lunes, 11 de agosto de 2025

Sincero.


“Sangre para mis venas, pensó”
Ph. K. D.


*
Soy sincero. En realidad no sé si lo pensó. Probablemente sí, si creemos lo que dice, pero igual no se trata de algo comprobable. De hecho, ni él mismo debiese asegurar que lo pensó. Y es que en un principio lo cree cierto, pero la duda siempre existe y de pronto llega. O se hace presente más bien, pues existe desde antes. Y claro, él entonces demora sus palabras y hasta parece que las elige, como si fueran un traje. Un traje repetido, es cierto, pero traje al fin. Uno entre diez en un ropero en que debiesen caber ocho. Soy sincero: siete tal vez, y posiblemente seis. No exagero. Yo sí que lo pensé.


*
Voy a donar sangre y me dicen que no. Que no estoy en condiciones, me dicen. Incluso, minutos después del primer no, no logro caer en cuenta de qué se me acusa. Por lo mismo, pregunto. A una enfermera y a dos tipos con delantal, les pregunto. Minutos después, ante la insistencia, ellos dejan de ignorarme y me dicen que harán una excepción. Por lo mismo, me entregan unos papeles que después firmo. Sale la sangre entonces y va a un frasco. No sé a dónde, después. Soy sincero.

domingo, 10 de agosto de 2025

El último bus.



-Compruebo si pasa el último bus –me dijo-. Ese es mi trabajo. Verifico el cumplimiento de la consigna.

-¿El cumplimiento de qué? –pregunté.

-De la consigna –contestó.

Yo asentí.

Luego pensé:

Verifica el cumplimiento de la consigna. No suena mal.

Lo único malo es que es un trabajo inútil, pero no suena mal, me dije.

-¿Estás pensando que lo mío es un trabajo inútil? –me preguntó de golpe.

Pensé en admitirlo, pero finalmente le dije que no. Que pensaba en otra cosa, le dije. En otras consignas.

-Sé que está el asunto ese del GPS y otras formas de monitorearlo –agregó entonces-, pero yo debo verificar no solo si el bus recorre las calles sino si va trabajando… recogiendo pasajeros, me refiero.

-Entiendo –dije yo-. No es un mal trabajo.

-Es cierto –admitió-. Probablemente no es un mal trabajo, aunque solo para los que esperan otra cosa.

-¿Otra cosa?

-Sí, otra cosa –dijo ahora-. En mi caso, otro trabajo.

-¿Espera otro trabajo? –pregunté ahora.

-Sí, desde hace mucho –dijo ahora-. Soy actor, sabe… Y uno de los buenos.

-Ya –dije yo.

Él guardó silencio otro minuto. Luego agregó:

-Lo que pasa es que todavía no me llega el papel adecuado. Años esperando y no me llega…

Yo asentí, mientras lo observaba. Se veía triste. O eso me pareció, al menos.

Iba a decir algo, recuerdo, pero justo entonces vi que se acercaba un bus.

-¿Ese es el último bus? –le pregunté.

Él asintió. Miró su reloj y luego anotó unos números en una libreta que llevaba en un pequeño bolso.

Poco después volvió a guardarlo.

-¿Se cumplió la consigna? –pregunté entonces.

-Siempre se cumple –dijo él, cortante-. Yo solo verifico el hecho.

sábado, 9 de agosto de 2025

Una y otra vez (en Islandia)



*
Me dediqué esta noche (y lo que va de la mañana) a ver películas islandesas. O sea, una era danesa, excepcionalmente, pero todas eran del mismo director islandés. Hlynur Palmason, se llama. Ya tiene premios y es bastante reconocido, así que no descubro nada. Nada salvo que ya he estado en Islandia, aunque lo olvide, una y otra vez.


*
Mientras veo las películas, reconozco los lugares, los caminos, y hasta el idioma, de vez en cuando. También la forma en que los personajes razonan y hasta comparto las decisiones que los llevan (o no) a actuar. Las plantas de mis pies, incluso, recuerdan la textura fría y a la vez acogedora, de algunos lugares. Acogedora porque saben mi peso, mayormente, y me sostienen bien. Por nada más.


*
Días largos, recuerdo. Días sin noche. O con noches que llegaban desde dentro y sin querer te confundían y hasta (sin querer) te hacían mal. Luces que rebotan en todas partes, menos en ti mismo, te das cuenta. Un hermano bajo tierra, una iglesia vacía y de vez en cuando animales silenciosos, en medio de un mundo que no sabe gritar. Buscas entonces, en esos sitios, pero en el fondo te sabes buscado. O encontrado, incluso. Eso descubro.

viernes, 8 de agosto de 2025

Cerrar los ojos.


I.

Como ocultarse es más difícil, los niños a veces optan por cerrar los ojos.

Ya sabes, cerrar fuerte los ojos y pensar que, de esa forma, los otros no pueden descubrirte.

Suena absurdo y es fácil suponer que no resulta, pero lo cierto es que ellos siguen haciéndolo, y sobreviven.

No como niños, porque crecen, y de pronto descubren que son otros.

Y claro, ocurre entonces que dejan de cerrar los ojos.

Y se ocultan de otra forma.



II.

Lo importante en todo caso, no es la forma exacta en que alguien se esconde.

Y tampoco, por cierto, aquello de lo cual se pretende esconder.

Lo importante es que, extrañamente, hasta la más inocente de esas formas, termina siendo eficiente.

O eso a mí, al menos, es lo que llama mi atención.

Que baste con la voluntad, me refiero.

Y que nada nos ataca, realmente.

O no nos hiere.



III.

Tal vez lo que ocurre, pienso a veces, es que ya estábamos ocultos.

Que siempre lo estamos, me refiero, aunque no lo comprendamos del todo.

Que cerramos los ojos, pero es como correr las cortinas de una ventana ya blindada.

Y que miramos, en definitiva, en una dirección equívoca.

Así, finalmente, crecen los niños.

Y así nos hacemos grandes.

Hasta que.

jueves, 7 de agosto de 2025

Así funciona todo esto.


Le pregunté si era cierto que había sido atleta cuando joven. Ella respondió que sí. Que incluso de adulta participó de algunas competiciones oficiales, aunque sin buenos resultados. Me llamaban únicamente porque seguía teniendo un récord de cuando era juvenil, me dijo. Uno que logré antes de los dieciséis años. Ellos sabían que no se repetiría, pero me llamaban igualmente y yo iba. No es que no me entrenara o fuese mala deportista, pero mis tiempos ya no eran especiales ni mejor que los de las demás. Así que luego de cierto tiempo dejé de ir, simplemente. Además, fue por ese entonces que me casé, tuve una hija y abandoné los deportes, por completo. Yo asiento, mientras la escucho. Por un momento pienso que ella me enseñará una foto de su hija, pero no lo hace. De todas formas, lo que me interesa es el asunto del récord. Por eso, le pregunto si todavía sigue vigente. Sí, todavía, me dice. Aunque sé que tarde o temprano terminará por romperse. De todas formas, no es algo que me importe. Recuerdo que una entrenadora me lo repetía una y otra vez: los récords están hechos para romperse, como el corazón del mundo, me decía. Era una entrenadora media poeta, por cierto. Creo que también tuvo hartos récords, pero luego los perdió… Ya sabes, concluye, así funciona todo esto.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Sin paraguas.


