martes, 28 de octubre de 2025

En la mesa, junto a los otros.


Estás ahí, en la mesa, junto a los otros. Todo es amable, o al menos así lo parece. Amable, es cierto, aunque algo extraño. Ellos hablan de cosas que no recuerdas. Por ejemplo, nombres que te suenan a algo, pero no sabes a qué. De igual forma no es del todo incómodo, te dices. O no lo suficiente como para irte del lugar, al menos. Además, tampoco es que tengas muy claro hacia dónde irte. Mientras piensas esto asientes a lo que dicen. Incluso te escuchas dar una opinión intrascendente sobre algo que de inmediato no recuerdas. Así, intentando recordar, te fijas ahora en la mesa. No ya en los rostros de los otros, pues era demasiado invasivo. Observas los platos. También los servicios y las copas. Lo único extraño que notas es que los cuchillos son distintos. Casi preguntas, sobre aquello, pero al final decides que no. Entonces se acerca alguien y retira tu plato. Ni siquiera recuerdas si has comido. Al parecer sí, pues había restos de comida, en el plato. Luego otro se acerca a tu copa y comienza a llenarla. Haces un gesto para que se detenga, pero ya la ha servido. Incluso le dices que no bebes, pero él la deja ahí. Frente a ti. Y claro, tú la observas durante tiempo que ya no sabes. Sopla el viento, eso sí. Lo percibes. Alguien habla, más allá. Se coagula el vino en la copa.

lunes, 27 de octubre de 2025

Niños que comen pegamento.



Leí una noticia, una vez, sobre un estudio que indicaba el porcentaje de niños que alguna vez habían comido pegamento.

Ahora no recuerdo la cifra exacta, si soy sincero, pero sé que era un número altísimo.

Más de la mitad de los niños, por lo menos.

El dato que más me sorprendió, sin embargo, no fue la cifra anterior, sino que prácticamente la totalidad de los niños que habían comido pegamento, sabían exactamente lo que hacían.

Es decir, no comieron pegamento pensando que se trataba de algún tipo de dulce o alimento, sino que sabían perfectamente de qué tipo de sustancia se trataba, y cuál era su verdadera función, cuando lo ingirieron.

Ahora, dejando de lado la idea de los niños de ir en contra de la prohibición y de probar la toxicidad y jugar con el riesgo de todo aquello, me queda la sensación de que en esas cifras debe haber algo más.

Algo más que espera a ser revelado, me refiero.

No hablo necesariamente de algo turbio, ni que venga a revelar la naturaleza oscura de los niños… pero algo debe haber, sin duda.

Una vez que conversé del tema alguien habló, por ejemplo, de la necesidad de los niños de combatir el miedo de no disgregarse o desarmarse, pegándose por dentro.

Y sí, sé que eso es algo que no suena muy cuerdo, pero tampoco lo es el hecho central que se busca interpretar.

“Tal vez la mesa está coja de tres patas”, creo que dice un dicho húngaro, que podría aplicarse a situaciones como esta.

O tal vez –quien sabe-, es solo un dicho que me he propuesto inventar.

domingo, 26 de octubre de 2025

Morir joven no es un mérito.



Morir joven no es un mérito.

No te salva de nada, quiero decir.

No alcanza a evitar la corrupción ni el desgaste, como algunos creen.

En el mejor de los casos no alcanzas a ser testigo de aquello, nada más.

Testigo consciente, me refiero.

Por eso no es un mérito.



Una vez se lo dije a alguien de esta misma forma, y se molestó.

Ni siquiera era joven, y se molestó.

Era una mujer mayor que tenía de mascota a una cucaracha grande.

Una cucaracha de Madagascar, creo que era.

Ya era tarde para ella, pero insistía en ver aquello que en su caso no ocurrió, como una especie de salvación que no tuvo.

Como un tren, digamos, que dejó pasar.

O bajo el cual no se arrojó a tiempo.



De igual forma, lo importante aquí es dejar en claro que morir joven no es mérito.

Poco importa la mujer esa de la que te hablaba o cualquiera que no quiera entrar en razón.

Igual tendrás esa cucaracha hasta que se muera, le dije.

Y nadie sabrá si es temprano o tarde para su muerte.

O si eso marcó alguna diferencia.

Ella me observó, molesta.

Tenía la cucaracha en una de sus manos cuando me observó.

La mujer no dijo nada, según recuerdo, pero la cucaracha comenzó a silbar.

