrido.

Y eso, igualmente, me incomodó.

No es que me interesara el tema, en todo caso, pero algunas personas cercanas volvían a hablar sobre aquello y me vi obligado a escuchar.

De esta forma, sumando referencias, comprendí la situación, aunque en absoluto logré descubrir qué era lo que –de forma más o menos exacta-, decía la nota en cuestión.

Lo pregunté de hecho, varias veces, pero nadie supo decirme nada concreto.

Solo saqué en claro que la carta no contenía excusas, ni disculpas, sino más bien se relataban en ella cuestiones pasadas, que nadie pareció entender bien.

-Ni siquiera le deseaba lo mejor o se despedía con efecto –señalaron varios.

Yo asentí, fingiendo que comprendía.

-¿Y no se dijo de cuánto era el cheque? –pregunté entonces.

Los que hablaban sobre aquello me miraron molestos, como si hubiese preguntado algo prohibido, o demasiado íntimo.

-Disculpen –les dije-, era solo por crear una especie de final, ya saben…

Dejé pasar unos segundos.

Creo que ni siquiera me escucharon.

Se voltearon simplemente y me ignoraron, como si yo fuese el culpable de aquella situación.

-Al menos hubo boda –les dije-. Y el mundo no cambió…

domingo, 29 de junio de 2025

Principios de asociación.


I.

Ella: De las polillas a la luz, de la luz al sol, del sol al calor, del calor al verano… y bueno, podríamos seguir así un buen tiempo hasta que alguien nos corrija.

Él: Pues yo no seré el que corrija. Poco me importan los principios de asociación, en realidad. Una vez tuve que hacer un trabajo sobre eso y fue un suplicio. Todavía lo recuerdo. Tuvimos que leer un texto en el que un tipo dividía los tres principios básicos en doce o quince más…

Ella: ¿Y sirvió de algo aquel trabajo?

Él: Por supuesto que no. Era absurdo desde un comienzo.


II.

Ella: Supongo que de todas formas hiciste aquel trabajo.

Él: ¿Qué trabajo?

Ella: Ese sobre los principios de asociación del que me hablaste el otro día… Uno que dijiste que era absurdo y que agregaba un montón de nuevos principios a los de Aristóteles…

Él: ¡Ah…, ese!

Ella: Sí, ese.

Él: ¿Qué pasa con eso?

Ella: Nada en particular. Solo digo que supongo que igual lo hiciste.

Él: Claro. Debía hacerlo.

Ella: Eso digo: debías hacerlo y lo hiciste.

Él: Por supuesto que lo hice. Por eso te hablé de él.

Ella: No te lo reprocho… Tranquilo.


III.

Él: Era distinto en un inicio, ¿no crees?

Ella: ¿Tú?

Él: No… Me refiero a todo. A la forma en que se vinculan las cosas, o los seres… o a cómo creemos que se vinculan…

Ella: Tú también eras distinto.

Él: Claro. Y tú también. Todo, en realidad.

Ella: De las polillas a la luz…

Él: Por supuesto… ¡Todo!

sábado, 28 de junio de 2025

Una especie de doctor en una especie de consulta.


“Me pregunté cómo mejorar todo aquello,
pero parecía estar bien”.
A. G.


Una casa que es en realidad una especie de consulta.

Y en ella, una persona que es en realidad una especie de doctor.

¿Qué es lo que hace ese doctor?

Atiende pacientes, por supuesto, pero solo pacientes que están sanos.

Así es.

Aunque suene extraño -o hasta ilógico-, es cierto que así es.

Lo que pasa es que es un doctor especialista en pacientes sanos.

Exclusivo para ellos, incluso, pues su secretaria rechaza inmediatamente a los que no lo están.

Los rechaza y luego los deriva a otros doctores, por supuesto.

Doctores tradicionales, para enfermos.

De esos que abundan por el mundo.

Cuando me enteré creí que era mentira, pero indagué un poco y resultó ser cierto.