Ella se paró de improviso junto a mí y habló con soltura, como si me hubiera conocido desde antes.

-Ojalá no llueva hoy porque ando sin paraguas -me dijo.

Yo observé el cielo, que era claro y no se veía en él nube alguna.

-No creo que llueva –dije entonces-. El cielo está despejado y parece incluso que hará calor.

Ella entonces levantó la vista y observó el cielo.

-No me preocupa el calor –comentó-. Lo que me preocupa es que llueva y no tenga paraguas.

Yo asentí.

La observé luego, con cierto recelo, pues no me parecía muy normal su conversación y temí que pudiera traerme algunas complicaciones.

-Una complicación como la lluvia –dijo ella entonces, interrumpiendo lo que pensaba.

-¿Cómo? –pregunté.

-Digo que yo también puedo complicarlo como si fuese lluvia -explicó-. Y tampoco lleva usted paraguas para eso.

Cuando terminó de hablar la observé. Esta vez directamente, para saber si la conocía.

-¿No nos conocemos, cierto? –pregunté-. Desde antes, quiero decir.

Ella no contestó.

En cambio, volvió a mirar el cielo y me pareció que hacía unos cálculos.

-Parece que es cierto –comentó-. No se ven nubes, aunque igual no hay que confiarse.

Yo la observé y volví a asentir.

Nos quedamos en silencio.

Un par de minutos después, ella se fue.

Justo entonces, cuando dejé de verla, sentí caer la primera gota.

martes, 5 de agosto de 2025

El dolor no es nunca de uno.



El dolor no es nunca de uno.

Ni tampoco de los demás, por cierto.

Con esto –aclaro-, no me refiero a la idea de posesión o de ser los dueños del dolor, sino al casi terrible asunto de quién lo percibe. O lo sufre.

Digo “casi terrible”, porque en el fondo no se trata de una experiencia directa.

Es decir, lo que tenemos en nosotros, cuando nos dolemos, no es el dolor mismo.

Es decir, nuestro “estado doloroso” es el resultado de lo que algunos llamarían una experiencia a distancia, o asincrónica.

Con esto, en todo caso, no pretendo minimizar las sensaciones ni plantear –en lo absoluto-, que sean inexistentes.

Ese no es, en modo alguno, mi propósito.

En otras palabras, lo que ocurre es que nos dolemos, simplemente, pero sin dolor.

Y es esa simpleza, justamente, la que luego nos engaña y nos lleva a pensar que el dolor está ahí, en uno o en los otros; y hasta que tiene un tipo de existencia particular, diseñada a la medida de quien lo sufre…

¡Qué ilusos somos con el dolor…!

¡Y cuánto dolor extra tras reconocer, simplemente, lo indiferente que le somos…!

¡Ridiculez y vergüenza es lo que debiésemos sentir…!

No dolor, que además no es de uno.

Ni de otros.

lunes, 4 de agosto de 2025

Esa lluvia no cuenta.


Llovió, lo admito, pero esa lluvia no cuenta. No para mí, al menos. Caminé todo el día y me mojé bajo ella, es cierto, pero yo esperaba otra cosa. Una lluvia igual de intensa, tal vez, pero que se comportase distinto tras chocar con las cosas. Una lluvia con otro peso, de cierta forma. Una que vaya dejando agujeros, al caer. Eso es lo que esperaba. Una lluvia que siga cayendo una vez que toque eso que acostumbramos llamar superficie. Gotas que ignoren ese concepto, me refiero. Una lluvia que pase por ti, incluso, y luego más allá y no se detenga. Que no se detenga ante el borde de las cosas, quiero decir. Que ignore esas normas y se disponga a hacer algo más. Que se atreva a eso. Como las termitas esas que encontramos el otro día en la caja con libros de Balzac. No en todos, aclaro, pero sí en varios. O sea, no me refiero a las termitas en sí, sino más bien a las partes que ellas habían comido. A los túneles esos que se asemejan un poco al mundo cuando la lluvia lo atraviesa. Cuando la lluvia lo invade, me refiero, y lo llena de agujeros. Y es que esa lluvia sí, te digo. Seguramente sí. Esa sí contaría. Otra no. O no para mí, al menos.

domingo, 3 de agosto de 2025

Hecho, deshecho y hecho.


Se van a llevar a bien. Ahora no, claro, porque existe eso del tiempo, las costumbres y todas esas cosas que vuelven no inmediato lo que –según mi visión, al menos-, sin duda debería serlo. Cuestiones protocolares, podríamos llamarlas, como respirar antes de exhalar, las dos antes de las tres, o como el encuentro sexual antes de la gestación de la nueva vida. Acciones que nos demoran esencialmente, pero que permiten al mismo tiempo fortalecer la ilusión de que somos algo distinto a un continuo. O a un todo. Cuestiones que vienen entonces a cuadricular de cierta forma el espacio en que existimos para que podamos identificarnos cada vez que queramos en una casilla específica en la cual decir que somos –o estamos-, de forma distinta que en otra. Momentos, podríamos llamarlos, aunque desde ya señalo que no creo en ellos, aunque los constato. Es decir, acepto su existencia como la existencia de coordenadas. De líneas imaginarias, si quieren. De tiempo. De causas y consecuencias. O ahí pueden elegir ustedes de qué forma nombrarlas y entenderlas. Así y todo, lo que busco no es complicar las cosas. De hecho, lo que persigo es exactamente lo contrario. Decirles que estén tranquilos. Que se van a llevar bien. Que no hay otra forma, incluso, porque ya está hecho. Hecho y deshecho, si prefieren. Deshecho y hecho.

sábado, 2 de agosto de 2025

A menudo te equivocas y crees que la historia es tuya.


A menudo te equivocas y crees que la historia es tuya. O no tuya precisamente, pero que de cierta forma gira en torno a ti. Es un error común y hasta puede que la palabra error no sea la adecuada. Me refiero a que tienes derecho de creerlo, supongo, durante algún tiempo. A sentirte protagonista y hasta pensar que el libro termina con tu propio fin. Eso hasta que el verdadero fin llega, por supuesto, y entonces te das cuenta que no eres la historia. Que no es tuya. Algo que probablemente intuías, pero que preferías no saber. O no decir, al menos.

Y claro… es triste, hasta cierto punto. O puede serlo, sin duda, para algunos. Sobre todo para aquellos que se niegan a abandonar la idea de la historia propia. Para aquellos que no aceptan que pasaron apenas por el libro ese que en algún momento creyeron propio.

Y es que apenas (con suerte), descubrirán que fueron una nota. Siempre quietos, como un marcapáginas. Uno en medio de un libro ajeno y que probablemente nadie leyó. Y además, marcando algo cuyo significado no llegamos nunca a comprender del todo.

Así y todo, las enseñanzas fueron claras:

No eras tú, el libro.

No eras tú, la historia.

Y no eras tú, tampoco, el centro de la historia.

Es decir, estuvimos ahí, simplemente, en medio de algo.

No en el centro, pero si en medio.

Y nuestra vida, pequeña y breve, se desarrolló ahí.

viernes, 1 de agosto de 2025

Casi justo, al empezar.