Luego, por supuesto, dejó de hacerlo.

sábado, 25 de octubre de 2025

Algo así como trompos.


Soñó que éramos algo así como trompos. No recuerda bien la forma no razón específica pero el punto es que girábamos. Todos girábamos. Nadie de forma especial ni tampoco por voluntad propia, me intentó explicar. Era algo que ocurría, simplemente. Un hecho, recuerdo que dijo. Un hecho, pero en un sueño. Entonces, como no entendí muy bien, le pregunté si el girar del sueño era algo así como un castigo. Como una condena que sufríamos todos que nos obligaba a estar girando, le pregunté. Mientras escuchaba movía la cabeza dando a entender que no. Se rio incluso, cuando se lo dije. Como si solo fuese una tontería y yo me lo tomara muy en serio. Eso me incomodó, por cierto, y me expresión debe haber dado cuenta de aquello. No se trataba de algo grave, dijo ahora, como si se disculpase. Lo que te digo que ocurría no era un impedimento para otras cosas. Girábamos mientras vivíamos, nada más. Y en este sentido era más una revelación que un cambio. Ya sabes… era como descubrir que todas las personas del mundo girábamos sobre algo. Y no sobre algo único ni común, sino algo que estaba en cada uno de nosotros. Una especie de eje propio. Ejes distintos cada uno y levemente inclinados. Ya sabes… Hizo una pausa tras decir esto. Luego, como yo seguía con la misma expresión, volvió a hablar. Un giro constante e imperfecto, dijo ahora, como si se intentase llegar a una conclusión. Imperceptible desde la vida que lleva cada uno, pero un hecho real, al fin y al cabo. Guardó silencio luego de esto. Yo también, pero me vi obligado a asentir luego de un rato. Igual es solo un sueño, comenté, para quitarle gravedad a todo aquello. Exacto, me dijo. Solo un sueño.

viernes, 24 de octubre de 2025

Un concurso de dobles.


I.

Ganó un concurso de dobles porque se parecía a Sadam Husein.

Ni él mismo se había dado cuenta hasta que un compañero de trabajo se lo dijo y lo convenció de participar.

Era un concurso que se hacía en medio de una celebración de empresas, y que daba como premio un pasaje doble a una playa en Brasil.

Así que, como él ganó, le regalaron los pasajes, que incluían una estadía en un pequeño hotel de la región.

Inscribió a su esposa, por cierto, para ir a aquel viaje.

Ella se alegró cuando él le contó.


II.

Desde que ganó el concurso, los compañeros comenzaron a molestarlo.

Además de decirle Sadam todo el tiempo, comenzaron a imprimir imágenes y dejárselas en distintos sitios.

Se trataba mayormente de imágenes de la captura de Sadam, algunas de su juicio y, por supuesto, de su ahorcamiento.

Al encontrarlas, si bien reía en un inicio, comenzó a incomodarse por lo mucho que se parecía.

Y es que era como verse a sí mismo maniatado, encarcelado y ahorcado, le explicó a su esposa.

-Pero tú no eres Sadam –le dijo ella, intentando calmarlo.

Pero él no se calmó.


III.

Se descontroló más o menos una semana antes del viaje.

Justo en el momento en que algunos de sus compañeros lo tomaron por la fuerza y comenzaban a afeitarlo, tal como otros habían hecho con Sadam.

Fue entonces que él forcejó y tomó la navaja con que lo afeitaban fuertemente por el filo.

Así, terminó haciéndose un corte muy profundo en una de sus manos.

-¿Crees que la herida dificulte lo del viaje? –le dijo esa noche su esposa, cuando lo recogió en el hospital.

Él no le respondió.

-Concurso y la conchetumadre… -fue lo único que dijo.

jueves, 23 de octubre de 2025

La lluvia esa no acabó con la sequía.



La lluvia esa no acabó con la sequía.

Es más, algunos dicen que ni siquiera ayudó.

Algunos expertos dicen eso, quiero decir.

Yo los escuché atento, mientras hablaban, pero lo cierto es que no comprendí.

O no del todo, al menos.

Lo que ocurrió fue que me enredé con algunos términos y cifras y al final hasta me olvidé que había llovido.

O sea, no me olvidé del todo, pero igual fue raro pues terminé poniendo en duda la lluvia que me había empapado esa misma tarde.

Ya ven que absurdo suena contarlo…

Pero lo cierto es que ocurrió así.

¡Y es triste como pasan esas cosas!

Me refiero a que mi ropa todavía estaba húmeda, y yo ya estaba dudando.