Nunca ha recetado nada, según entiendo, ni menos aún ha dado una licencia.

¡Y lleva ejerciendo casi veinte años…!

Asombrado, decidí ir a verlo, apenas estuviera en condiciones.

Digo esto pues cuando lo decidí, justamente estaba resfriado.

Dejé entonces pasar unos días y cuando me sentí mejor fui hasta la consulta.

No había mucha gente.

Me acerqué a la secretaria y le pedí una hora de atención.

Ella me miró, como dudando, y luego me dijo que era mejor que fuese a otro médico.

Pero yo estoy bien, le dije, he esperado incluso a sentirme así, para que puedan atenderme.

Volvió a mirarme, con detención.

Me sonrió como se sonríe a un niño.

Luego me entregó una hoja con un listado de consultas tradicionales.

Vaya a uno de esos y que luego lo deriven, me dijo. Lo estaremos esperando.

Me fui del lugar, decepcionado.

Igual se trataba de algo absurdo, pensé, mientras arrugaba la hoja.

Luego, la boté en un recipiente, que era en realidad una especie de basurero.

¡Cuánta estupidez…!, me dije.

Y nada más.

viernes, 27 de junio de 2025

Lo que tengo que sentir, lo siento.


Lo que tengo que sentir, lo siento.

A veces pienso que alguien lo dictó así.

Y es que no llegamos al interruptor
que nos permite dejar de hacerlo.

Por eso sentimos, me refiero,
aunque a veces no queramos.

Y sentimos –aunque intentemos cambiarlo-,
solo aquello que tenemos que sentir.


No sé, sin embargo,
si debo maldecir o agradecer
por esto que ocurre.

Y no confío en mis sensaciones, por supuesto,
para determinar (desde ellas)
algo al respecto.


Acepto esto, entonces,
como se aceptan las estaciones del año.

Como aceptamos nacer, incluso.

O como se acepta la noche, cada noche,
y luego también,
su partida.


Está bien, me digo, cuando no sé qué más decirme.

Y luego intento no decir, pues sospecho que ese es,
a fin de cuentas,
el origen del problema.

Mientras más palabras más sensaciones, me refiero.

Y tengo miedo que de tanto hablar y aprender palabras,
termine por escuchar el sonido que hace el mundo
mientras gira.


Yo, en cambio, hago cada vez menos ruido.

Y cuando digo yo, por cierto,
no hablo de mi voz,
sino de mi naturaleza.

Esa que existe ahí (allá dentro)
como una cosa distante.

Que no ha dejado, 
sin embargo,
de brillar.

jueves, 26 de junio de 2025

Cuerdas.


F. tenía una cuerda para hacer nudos.

La llevaba siempre en un bolsillo.

No eran nudos con alguna utilidad determinada, sino que los hacía y deshacía mientras estaba en otras cosas.

Sabía hacerlos.

Conocía sus nombres y tenía la técnica adecuada.

A veces le pedías que te mostrara qué estaba haciendo y F. lo sacaba del bolsillo, para enseñártelo.

Este es un nudo margarita, decía entonces, o un nudo prusik, y luego te los explicaba.

Era amable, en este sentido.

No parecía tener secretos.

Descubrimos, sin embargo, años después, que en otro bolsillo andaba con una cuerda diferente.

Una cerrada en ambas puntas.

O unida, más bien.

Una cuerda sin principio ni fin, digamos.

Y claro, resulta que también hacía nudos con esa cuerda.

Nudos más serios, aparentemente, o que encerraban algo más serio o complejo, a los que no nos dio acceso.

Por eso, molestos, encaramos a F., reclamándole por esta exclusión que nos parecía injusta, y que buscábamos comprender.

F., escuchó nuestros reclamos en silencio.

Entonces cambió su actitud y hasta su postura, mientras nos escuchaba.

Respiró hondo cuando terminamos de hablar.

Luego, expuso por al menos diez minutos una serie de confusas explicaciones utilizando términos complejos, de los cuáles no habíamos escuchado hablar.