“El rey le dijo a Alicia:
«comienza por el principio, luego sigue,
y cuando llegues al final te paras».
Pero ¿dónde está el principio?”
R. F.


*
El mayor problema tuyo es que te paras antes de empezar. Te detienes, quiero decir. Ya sabes, como si hubieses llegado de antemano a algún sitio. No digo que lo creas, necesariamente, pero así se observa, desde aquí. Es un hecho, me refiero. Ni siquiera lo interpreto. Principio, medio y fin, dicen que escribió Aristóteles. No parecía muy difícil. Pero tú, en cambio, te detienes justo antes.

*
Así y todo no me quejo. Yo por mi parte no, al menos. Y es que cuando queremos comenzar, solemos descubrir que ya hemos comenzado. No mucho más atrás, es cierto, pero antes. Y eso es lo que cuenta. La voluntad de. El deseo de comenzar. Y entonces, el comienzo.

*
No te creas. Seguir no es fácil. No importa qué te digan, seguir nunca es por impulso. Es así. Los que dicen otra cosa no saben, simplemente. Seguir es como andar en esas bicicletas de piñón fijo. De esas en que pedaleas todo el tiempo. Seguir es seguir y un poco más, entonces. No importa para qué.

*
Es cierto. Luego está el punto en que te detienes. Ese punto al que llegas, quiero decir. Ese que encuentras sin buscarlo, solo por el hecho de detenerte y dejar de seguir. Y claro, es entonces cuando aflora ese problema tuyo del que hablaba en un inicio. En un inicio como este, por cierto, solo que un poco más arriba. Casi justo, al empezar.

jueves, 31 de julio de 2025

Para no pelear.


I.

Ahora, para no pelear, intentamos solo hablar de temas de los cuáles sea imposible discutir.

No son muchos, en todo caso, así que lo cierto es que cada vez hablamos menos.

Hicimos una lista, de hecho, de la que vamos escogiendo temas al azar, para evitar discrepancias.

A veces, cuando a uno de los dos se le ocurre un tema nuevo nos enviamos un mensaje.

¿Crees que este tema sirva?, nos preguntamos.

Entonces, si estamos de acuerdo, lo pasamos de inmediato a la lista.

Si no, acordamos simplemente decir que no, sin dar ni pedir explicaciones.

Creo, sinceramente, que se trata de un buen método.


II.

Había escrito la lista, para que se hicieran una idea, pero se me ocurrió consultar antes de compartirla y me negaron el permiso.

Pensé en discutirlo y pedir razones, pero al final decidí evitar la disputa.

Además, me dije, ustedes son lo suficientemente listos como para hacerse una idea del contenido de la lista, por sus propios medios.

Espero, por supuesto, no equivocarme.


III.

Todo está bien, en resumen.

Eso me gustaría, al menos, dejarlo claro.

Así y todo, debo confesar que me resulta extraño no discutir en lo absoluto.

No es que lo prefiera, pero encuentro poco natural lo que hoy día nos ocurre.

No es una queja, por cierto, sino más bien una observación.

Y es que todo está bien, como decía.

Todo en su lugar. Inmóvil.

Y un poquito tibio.

miércoles, 30 de julio de 2025

Nunca haría algo así.


“Nunca haría algo así.
Sería indigno.”
R. F.


F. fue donde el dentista hace unos días. No iba hacía años. Le explicó sobre el dolor de dientes, pero al parecer el doctor no le entendió. Por lo mismo, este le hizo algunas preguntas, tecleó unas cuantas frases y luego le dijo que se sentara, mirase hacia la luz y abriese la boca.

-Puede cerrar los ojos mientras mira la luz –agregó el dentista-. O sea, no necesita mirarla en realidad, sino cerrar los ojos y apuntar hacia ella…

F. asintió e hizo lo que el dentista le ordenó. Dejó que hurgaran en su boca largo rato. Luego observó cómo el dentista observaba las radiografías que se había tenido que tomar antes de la atención.

Finalmente, el doctor le pidió que se enjuagara.

Entonces, volvió a hacerle otras preguntas.

Lo complejo del caso, por cierto, es que a F. no le dolía un diente o una muela en particular. Pero tampoco se trataba de una cuestión de sensibilidad general. De hecho, gran parte de la conversación fueron comparaciones a través de las cuáles F. intentó comunicar cuál era el tipo de dolor que sentía.

Sus palabras, sin embargo, no lograron iluminar la comprensión del dentista.

-Le recetaré algo mientras –le dijo a F., luego de un par de minutos-. Debiese aliviar el dolor momentáneamente, pero es importante que descubramos desde dónde nace. Sus rutas… No sé si me entiende…

-Entiendo –dijo F.- Debemos descubrir dónde nace el dolor y qué caminos toma.

-Exacto –dijo el dentista.

Luego anotó unas últimas observaciones y le extendió unos papeles a F. Una receta y una orden para nuevos exámenes, para ser exactos.

F. se puso de pie y se despidieron.

De camino a casa pasó a una farmacia y compró el analgésico que le habían recetado.

Le retuvieron la receta.

Ya en su casa, esa misma noche, botó la orden para exámenes, decidiendo que sería inútil ir.

Se paró frente al espejo y observó.

Sus ojos, primero, y luego sus dientes.

-Nunca haría algo así –se dijo.

Luego se lavó los dientes, y se acostó.

martes, 29 de julio de 2025

En lo absoluto.


“Yo no entendía nada, pero me quedó algo parecido
a la sensibilidad hacia un color determinado”
A. B.


Ella me cuenta que vivió casi quince años en una casa que tenía vidrios de colores. Nada de vitrales, ni diseños exclusivos ni nada parecido, sino más bien tonos rojizos y otros cercanos al sepia, debidos a la mala calidad de los vidrios.

-Unos tíos construyeron la casa, ellos trabajaban en construcción y se llevaban materiales sobrantes o algunos con rebaja –me cuenta.

En esa casa, por cierto, vivió durante su época escolar, cuidada por sus abuelos, hasta que uno de ellos murió y ella decidió entrar a trabajar en una ciudad cercana, y arrendar una casa pequeña junto a un grupo de amigas.

-Recién entonces me di cuenta lo distinto que era vivir en una casa con ventanas transparentes –me dijo-. Me resultaba extraño. Molesto, incluso. No lo entendí de inmediato, pero poco a poco comencé a darme cuenta que era eso lo que me incomodaba… La sensación de que dentro de la casa todo se veía igual que afuera… con la misma luz… Era la primera vez que sentía que vivir en una casa era algo absurdo, incluso artificial… Una especie de caja simplemente para crear la ilusión de un adentro distinto a un afuera…

Debo reconocer que me costó entenderla, cuando hablamos.

Aunque claro, tampoco es que me haya esforzado mucho.

De hecho, la escuché por obligación, mayormente, mientras esperábamos a un grupo de amigos en común.

Luego de esa charla, de hecho, no volví a hablar con ella y no recordé sus palabras hasta que supe lo que le ocurrió, hace unos días.

Y sí, debo reconocer que aquello también fue extraño, pero no me sorprendió.

Y es que sentí, entonces, que podía verla a través de un filtro, que me permitía comprender mejor sus decisiones.