Isotopía del ambiente, recuerdo, fue uno de ellos.

Una vez terminó de hablar, arrojjó las cuerdas que llevaba en su bolsillo y simplemente se marchó.

Yo, observé las cuerdas en el piso y pensé qué significaban.

Nunca volvimos a ver a F.

miércoles, 25 de junio de 2025

Una revelación progresiva.


I.

No hay duda.

Todo es, a fin de cuentas, una revelación progresiva.

Trato de recordarlo de vez en cuando, porque lo olvido y no está bien.

Así, para no olvidarlo, pensé en escribirlo en un lugar visible, al despertar.

Luego, sin embargo, pensé que hacerlo sería una especie de contrasentido.

No explicaré por qué.


II.

No hay mentiras, me digo, solo etapas en que la verdad se muestra distinta.

Momentos en que las revelaciones antiguas quedan obsoletas y hasta de cierta forma, parecen contradecirse.

De ahí viene la confusión.

Cuando me sentía mal, aclaro, esto es lo que me decía.

Y lo que aún me digo, de vez en cuando, aunque ya no tiene el mismo éxito.


III.

No hay duda.

Todo es parte de una revelación progresiva, pero eso no siempre es algo reconfortante.

Esto no será cierto, por ejemplo.

Nada de esto, me refiero.

Todo formará parte de una etapa que creímos cierta y luego parecerá desdecirse.

Actos, creencias, palabras… las emociones incluso.

Todo perderá su valor.

Nos dirán que fue necesario y que en realidad su valor se ha transmutado, pero no sé si será suficiente.

Después de todo, lo importante es que no ofrecerá ya soporte alguno.

Y viviremos, tal vez, el nuevo presente con desconfianza.


IV.

No sé.

En realidad no sé.

A veces es necesario apoyarse en algo que no sea verdad únicamente en el presente.

Suena mal decirlo, probablemente, pero es así.

Las piedras, que olvidaron lo que fueron, carecen ya de voluntad.

Quién sabe (salvo ellas), lo que les fue revelado.

No indago más allá.

martes, 24 de junio de 2025

Musgo.


No crece en los ojos, el musgo.

Ni en los ojos ni en las cosas que se ven.

Así, de cierta forma, el ojo es un inhibidor del musgo.

Digo el ojo, pero por añadidura, digo también la mirada que proyecta.

Evita que crezca, me refiero, y no lo deja ser.

Y es que el musgo solo crece, reitero, cuando no lo ven.

No importa lo que diga la ciencia, sobre esto.

No importan sus estudios, sus definiciones y menos aún sus evidencias empíricas.

Después de todo, yo también he hecho experimentos y no les miento nunca.

Quien me conoce, sabe que eso es cierto.

O lo invito a creer, más bien, si todavía no lo sabe.

Una vez, por ejemplo, observé un buda de madera.

Uno muy antiguo, que estaba cerca de la cumbre de un cerro.

Y claro, descubrí que en él, y en el lugar que habitaba, había musgo.

Todo este, sin embargo, crecía en la parte posterior de la figura.

Además, el musgo del lugar, crecía también en las zonas que no alcanzaba su mirada.

Lo comenté esa vez, pero me dijeron que se trataba de la posición en que llegaba la luz del sol.

Para comprobar el error volteé la figura y la dejé mirando en otra dirección.

Años después, cuando volví a aquel lugar, comprobé mi teoría.

De hecho, en honor al musgo, decidí esa vez vendar al buda.

Y es que así, me dije, el musgo crecería a sus anchas.

No he vuelto al lugar desde entonces, ni tampoco pretendo hacerlo.

Lo que quería demostrar, además, ya había sido demostrado.

lunes, 23 de junio de 2025

Jónico.


I.

Un orden jónico.

Al menos si me preguntan así lo imagino.

Un mundo pequeño, sostenido con pilares de ese estilo.

No es que estéticamente los prefiera.

De hecho, si fuese por mí arrancaría de inmediato las volutas de cada capitel.

Dicho esto, aclaro que lo que imagino no está, necesariamente, dirigido por mi voluntad.

Si fuese por mí, incluso, las columnas no sostendrían nada en lo absoluto.

Y eliminaría, de paso, dos de cada tres.


II.

Un orden jónico, decía.

Pero un jónico tardío.

Y no porque el estilo haya cambiado, sino más bien porque ha llegado tarde.

Las columnas esas, quiero decir, llegaron tarde.

Las edificaciones todas.

Quiero decir que aparecieron cuando el mundo ya sabía sujetarse por sí mismo.

Por esto, desde un inicio, fueron ruinas.

O casi ruinas, tal vez.

Les dejo el casi.


III.

Todo jónico es jónico tardío.

Si incluso cuando nos referimos al dialecto el adjetivo calza de maravilla.

Pienso en Heródoto, por ejemplo, pero podría también pensar en otros.

Siempre es tarde para todo lo que significa construcción.

Arquitectura, lenguaje… o piense usted cualquier otra estructura.

Un ataúd, si quiere, jónico tardío.

Cada vez con más adornos y detalles intrascendentes.

Cada vez más fuera de lugar.

Cada vez más innecesario.

Eso es, al menos, lo que pienso.

domingo, 22 de junio de 2025

Antes de acostarme yo me afeito.


-Antes de acostarme yo me afeito –dijo R.-. De hecho, cuando por alguna dificultad no logro afeitarme, prácticamente no puedo dormir.

-¿Y qué dificultad puedes tener como para no afeitarte? –preguntó T.

R. lo pensó un rato.

-Muchas –contestó R.-. Cortes de agua o de luz, estar en algún sitio que no es tu casa… bueno, no sé. Lo cierto es que ahora no se me ocurren, pero siempre puede haber dificultades... Una vez por ejemplo no pude porque tuve un ataque de hipo… Era peligroso.

-Entiendo -comentó T.

Pasaron unos segundos sin que ninguno hablase.

-¿Tú te afeitas por las mañanas? –preguntó R., buscando retomar la conversación.

-A veces –dijo T.-. La verdad es que no tengo una hora exacta. No es algo que me preocupe mucho.

-Qué afortunado –comentó R-. Yo hace casi quince años que tengo esta manía. ¿Y qué daría yo por no preocuparme…! De hecho, intenté dejarlo por un tiempo, pero no pude. Me daba vueltas en la cama y me parecía sentir picazón en las zonas donde la barba estaba levemente crecida.

-Parece molesto –dijo T.-. Lo lamento.

R. asintió, inclinando levemente la cabeza. Luego volvió a hablar.

-¿Usted no tiene una manía antes de irse a dormir?

-No –dijo T., rápidamente-. Lamento no poder compartir su obsesión.

-No se preocupe –dijo R., dando por cerrado el tema-. Ya con la intención basta.

Por último, antes de separarse, comentaron un poco sobre la forma errónea en que algunos escritores construyen algunos diálogos.

-Yo creo que debiesen aprender de Wingarden, o de William Gaddis –dijo R.

T. asintió.

En silencio.

sábado, 21 de junio de 2025

Hormigas en Marruecos.


“Por consiguiente, para que pueda haber una distinción
entre los que eligen el bien y los que eligen el mal,
Dios ha ocultado lo que es provechoso para el hombre”
P. (W. G.)


Leo un libro sobre experimentos con hormigas en zonas desérticas, en Marruecos.

No me interesan demasiado los experimentos, por cierto, ni tampoco las hormigas, pero sí la gran cantidad de notas al pie en las que el autor se detiene a comentar algunos problemas vividos por su grupo de trabajo, mientras trabajaba en el lugar.

Una grave intoxicación alimentaria que tuvieron en Merzouga, por ejemplo, o las mordeduras de camello que sufrió en dos ocasiones uno de los científicos adjuntos, que terminó con importantes laceraciones y una fractura de la que no se logró recuperar.