-No nos vas a decir lo que sabes –me preguntaron entonces.

-No –contesté-. En lo absoluto.

lunes, 28 de julio de 2025

Para decirte algo.


I.

Quédate un rato más, cuando se vayan todos, para decirte algo.

Eso me dijeron, una vez.

Y yo me quedé, por supuesto, esperando un mensaje trascendente.

Horas después, se fueron todos.

Y yo esperé.

Pero nada hubo, sin embargo, de aquello que me habían prometido.

No es que me queje, en todo caso…

Aunque en ese entonces sí.

Y, según recuerdo, me deprimí un poco.



II.

Así, deprimido, recuerdo también que dejé de esperar.

Y cuando hice eso comencé a observar el entorno.

Recorrí el lugar.

En un mueble, descubrí varios libros en portugués.

Nada que me llamase la atención, salvo un libro de cuentos, relativamente pequeño.

Leí uno de los relatos, entonces, haciéndolo sonar.

Era un libro, recuerdo, de Rubém Fonseca.



III.

Probablemente no ocurrió exactamente así.

Pero debe haber sido más o menos de esa forma.

O sea, lo que quiero decir que mientras leía el libro de Fonseca, alguien me habló.

Alguien fuera del libro, me refiero.

Ya no recuerdo si era o no la persona que había estado esperando.

Pero el caso es que me habló.

Debo haber escuchado, ciertamente, pero no recuerdo qué me dijo.

Nada trascendente, supongo.

Mientras escuchaba, guardé el libro de Fonseca en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Terminé de escuchar.

Y me fui.

domingo, 27 de julio de 2025

Sin la piel la carne se desparrama.


I.

Sin la piel la carne se desparrama.

Uno se imagina que se queda quieta, adherida al hueso, pero no es así.

No hablo de trozos de piel, hablo de la totalidad, por cierto.

Y cuando hablo de la piel hablo también de un nombre, y hasta de la ilusión de saber quiénes somos.

O qué.


II.

No está tan mal, desparramarse.

Sacar las cosas de la bolsa, simplemente… o dejar caer las cartas.

No es lo que esperamos, es cierto, pero también es cierto que esperamos sin saber.

Y es que la esperanza nos confunde, como la sangre en uno cuando no es nuestra.

Es normal que pase, en el fondo, quiero decir.

Después de todo, la piel no está ahí para quedarse y desparramarse no es tan malo.

Es solo una forma nueva, al fin y al cabo.

Otra forma, entonces.

Y otra voz.


III.

Sin la piel la carne se desparrama.

Y sin la carne, luego, los huesos se dejan caer.

Es algo así como el ciclo natural que nos lleva a vernos.

A hacernos conscientes, me refiero, de lo que somos y dejamos de ser.

Todo sobre la tierra, como las ropas de una maleta que se ha abierto de golpe.

No hay palabras dentro, descubrimos entonces.

Aunque rebusquemos no hay palabras.

Y de la sangre no hablo, decido, para no tener que sangrar.

sábado, 26 de julio de 2025

Me quedé pensando en la palabra más fea (o, cómo nace una canción)


Al final no se me ocurrió, es cierto.

Pero me quedé igualmente pensando en la palabra más fea.

No minutos ni horas, sino días enteros me quedé pensando.

Y pudo ser hasta una vida, incluso, si no me hubiese rendido a tiempo.

No es que hubiese cambiado mucho, pero ese tipo de búsqueda agota más que cualquier otra.

Así que me agradezco a mí mismo por haber tomado a tiempo la decisión de rendirme.

Y no haber gastado, de esa forma, el corazón.



El problema no es buscar, por cierto, sino buscar en el pensamiento.

Y es que buscar en el pensamiento (con pensamiento), es como escarbar la tierra con manos de tierra.

A lo que me refiero es que de esa forma uno se desmorona y no sabemos ya dónde estamos o dónde hemos quedado.

Y puede que sea lindo, es cierto, pero por ahora (al menos) no es para mí.



Fue entonces (cuando comprendí aquello) que surgió en mí el deseo de hacer una canción.

Poco importaba el ritmo o la letra, pero al menos (me dije) ya tenía el título y el coro:

Me quedé pensando en la palabra más fea.

Y ella, probablemente, se quedó pensando en mí.

viernes, 25 de julio de 2025

En un barrio en que vivía.


I.

Ocurrió hace más o menos quince años, en un barrio en que vivía. En él, había un perro callejero que dormía en una plaza, en la que los niños iban a jugar. Era una plaza pequeña, con apenas un par de bancos y tres o cuatro juegos, de metal.

No sé cómo llego ahí, pero el caso es que en la plaza vivía este perro. Recuerdo que incluso alguien le llevó una casa de madera, que quedó en un rincón del lugar. También tenía un plato para agua y otro para comida, que de vez en cuando alguien llenaba.

Indiana Jones, llamaron a aquel perro.


II.

Lo llamaros así, según entiendo, porque el perro encontraba siempre algunos objetos. No de importancia arqueológica, claramente, pero sí extraños y sobre todo antiguos, sin que nadie supiera dónde los encontró.

Así, como a los que iban a la plaza les hacía gracia, el perro se acostumbró a acercar esos objetos a los visitantes, quienes lo felicitaban por el hallazgo, dándole por lo general algún pequeño premio.

Cosas para comer, principalmente, o alguna caricia en el lomo, al menos.

Fui testigo de aquello, por supuesto, en varias ocasiones.

Aunque nunca, ahora que lo pienso, me detuve a observar.


III.

Un teléfono viejo, una cruz de madera y hasta un ojo de vidrio.

Cosas así era las que encontraba Indiana Jones.

Algunas de esas cosas quedaban en su casa, pero otras se las llevaban los visitantes, o las botaban simplemente.

Un rosario, un ángel de porcelana y una antigua radio a pilas.

Eso era más o menos lo común.

Lo de los huesos, la placa de dientes y lo que pareció una peluca, fue más bien un exceso.

Abusó de su suerte, digamos, como a veces nos pasa a todos.

Como consecuencia, fue sacrificado y su historia se reinterpretó.

Y hasta el nombre, según creo, le cambiaron.

jueves, 24 de julio de 2025

Arañas radiactivas.


Existen las arañas radioactivas. Son negras, pero se las ingenian para brillar. Así, en la noche, podemos verlas igualmente y hasta parecen azules. Eso es lo que declaran, al menos, la mayoría de quienes (de noche) las han visto. Los testigos, en todo caso, no siempre saben que aquello que describen son arañas radioactivas. Hablan simplemente de bichitos azules, luminosos. O hasta de puntitos movedizos, como de metal. Extrañamente, a pesar de lo extraño de aquello que describen, ninguno de ellos se muestra asustado o preocupado al describir lo visto. De hecho, varios declaran que aquella fue una noche agradable y tranquila. Y es que la misma noche, según ellos, se percibe menos oscura cuando se observan en ella arañas radioactivas. Esto último, por cierto, no lo dicen expresamente pues desconocen que se trata de arañas. De igual forma, no parecen percatarse que las preguntas que les realizamos, son en realidad parte de un interrogatorio para determinar el efecto que causan las arañas radioactivas en los sujetos que las perciben. De eso me doy cuenta incluso yo, que no estoy en contacto directo con los testigos, sino que transcribo simplemente sus observaciones. A veces, cuando lleno los informes, me encuentro también con frases de los investigadores, que parecen sospechar algo extraño en las declaraciones de los sujetos. Que ocultan algún tipo de contacto (con las arañas radioactivas), o hasta que han sido picados por ellas, sin saberlo. Esto no lo dicen, por cierto, pero se trasluce en sus palabras. O así al menos, lo interpreto yo.

miércoles, 23 de julio de 2025

Mentimos sin saber.