También se detiene el autor a detallar, en esas notas, algunos problemas económicos asociados a la falta de subsidios estatales, y hasta la compleja relación que mantenía con su esposa, quien también formó parte de su grupo de trabajo.

Sobre este último punto, el autor comenta brevemente –aunque en reiteradas ocasiones-, sobre cierto malestar de la mujer, que se traduce poco a poco en el alejamiento de ambos y en la decisión de separarse definitivamente al finalizar el estudio. Todo en buenos términos, por supuesto, según lo que señala el autor.

Respecto a las hormigas, por otro lado, y a los experimentos realizados, todo ocurrió según lo presupuestado. No me detendré en ello, pero diré al menos que se comprobaron las hipótesis formuladas, y que el estudio fue premiado en una universidad holandesa que además financió la publicación el libro.

jueves, 19 de junio de 2025

Algo que ya ocurrió y que no supimos.


I.

Algo que ya ocurrió y que no supimos.

Eso es lo que ella, probablemente, está esperando.

Yo dejo que espere, sin embargo, y oculto mi impresión.

De hecho, a veces permanezco junto a ella,
y la dejo pensar que yo también
estoy esperando.

En mi fuero interno, no obstante,
pienso que lo que debiese llegar, ya llegó.

Y que toda espera, desde entonces,
es profundamente vana.

Una vez, por cierto, hablamos sobre esto.

O habló ella, más bien,
pues yo elegí ocultar mi perspectiva.

De igual forma todo esto ya ocurrió,
le dije aquella vez,
cuando cesaron sus palabras.

Y ella me miró sin comprender.

O no noté, tal vez, que comprendía.


II.

Algo que ocurrió y que no supimos.

O que supimos sin saber que era lo que esperábamos.

Suena confuso decirlo así, pero no es por eso que prefiero no decirlo.

Es más bien por respeto a ella, que elige seguir esperando.

Por eso es que doy vueltas sin decidirme.

Y mientras doy vueltas la observo, más o menos en silencio.

Ella sospecha –me parece-, que yo creo saber algo.

Te trabas, me dice.

Eres torpe al hablar cuando prefieres no decir aquello que piensas.

Es cierto, pienso entonces, pero no lo digo.

En cambio, la miro fingiendo que no alcanzo a comprender.

Lo que ocurre, dice ahora, es que no sabes lo que ocurre.

Yo asiento.

Ahora vas a despertar.

A la estupidez de los sentidos.


“Porque escribo para que me lean a veces me sacrifico
a la estupidez de sus sentidos…”
A. C.


I.

Ojos de vidrio.

Al menos veinte, en una caja de madera.

La mayoría son de tonos cercanos al café.

Los miro y los reviso con temor a dañarlos.

Ellos me miran también, pero no me engañan.

Me pongo guantes, incluso para manipularlas más tranquilo.

Prótesis humanas, confirmo, tras días de investigación.

Veintidós eran, en total.

No son del mismo tamaño.


II.

Intento venderlos.

Indago un poco sobre precios y escribo algún anuncio.

Especifico medidas y agrego una serie de fotos.

Pasan tres o cuatro meses.

No vendo ninguno, aunque recibo un par de consultas.

Ninguna, por cierto, con interés de compra.

Pasa el tiempo y bajo el anuncio.

Cierro la cuenta, en realidad.

Días después, aproximadamente, veo que alguien vende una caja igual a la mía.

De madera, y con veintidós ojos de vidrio.

Las fotos son distintas, pero el contenido es exactamente el mismo.

El vendedor, en el anuncio, dice que tienen poco uso.


III.

Me pongo en contacto para saber de dónde los sacó.

Le cuento que tengo una caja igual.

Le mando fotos, incluso, para que me crea.

No parece sorprendido.

Es cortante al hablar.

Son solo ojos de vidrio, me dice.

¿Los va a comprar?

No le contesto.

Días después me fijo que los ha bajado de precio.

Más adelante, los rebaja todavía más.

Tanto los baja que pienso incluso en comprarlos.

Así compruebo que son los mismos, me digo.

Esa misma tarde, vuelvo a hablarle, para realizar la compra.

Acordamos una hora y un lugar de encuentro, al día siguiente. 

El vendedor no llega.

Más tarde se disculpa y me pide que le envíe una dirección.

Dice que puedo transferirle cuando me llegue el producto.

Como no tengo qué perder acepto el trato.

Dos días después me llega a casa una encomienda.

Abro el paquete y encuentro la caja con los ojos de vidrio.

Veintidós, como los míos.

Al intentar depositarle, sin embargo, descubro que la cuenta no existe, o que me la dio mal.

Tampoco me contesta cuando le hablo, y cierra el anuncio poco después,

Pasan los días.

Siguen pasando.

Guardo una caja, junto a la otra.

miércoles, 18 de junio de 2025

En barco, esa vez.


Viajamos en barco esa vez.

Creo que fue la única vez que lo hicimos.

Era un barco grande y antiguo que hacía siempre la misma ruta.

Todo en él estaba un poco gastado, pero tú dijiste que se veía digno.

Lo dijiste en serio, esa vez, aunque no sé bien qué quisiste decir con eso.

Yo pensé que lo descubriría, durante el viaje, pero no fue así.

Lo que descubrí en cambio fue que tenía varias capas de pintura.

Hablo del barco, por supuesto.

Capas de pintura. antioxidantes y todo tipo de revestimientos formaban así la piel del barco.

Una piel que a su vez, como observaba, estaba formada por varias pieles.

En el fondo el barco no era eso, me pareció, y te lo dije de esa forma.

Un poco borracho, es cierto, pero así te lo dije.

No supe explicarlo bien y tú tampoco te esforzarte por entenderlo.

El barco estaba debajo, pensaba, si es que estaba.

Y pensé también que era igual a esos cadáveres de hipopótamos que flotaban hinchados por los ríos.

Fue así que un día, mientras cenábamos, nos ofrecieron hacer prácticamente gratis el viaje de regreso.

Nosotros teníamos otros planes, es cierto, pero tú te alegraste y aceptaste en nombre de los dos.

Además, igual alcanzábamos a pasar una noche en la ciudad a la que íbamos.

Concluiste que era una buena opción, por supuesto, y yo no me opuse.

Acepté, simplemente, porque pensé que la vida era algo que se construía de esa forma.

Y claro, yo no era nadie para evitar que se siguiese construyendo.

Así, finalmente, nos sacamos fotos en la ciudad y regresamos al barco.

Supuestamente el mismo, aunque no lo supe bien.

martes, 17 de junio de 2025

No te observan.


“God. ¿Puedes ver el cambio que hay en mí?
No soy tan egoísta como era.”
A. G.

No te observan.

Aunque no me creas, no te observan.

La mayor parte del tiempo, al menos, no te observan.

Estamos solos, entonces, y no sabemos estar solos.

No aprovechas, digamos, esa privacidad.

Más aún: te incomodas.

Evitas incluso algunos actos, como si pudiesen observarte.

Te afliges.

No te convences.

Actúas para nadie.

Entonces, eliges prepararte, mejor, para cuando sí te observarán.

Hacer de esta forma de existencia una mera transición.

Un entreacto, probablemente.

Y sí…

Es triste, si lo piensas.

Absurdo también, pero es más triste que absurdo.

Y es que no sabes, en definitiva, vivir para ti.

Triste, decía, pero me faltó también decir común.

Y es que te ocurre como a todos, a fin de cuentas.

No eres, para ti.

Te acuestas incluso con el traje que usas para otros.

Te ocurre como al actor que contaba que no sabía quién ser, en el camerino.

Y es que es difícil, de esa forma.

Es más fácil, me refiero, si te observan.