I.

Mentimos sin saber.

Eso es lo que ocurre.

No hay mala intención, quiero decir.

Únicamente desconocimiento.

De todas formas, no es excusa.

Constato lo que ocurre, simplemente.

Y admito, por supuesto, que hay engaño.

No dolo, reitero, pero sí engaño.

Eso es, simplemente, lo que ocurre.

Permanecemos y avanzamos, como todos.

Decimos –a veces-, y callamos.

Eso hacemos, en resumen.

Mentimos sin saber, quiero decir.

Y no deseamos mal a nadie.


II.

Mentimos sin saber.

Sin saber que mentimos, me refiero.

De hecho,
tampoco es que sepa a ciencia cierta,
cuando decimos la verdad.

Y es que todo esto se descubre, a fin de cuentas,
con el paso del tiempo.

Y la dirección con que pasa
(y la premura)
viene a enseñarnos entonces
la naturaleza de aquello, que hemos dicho.

¡Cuánta sorpresa hay en aquello…!

¡Cuánta extraña naturaleza!

Mentimos sin saber.


III.

Mentimos sin saber.

Tanto que mi nombre, a veces,
llega a ser parte de las mentiras.

De todas formas, como yo tampoco sé,
sigo volteando ante prácticamente
cualquier nombre.

Y claro, a veces resulta que sí era a mí
a quien llamaban.

En esas ocasiones, por cierto,
ellos suelen acusarme,
de algo que no sé.

Por eso, finalmente, es que yo paso a defenderme.

Ocurre que mentimos sin saber, les digo entonces.

Y no deseamos mal a nadie.

martes, 22 de julio de 2025

Para ver.


L. estaba orgulloso de tener un padre que había sido boxeador. Había juntado fotos que le gustaba mostrar, y sacaba el tema ante cualquier oportunidad. Había peleado por algunos campeonatos, al parecer, aunque nunca salió campeón. Poco después de retirarse, había muerto en un accidente de tránsito.

-Yo estaba saliendo del liceo cuando murió –cuenta L.-, pero igual lo alcancé a ver de pequeño en varias peleas. Recuerdo que perdió más que ganó, pero por poca diferencia. En la última que perdió, en todo caso, quedó mal.

L. nos cuenta entonces que su padre debió retirarse tras la última pelea. Tuvo convulsiones en el ring y hasta estuvo en coma por casi una semana, luego de aquello.

-Fue por ese entonces que conocí a Daredevil –nos contó-. O sea, que descubrí el personaje… Si mi papá moría y yo quedaba ciego iba a ser igual, pensaba. De todas formas, como no quería desgracias reales, comencé a entrenarme y hacer movimientos acrobáticos con los ojos vendados...

-¿Y resultó? –preguntamos.

-Para nada –nos dijo-. Un día entrenando le pegué a mi mamá y le quebré la nariz. Yo estaba vendado, por supuesto, y no vi nada. Al final, mi padre era el más molesto por la situación, y no porque no le gustase que yo entrenara, sino porque le molestaba que me vendara los ojos… son para ver, decía, los ojos… son para ver.

-¿Y se te olvidó entonces lo de entrenar y ser Daredevil?

-Sí… -comentó-. Al principio seguí entrenando y vendándome a escondidas, pero poco después fue lo del accidente de mi padre y decidí parar. Nada más de entrenamientos ni de ocultar los ojos, me dije. Son para ver.

lunes, 21 de julio de 2025

El mundo espera.


I.

-El mundo espera –me dijo.

-¿El mundo es pera? –pregunté.

-No, el mundo espera, de esperar –me contestó.

Lo procesé un par de segundos.

-Entiendo –dije entonces.

-Ahueonao –comentó.


II.

Pasados unos minutos, intenté retomar el tema.

-¿Qué espera? –pregunté.

-¿Qué cosa?

-El mundo, como decías… ¿qué es lo que espera?

-¿Qué es lo que espera el mundo?

-Sí.

-Pues el mundo espera que las cosas sean devueltas a su sitio-, me dijo.

Tras sus palabras, me quedé en silencio otros segundos.

Varios más, en realidad.

Como quinientos, calculo (aunque no los conté).

Todo por no volver a quedar de ahueonao.


III.

-Entiendo el punto –dije entonces-. No creas que no… Pero si quieres que todos te entiendan tal vez debieses explicar un poco más tus afirmaciones.

-No quiero que todos me entiendan –dijo.

-Ya –dije yo- Entiendo.


IV.

Fui al baño.

Saqué el celular y en un buscador cualquiera pregunté directamente qué quería decir que el mundo espera que las cosas vuelvan a su sitio.

Me dirigió a una noticia en que se piden que devuelvan los moáis, a un ensayo sobre la lógica del sentido de Deleuze y hasta a uno de los diálogos de Platón (creo que Fedón, sobre la inmortalidad del alma).

Como no me sirvió, le consulté luego a la IA.

Me contestó varias cosas que parecían hablar de equilibrio, de restauración o hasta de corrección de algo que no entendí.

Justo cuando le volvía a pedir que lo explicara de forma más sencilla escuché que me llamaban desde fuera y me preguntaban si todo estaba bien.

-Todo –dije-. Salgo de inmediato.

Por último, cuando salí, como debía retomar mi estatus, señalé:

-Estaba ayudando a poner las cosas en su sitio… ya sabes… para que el mundo no espere tanto.

-No te lavaste las manos -, me dijo, en vez de celebrar mi frase.

Yo volví a lavármelas.

Me las sequé.

Y entonces volví a salir.


V.

Seguimos hablando.

Yo volvía al tema ese del mundo una y otra vez, para entender del todo.

Solo como en mi sexta pregunta, me respondió tajante:

-Cuando cada cosa del mundo sea puesta en su sitio correcto, todo estará hecho. Y el mundo dejará de esperar.

-¿Y qué es lo que hará cuando deje de esperar? –pregunté ahora.

-Pues eso, dejar de esperar –respondió, como si fuese lo más obvio.

-De acuerdo, pero uno espera para algo…

-Claro… -me dijo-. ¿Y para qué crees que espera el mundo?

-Para ser él mismo con sus cosas bien ubicadas –dije entonces, sin pensarlo.

-Exacto –me contestó, alegre-. O para comenzar a ser el mundo por primera vez, y dejar de ser lo que era.

-Claro, entiendo –dije a mi vez, riendo-. No soy ahueonao.

domingo, 20 de julio de 2025

Para no hablar de lo mismo.


*
Para no hablar de lo mismo hablamos de casi lo mismo. Mismo tema, digamos, pero con variaciones. Pequeñas, es cierto, pero variaciones, al fin y al cabo. Todo, como decía, para no hablar de lo mismo. No exactamente, al menos.


*
No es que planifiquemos con tiempo las variaciones o las diseñemos con excesivo arte. Solo nos preocupamos de alejarnos un poco de las áreas demasiado recorridas. Lo contrario que hacen esos autos de carrera que toman y toman las curvas en el mismo sector que el auto anterior. Evitamos esas zonas, desgastadas, entonces. O lo intentamos con maniobras no siempre pulcras. Por lo mismo, a veces ocurren accidentes y nos salimos de pista y nos volcamos sin más.


*
¿Por qué no podemos hablar de lo mismo?, me preguntó un día uno de los volcados. ¿Por qué es malo?, se quejaba. Entonces yo observé a los demás pensando que iba a encontrar apoyo o que incluso alguno podría responder por mí. Lamentablemente, lo que encontré fueron miradas de duda, molestia y en el mejor de los casos, cansancio. Solo reproches, en resumen, fue lo que encontré. Hagan lo que quieran, les dije. Yo nunca obligué a nadie. Luego, me marché.


*
No me reúno con ellos desde entonces, pero los observo desde lejos. Debo reconocer que los noto más alegres y relajados, aunque de igual forma siento que algo en ellos no está bien. Por su parte ellos, si me ven, fingen que no lo hacen. O que no me conocen, si me ven. No lo considero justo, pero lo prefiero así. Después de todo, la vida se gasta, aunque no la usemos. Allá ellos.

sábado, 19 de julio de 2025

Lo que me cuenta un colega.


No sé si es triste, pero supongo que sí.

Lo que pasa es que revisé las pruebas de tres cursos distintos con las claves cambiadas y no pasó nada.

O sea, hubo un montón de notas deficientes, es cierto, pero fue un poco como siempre.

De todas formas, las preguntas de desarrollo las leí y revisé bien, en todo caso, pero todas las demás, que eran de alternativas, lo hice empleando las claves equivocadas.

Eran pruebas de análisis de texto, por cierto.

A lo que voy es que revisé las pruebas mal, luego las entregué y coloqué las notas.

Los estudiantes ni siquiera las miraron y no recibí ningún reclamo.

Días después, revisando una prueba atrasada descubrí el error.

Pedí algunas pruebas a otros estudiantes y lo comprobé, para estar seguro.

No les dije nada a ellos, en todo caso, mientras investigaba.

Pensé en corregirlo, para todos, pero finalmente desistí.

Decidí esto mientras los observaba y comentábamos, justamente, sobre el libro leído.

No era una mala clase, supongo, pero debo reconocer que era tibia.

Las palabras, la situación… no sé.

Supongo que todo en realidad me pareció tibio.

No sé si es triste, elijo decir, pero lo cierto es que sí lo sé.

Sinceramente, preferiría no saberlo.

viernes, 18 de julio de 2025

Una cuatro por cuatro.


-¿Te conté que en el sur, el año pasado, me compré una cuatro por cuatro?

-¿Una camioneta?

-No po, hueón, acuérdate que soy pobre... Una casita pequeña, de dieciséis metros cuadrados.

-¿En serio…?

-Sí po, una especie de cubo, en realidad, de madera… como vivienda de emergencia… Las usan más de bodega en realidad, pero para mí está bien.

-¿Y dónde la pusiste…? ¿Tenías un terreno o algo?

-Me dieron el dato de un terreno de unos tipos que se fueron a Australia y vuelven como en cinco años… Es por la carretera austral, un lugar medio abandonado, pero todo bien. Hasta pasa un arroyo cerca. Así que tengo como cinco años pa vivir ahí.

-¿Te vas a ir, entonces?

-Sí po, hueón, si ya me fui… O sea, ya viví casi un año allá, ahora ando de visita no más, para llevarme unos libros y otras cosas…

-¿Estás escribiendo allá?

-Un poco… O sea, terminé un libro de cuentos y comencé otras cosas, pero al final nada que me convenza…

-¿Y valió la pena, entonces?

-¿Qué cosa?

-Si valió la pena estar allá, viviendo incómodo… no sé… ¿No estabas mejor acá?

-Estar es estar, da lo mismo dónde. No es que me las dé de filósofo ni nada parecido, pero supongo que en el fondo uno está cómo o incómodo con uno mismo, nada más… el resto son hueás, no más… como esos diálogos hueones que a veces algunos publican como cuentos, creyéndose profundos…

-…

-Un día de estos te mando alguno, si quieres… Para que veas que a veces engañan, pero no terminan llegando a ningún sitio.

jueves, 17 de julio de 2025

Ella escribió un libro en esos años.


Ella escribió un libro en esos años.

Un libro cuyo contenido fue escribiendo poco a poco, y sin buscarlo.

Así me lo explicó, al menos, cuando volvimos a vernos, después de mucho tiempo.

Esto fue lo que me dijo:

El libro trata de todo aquello que aprendemos, aunque no queramos.

De hecho, minutos después comprobé que así mismo se llamaba el libro.

“Lo que aprendemos, aunque no queramos”, leí, en su portada.

Ella abrió un bolso y me lo mostró.

Era un libro pequeño, aunque bastante grueso.

En su cubierta tenía también una ilustración abstracta, con tonos cercanos al lila.

Y más abajo estaba su nombre.

De verdad es tuyo, le dije.

Ella asintió.

Luego me entregó el libro.

Lo hojee un poco, con cuidado.

Leí algunas frases sueltas.

Luego lo cerré.

Cuando fui a devolvérselo ella detuvo mi mano.

Es tuyo, me dijo, sonriendo.

Si quieres puedo dedicártelo.

Probablemente pensó que aceptaría, pero me negué.

Amablemente, es cierto, pero me negué.

Gracias, pero si me lo llevo no voy a leerlo, le dije.

Además, si habla de cosas que ya aprendí, puede que sea innecesario.

Ella me miró, confusa.

Tal vez, incluso, algo molesta.

Tomó el libro, lo observó y luego volvió a meterlo en el bolso.

Para no incomodarla más, dije que debía irme y me despedí.

Así es, le dije, aunque no queramos.

miércoles, 16 de julio de 2025

Ya dije, lo que digo.

“Cada cosa dice cada cosa
y todo lo dice todo”
L. M.


I.

Ya dije, lo que digo.

Yo y otros.

Insisto, sin embargo, porque soy yo.

Porque así soy yo, quiero decir.

De esa forma.

Además, la voz del otro no habla desde mí.

Hace daño, tal vez, pero desde otro sitio.

Sangras si te hiere, pero no es sangre.

Esa voz, me refiero, no es sangre.

Mi voz sí.

Aunque diga una y otra vez algo que ya dije.

Siempre es sangre, mi voz.

Sangre mía.

Y cada sangre es nueva.



II.

No duele, ser sangre.

De hecho, ninguna cosa, duele ser.

El dolor existe, pero siempre en otro sitio.

Luego llega, es cierto, pero no me quejo.

No de eso, al menos.

Me digo que es algo que tiene que pasar, de un modo u otro.

Simplemente es eso.

Eso me digo.

No sé, sin embargo, si eso está bien.



III.

No habla sola, la voz.