A solas es pesado.

Es un grito, al interior de un sueño.

Te das vueltas.

No sabes.

Si te quitas el maquillaje descubres que se va también el rostro.

Mejor no hacerlo, te dices.

Mejor buscarse alguien para hablar.

Inventarse a alguien, incluso.

Un ojo, al menos.

Algo.

lunes, 16 de junio de 2025

No es justo.


No es justo. Confuso sí. Aleatorio, tal vez. Justo, no. Repítalo usted diez veces seguidas, como si fuesen cucharadas. O al revés mejor. Cucharadas que saquen y no que entren, quiero decir. Ya sabe. Como si usted fuese la olla que debe vaciarse. Dos veces al día, le diría que lo haga, pero está bien con una. Aunque si lo prefiere usted puede hacerlo por dos o hasta tres. No voy a discutirle. Además, lo importante es que lo haga. Así, ya hecho, repítalo usted por diez u once días y verá entonces lo que ocurre. Nótese que dije lo que ocurre y no lo que LE ocurre. Lo aclaro desde ya para que no se me culpe después por publicidad engañosa. Hágalo en días seguidos, ojalá, para que no pierda usted la cuenta. Sea constante. No le diré lo que verá, por supuesto, pero le adelanto que lo que verá será cierto. Y usted sabrá que es cierto sin necesidad que yo se lo diga, o que se lo recuerde en modo alguno. Eso no lo hará justo, por cierto, pero al menos le dará comprensión sobre por qué no es. Ya con eso, puede usted prescindir de repetir aquello que habrá quedado claro. O establecido, más bien. Finalmente, le sugiero, haga gárgaras.

domingo, 15 de junio de 2025

Diferencias entre las cosas.


I.

Nunca he entendido bien las diferencias entre las cosas.

No hablo de cosas objetivamente similares, sino de cualquier cosa en general.

En un principio no era así, y estuve varios años intentando clasificarlas sin dar con la solución.

Entonces, cansado, me vi en la necesidad de tomar una opción.

La disyuntiva que me plantee fue la siguiente:

O me sigo esforzando por encontrar criterios de diferenciación o simplemente las agrupo todas bajo un mismo concepto.

Fue una decisión sencilla.

Y es que, desde entonces, las cosas son eso, simplemente.

Cosas, quiero decir.

Y mis esfuerzos, desde entonces, se han enfocado en la comprensión de otro tipo de fenómenos.

Yo mismo, por ejemplo.

O lo que buscas tú.


II.

A pesar de lo que he dicho anteriormente, debo reconocer que me apasionan las cosas.

Rodearme de ellas, por ejemplo.

Observarlas.

Saber que puede conservarlas, entregárselas a otros o vivir incluso encerrado entre ellas.

Esto no lo decidí, por cierto, pero diría que fue el único camino que se mostró a partir de la decisión de agruparlas todas en un solo conjunto.

Sin divisiones, sin intersecciones… todas las cosas simplemente juntas y en el mismo saco.

Tal vez por eso, cuando observo, distingo de inmediato a todo aquello que me rodea que no es, esencialmente, una cosa.

Tú y yo, por ejemplo.

Y la forma en que buscamos comprender.

sábado, 14 de junio de 2025

Algo, supuestamente, sin valor.


Durante un tiempo a todos los billetes que pasaban por mis manos les cortaba un pedacito.

Generalmente una de sus esquinas.

Yo me guardaba esos pedazos, por cierto, y luego gastaba los billetes.

O intentaba gastarlos, al menos.

Según el banco central igual valen… insistía, ya que a veces costaba que los aceptaran.

Era molesto, sin duda, pero era, probablemente, la única manera que tenía para ahorrar.

Una manera falsa, es cierto, pero una manera propia, al menos.

Una forma que incluso sentía honesta.

Valiosa solo por la forma en que había sido realizada, nada más.

Un ahorro hecho solo para mí, en principio, aunque no sé si tenía claro para quién lo hacía.

De igual modo, con el tiempo, para evitar dificultades, fui achicando el pedacito.

Tanto así que el fragmento extraído llegó a ser prácticamente imperceptible.

Con todo, la cantidad de fragmentos reunidos aumentaba.

Más aún cuando en algunos trabajos que realicé pasaron muchos billetes por mis manos.

Llegué a llenar así dos bolsas pequeñas de basura con trocitos de billetes.

Decenas de miles de trocitos que guardé por años, junto a otras bolsas con ropas en desuso.

A veces –muy rara vez, pero me ha ocurrido-, ha vuelto a mí uno de esos billetes imperceptiblemente mutilado.

Entonces, mi sensación es confusa, ante ellos.

Como si ambos nos hubiésemos robado algo pequeño, que ya no cargamos con nosotros.

Algo, supuestamente, sin valor.

viernes, 13 de junio de 2025

A veces soy un genio, me dijo.


A veces soy un genio, me dijo. Ayer mismo, por ejemplo, y hasta puede que hoy. Es probable que ayer, en todo caso, lo que pensaba brillase un poco más. Más que hoy, quiero decir. Como si manchase con luz cualquier palabra que pasara por mí y luego no pudiese ya apagarse. Sí… sin esfuerzo, brillaba. Entonces, mientras pensaba, descubrí a una mujer, tejiendo. Frente a mí, estaba, pero igualmente la descubrí. Digo esto pues observé el movimiento de sus manos, los palillos, la lana… y entonces descubrí que ella era una metáfora. O sea, era una mujer tejiendo, sin duda, pero también una metáfora. Observé un poco más. Me acerqué a ella mientras mi mente (de genio) trabajaba. Esperé unos segundos y le hablé. Con voz firme pero al mismo tiempo con cuidado, para no encandilarla. “¿Por qué tejer y destejer?”, le dije. Ella me miró, intrigada. Yo seguí brindándole mis palabras: “Cosa mejor es no tejer y punto”, agregué. “Mejor es ahorrar fuerzas, energía. Declararse muerto hasta que la vida llegue”. Iba a seguir, pero ella cesó de tejer. Pensé que había comprendido y me alegré. Por ella, me alegré. Luego, sus palabras derribaron mi alegría: “No destejo”, me dijo. “No moleste”. Volví a observarla. Pensé en insistir, pero concluí que ya era tarde para ella. Pobre, pensé. Seguirá viviendo sin saber que existe también como metáfora.

jueves, 12 de junio de 2025

Perchas.


I.

Es así.

Un muro lleno de perchas.

Observa.

Sin vanidad, observa.

Luego acepta.

Obsérvate y acepta.

O eres muro o eres percha.

De igual forma, el mundo colgará de ti.

O parte del mundo, si eliges verlo de esa forma.

Sentirás su peso.

Su carga.

Comprenderás que lo quieras o no, lo llevas puesto.

Que es ineludible, quiero decir.

El mundo.


II.

Es así.

No sé si es verdad, pero es así.

Y es que lo sé desde mí, únicamente.

No es poco, pero no hay más.

En mí, al menos, no hay más.

Por eso, ponerlo en duda sería un equívoco.

Sería como colgarme yo mismo de la percha (o el muro) que soy.

Y la carga entonces sería doble.

Recuerdo por ejemplo al barón Munchaussen saltando en su caballo.

A punto de caer, en el aire, sobre un precipicio.

Desesperado porque la fuerza del caballo no alcanzó para llevarlo al otro extremo.

Lo recuerdo apretando con sus piernas al caballo y elevándose a sí mismo.

Con las manos en el pelo, me refiero, levantándose con fuerza.

A él y al caballo y no caer, de esa forma.

Y llegar al otro extremo.


III.

Es así, decía.

O eres muro o eres percha.

De igual forma, el mundo colgará de ti.

Lo llevarás puesto.

Nada más llevarás, sin embargo, salvo el mundo.

Es así.

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