No habla sola, pero casi.

A veces pienso que sí, pero la escucho y descubro que soy yo.

Y recuerdo que, sin duda, ya he escuchado lo que dice.

Una y otra vez, probablemente, y desde distintos puntos.

Desde cada borde, por ejemplo.

Y desde mis innumerables centros.

Es cierto.

Mi voz ha dicho todas las palabras, menos mi nombre.

martes, 15 de julio de 2025

Y no te queda.


Está molesto.

Eso dice.

Yo no entiendo.

Habla de lana, de tejidos y no sé.

No es contra mí, pero me cuenta.

No habla bien, en realidad.

No ordena lo que dice, me refiero.

Como yo, un poco, solo que en su caso está nervioso.

Acelerado.

Sus palabras se atropellan.

Como cuando te tejen algo, dice.

Es como si te tejieran algo y no te queda.

Pensando en ti, lo hacen, pero no te queda.

Yo escucho.

Y eso es lo que transcribo, al menos, después de diez minutos.

Le consulto entonces si eso es lo que ocurre.

O lo que dijo.

Él asiente.

Luego vuelve a hablar.

Y claro, yo vuelvo a intervenir para ordenar sus palabras.

No piensan en ti sino en otro.

No en otro totalmente otro sino más bien en otro tú.

Eso es lo que entiendo, al menos.

Y entiendo que se ofende.

Dejan de verte, sigue.

Y no por otro, sino que te confunden.

Te sobrescriben.

No te leen.

De eso sé, le digo, luego de un rato.

Sé que no es lo mismo, exactamente, pero eso digo.

Intento mostrarme comprensivo.

No porque soy bueno, sino para irme, simplemente, del lugar.

Lo observo.

Funciona un poco, me parece.

Sigue molesto, esta vez, pero no tanto.

Pasan uno o dos minutos.

No te tejen, dice ahora, más calmado.

O sea, te tejen, pero no te ven y ya no sé si es lindo.

Yo le doy la razón.

Me preparo para irme.

Guardo mis cosas y me pongo de pie.

Él hace un gesto de despedida.

Yo me largo.

lunes, 14 de julio de 2025

De aquella forma.


Me dejaron a solas esa vez. Dijeron que confiaban en mí. Que yo sabía lo que hacía. Por lo mismo, nadie cuestionó la decisión. Yo mismo pensé que sería mejor de aquella forma. Además, pensaba que estar solo estaba bien. O al menos no más mal que estar con otros. O con alguien. Todavía lo pienso, de hecho, de esa forma. Es cierto. Eso pienso. O lo hago al menos, hasta cierto punto. Me refiero a que es cierto que sé lo que hago. Y que puedo hacerlo una y otra vez incluso cuando la finalidad de todo aquello no se ve muy clara. Hasta ahí, entonces, no parece haber mayor problema. Ninguna dificultad más allá del desgaste natural, quiero decir. Y prácticamente ningún daño. En la superficie no, al menos. Tampoco en aquello que he terminado por hacer. Llamémosle “producto”, esta vez, para entendernos. Y pensemos que esos productos, una vez hechos, los apilo en columnas en esta misma habitación. Columnas altas, pero apoyadas unas en otras para que no caigan. Siempre contra la pared, además. Con una leve inclinación opuesta una con otra para que se afirmen entre sí. Una vez hechas, estas columnas –aunque lo que hago en realidad son los productos-, las observo y me disculpo ante ellas porque solo soy yo. Lo que pasa es que me dejaron a solas, les digo, consciente de que parece una queja. Confían en mí como yo en ustedes, agrego. Sé que saben lo que hacen.

domingo, 13 de julio de 2025

Las vendas.


Cuando le quitaron los vendajes no sintió el alivio que esperaba. No en relación al dolor, que ya había desaparecido desde hacía varios días, sino en algo que le era difícil de explicar, y que podía relacionarse, tal vez, con volver a verse a sí mismo. En liberar su piel o simplemente sentir mayor comodidad al momento de mover libremente su brazo izquierdo. O eso, más o menos, fue lo que explicó.

-¿Entonces quieres que te vuelvan a vendar? –le pregunté.

-Claro que no –contestó-. Pero lo que digo es que me siento incómodo. Que esperaba una especie de alivio y que al final no pasó…

Mientras hablaba, se detenía por momentos a observar y tocar su brazo. Incluso lo movía y lo estiraba, de vez en cuando.

-A lo mejor el problema es el otro brazo –le dije entonces-. Ni siquiera lo miras. Lo ocupas simplemente para acercar tu mano y tocar el otro.

-¿Dices que también debo mirarlo?

-Digo que si no lo miras ya es tuyo –contesté-. Parte de ti. Lo de uno es de uno si no lo miras… si no vas hacia el como si fuese otra cosa…

Él quedó en silencio unos segundos.

Debo reconocer que lo dije un poco por joder, pero él pareció pensarlo seriamente.

-Entonces… -dijo-, es como si al verlo todo el resto de mi cuerpo estuviese vendado, como si eso fuera lo único que ha salido de las vendas…

No le entendí.

-Claro… -siguió diciendo, como si hubiese comprendido algo-. El dolor nos saca de esas primeras vendas, luego te cubren con otras y finalmente sacas fuera esas vendas hasta que las otras, las naturales, comienzan a cubrirte otra vez.

-Eso mismo –dije yo, aunque solo fue por terminar con aquello.

-Entiendo –dijo. Y me miró.

sábado, 12 de julio de 2025

De un extremo a otro.


J. estaba en una estación de metro. En una estación terminal. Debía hacer tiempo para reunirse con una compañera de trabajo que se había atrasado unos minutos. Por eso, mientras esperaba, comenzó a fijarse en el lugar.

Observó, por ejemplo, que el tren en este caso no se cambiaba de rail. Llegaba hasta la última estación y luego, simplemente, el conductor salía de la cabina de comandos de un extremo y caminaba hasta llegar a la cabina del otro. Así, si un pasajero se quedaba dentro de su vagón, no debía realmente hacer nada. Es decir, podía permanecer en su mismo lugar y momentos después iría en la otra dirección. Como una imagen en retroceso, nada más, solo que con el tiempo avanzando en el orden correcto. Era algo simple, por supuesto, pero a J. le pareció extraño. Incluso misterioso. Como si todo aquello fuese un símbolo que no lograba comprender.

Mientras pensaba en esto, pasó algo así como un minuto. O dos, máximo. Entonces observó al conductor. Detenidamente, me refiero. Como si en él estuviese la clave. El conductor era un adulto bastante joven, que avanzaba distraído, mirando su celular.

No sabe lo que hace, se dijo J. Probablemente no sabe la importancia de lo que hace.

Justo entonces, sin embargo, el conductor volteó y miró a J. Fijamente, pero sin dejar de caminar. Como si hubiese escuchado sus pensamientos. Como si bajo cierta complicidad le respondiese que sí sabía, pero fingía. Un poco como todos.

De un extremo a otro, simplemente, se dijo ahora J. Y poco más.

viernes, 11 de julio de 2025

Más que suficiente.


Ocurrió un día en el teatro municipal. Hace muchos años, por cierto. Yo había sacado abonos en ese tiempo, e iba prácticamente a todo lo que realizaban. Dos o tres veces por semana, asistí, durante algunos años. Por lo mismo, entre tantas visitas, terminé conociendo a varias personas que trabajaban en el lugar. No diré que forjamos amistades profundas, pero al menos hablábamos de otros temas y hasta me dejaban ingresar a ver ensayos y otras preparaciones. A veces iba a leer, simplemente, mientras ellos ensayaban. Fue en una de esas ocasiones que me topé con un ensayo especial. Era un ensayo exclusivo para el funcionamiento de los decorados y la escenografía, que debía ocuparse en una ópera. Todo automatizado, por cierto. Distintos tipos de iluminación, aparición de cosas que emergían, otras que desaparecían y un sinfín de movimientos en el decorado. Todo a tiempo real, me parece, sin que escuchase yo palabra alguna. Sin que viese tipos moviéndose de un lado a otro. Tres horas aproximadamente en que las cosas aparecían y desaparecían del escenario, como una flor mecánica que se abriese y se cerrase. Un espacio en el que no había hombres, sino cosas. Una naturaleza profundamente bella, aunque artificial. Una belleza distinta, digamos, pero extrañamente completa. No le faltaba nada, pensé, mientras observaba. Recuerdo haber quedado maravillado con eso, hasta que se apagaron las luces. Y aquella sensación permaneció hasta que volví a escuchar voces y ver siluetas de personas, que contaminaron el lugar. Así y todo, sentí que al menos había descubierto una belleza que desconocía. Y eso, por supuesto, ya era más que suficiente.

jueves, 10 de julio de 2025

Redención de la materia.


"Los accidentes de la realidad
y la redención de la materia..."
L. M.


Estábamos hablando desde hacía unos minutos, pero en realidad no le prestaba mayor atención.

-No sé bien –dijo entonces-, pero a veces siento que el momento ese llega y uno no está preparado… supongo que a ti te habrá pasado.

-¿Qué momento? –le pregunté.

-Ese momento –me contestó-, el momento del que estábamos hablando, frente a las cosas que de pronto se revelan…

-¿Se revelan o rebelan? –pregunté ahora, intentando conectar, y haciendo un gesto en el aire dibujando la grafía.

-Probablemente de las dos –señaló-, se despiertan, se muestran y al mismo tiempo es un acto rebelde, que nos acobarda un poco…

-No te entiendo –confesé.

-Ya sabes, lo que hablábamos antes… -siguió-, cuando están frente al cuadro, por ejemplo, y este se vuelve consciente que lo están mirando… o cuando lees el libro y de pronto el libro se da cuenta que lo estás leyendo… Cuando la acción ocurre realmente quiero decir, y el objeto ese te mira de frente, descubriéndose…

-Espera… ¿siendo descubierto o descubriéndose?

-Ambas –dijo-. Y revelando y rebelándose, también.

Dejé pasar unos segundos para ordenar aquello que me decía. Sin intuir siquiera su propósito.

-Es entonces cuando el proceso te devuelve esa consciencia a ti –dijo ahora-. Cuando el objeto es consciente y descubres que tú mismo no eres tan consciente de ti como ese objeto. Te descubres como una cosa observadora, quiero decir, pero carente de algo, como el cuadro o el libro…

Me quedé en silencio nuevamente pues no supe qué decirle.

-Piénsalo así –concluyó, con un tono sereno-, ¿de qué eres consciente cuando eres consciente de ti mismo?

Y claro, yo lo pensé.

Sinceramente, lo pensé.

Pero no supe qué decirle.

miércoles, 9 de julio de 2025

El resultado de un cálculo.


Es lógico, si lo piensas.

Es el resultado de un cálculo, quiero decir.

Es un trabajo arduo, por supuesto, y hasta podríamos decir que irrealizable, pero al mismo tiempo muy concreto y fidedigno.

Y es que, para calcularlo, uno debiese tener registro de todas sus trayectorias.

Desde el nacimiento, incluso, aunque estas aparentemente no hayan sido resultado de nuestra voluntad.

Todos los movimientos realizados a lo largo de nuestra vida.

Hoy se podría, en todo caso.

Imagina un GPS simplemente, desde que naces, marcando tus recorridos.

Todos los años de tu vida, en cada momento, todos y cada uno de tus desplazamientos.

No para registrar un mapa de calor ni para estudiar patrones en tus tránsitos, sino más bien para descubrir otra cosa.

Ya casi al final de tus años, quiero decir, hacer ese cálculo y descubrir cuál fue ese punto del cuál te alejaste toda tu vida.

Ese al que nunca te acercaste, que evitaste incluso, pues tus recorridos marcan que, apenas te acercabas, tomabas la dirección contraria.

No digo que sea un punto cercano.

Puede que estuviese a miles de kilómetros, incluso, pero lo importante es que te alejaste de él.

Inconscientemente, tal vez, puedes pensar, aunque yo pienso lo contrario.

De hecho, yo pienso que al final –o cerca del final, más bien-, hay que ir hacia ese punto.

Un punto geográfico, en principio, pero para descubrir en él algo más.

Algo que, imagino, puede revelar algo importante y hasta clave en el sentido que damos a nuestra vida.

Un descubrimiento trascendental, como pocos.

Trascendental, pero lógico, en el fondo.

Y esencialmente concreto.

Algo así como un punto ciego que debes descubrir.

Un verdadero punto de fuga.

martes, 8 de julio de 2025

Por ahí, dando vueltas.


Anda todo el día por ahí, dando vueltas. O yo al menos la veo así. Tal vez un poco nerviosa, interpreto, por el ritmo que ella lleva. Siempre intentando parecer compuesta, caminando con algo al lado que no recuerdo bien qué es. No algo que ella lleve o arrastre, sino más bien algo que la acompaña. Algo así como un perro, pienso yo. Aunque si me esfuerzo en recordar no creo que sea un perro, realmente. La verdad es que no recuerdo bien. De igual forma, para que vaya con ella, ese algo debe ser en realidad algo vivo. Algo con la voluntad de seguirla, me refiero, o de acompañarla. No un perro necesariamente, pero tal vez algún tipo de animal. De cualquier modo, no es que vaya exactamente al lado. Me refiero a que más bien va siempre medio paso detrás. O hasta un paso. No exactamente detrás, sino como en diagonal. Al lado, pero un poco detrás. Justo lo suficiente para que ella no lo perciba del todo. No digo que ese algo se esconda, en todo caso. Ni que la siga de mala forma. Pero si uno la observa con atención, ella parece no darse cuenta. Quiero decir que ella camina siempre enfocándose en otra cosa. Algo lejano, al parecer. Sin notarlo, me refiero. O eligiendo no mirarlo, en todo caso. Uno no tiene cómo saber. Además, ella descoloca porque cuando se da cuenta que la observas te mira también de vuelta y su mirada es extraña. No se detiene al mirarte, no cambia el rumbo, pero abre los ojos como si quisiera decirte algo. Si alguien no estuviese acostumbrado a verla yo creo que pensaría que está, de cierta forma, pidiendo ayuda. O sea, no es que yo la conozca, pero la veo mucho, como te decía antes. Siempre por ahí, dando vueltas. O yo, al menos, la veo así.

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