Debí sentir vergüenza, pienso ahora, pero no fue así.

Lo que sentí en cambio fue que estaba prácticamente seco y que no había sido realmente una lluvia aquello que cayó.

Y claro, fue así que olvidé, en definitiva, aquello que no debía olvidar.

O aquello que pensé no podía, incluso, llegar a olvidarse.

Seguimos en sequía, dicen los expertos, sin importar lo que ocurra.

Y sus voces son también grietas secas, por las que se pierden las sensaciones que dejamos caer.

La lluvia esa no acabó con la sequía, siguen diciendo.

Y no ayudó, prácticamente, en lo más mínimo.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Esperé hasta que fuera mi turno.


I.
Esperé hasta que fuera mi turno. Entonces me acerqué al vendedor y le reclamé por el producto. Con tranquilidad y firmeza, le reclamé. Le mostré las instrucciones y le expliqué que hice lo que se indicaba. Le mostré fotos y hasta videos, pero no hubo caso. No es culpa de la enredadera, me dijo, devolviéndome la boleta. Nunca es culpa de la enredadera.


II.
Insistí un poco más, pero ya sabía que nada lograría. Luego volví a casa. Ya en ella, me serví un vaso de bebida y salí al patio. Observé los tallos largos y las hojas, enredados entre sí y arrastrándose sobre el césped. Vivos, ciertamente, pero arrastrándose sobre el césped. Bueno, ni siquiera césped, pero sobre manchas de pasto. Me acerqué a observarla y le hablé en voz baja. Dicen que no es tu culpa, le dije.


III.
La enredadera no me contestó. Por más que le hablé y le pregunté por qué no se aferraba a nada, nunca contestó. No es que esperase mantener una charla con ella, pero al menos creo que merecía un gesto. Algo que pudiese interpretarse como una señal y tener un mínimo significado. Solo sabe enredarse a sí misma, concluí, mientras volvía a analizarla. No debe culparse a nadie.

martes, 21 de octubre de 2025

Los arquitectos.


I.

En la casa más a mal traer de mi barrio vivían los arquitectos.

Eran como seis, todos hombres ya mayores, que se turnaban para salir a trabajar, a comprar o cualquiera de esas cosas que hace casi por osmosis la gente adulta.

Al principio pensé que les decían arquitectos por sarcasmo, pero luego supe que era verdaderamente así.

Uno de ellos, incluso, había recibido varios premios por unos proyectos de construcción en Suiza, cuando joven.

-Todos fuimos jóvenes –me dijeron esa vez, cuando me invitaron a su casa-. Jóvenes y arquitectos.

Y tal vez para que les creyera me mostraron fotos, diplomas y hasta un par de trofeos.

Los sacaron de unas cajas, por cierto, tiradas junto a otras.

Un poco como ellos.


II.

La primera vez que me emborraché fue con los arquitectos.

Y es que nunca tenían nada para ofrecer más suave que una cerveza.

Yo iba más que nada por los libros –tenían varias repisas con ellos y los prestaban sin cuidado alguno-, pero siempre me terminaba quedando algunas horas, escuchando sus historias.

Esa vez –la que me emborraché por primera vez-, uno se ofreció para llevarme a casi y pedir disculpas.

Yo le dije que no, que no era necesario, que podía entrar a escondidas a mi cuarto sin que nadie lo notara.

Lamentablemente, no resultó como esperaba.


III.

Desde entonces, me prohibieron entrar a la casa de los arquitectos y ellos me obligaron a respetar aquel castigo.

Así y todo, de vez en cuando conversaba con alguno, al pasar.

Cuando se fueron del barrio, meses después, me dejaron un par de cajas con libros y algunas de sus cosas.

La casa en que vivían fue demolida, con el tiempo, y construyeron ahí un par de locales comerciales.

lunes, 20 de octubre de 2025

Un libro viejo sobre pasos de baile.



Tengo un libro viejo sobre pasos de bailes.

Lo encontré el otro día, mientras botaba algunas cosas.

Debe haber venido en algún lote que compré, sin que me haya dado cuenta.

O sin que lo recuerde hoy, al menos.

Cómo sea, el punto es que me he puesto a hojear el libro y me han gustado los dibujos.

Se trata de esquemas, más bien, en el que se explican uno a uno los pasos de un gran número de bailes.

Bosquejos de figuras humanas, flechas, medidas de distancia y una gran cantidad de dibujos de huellas, de un lado a otro.

Luego de un buen rato mirándolos, sin embargo, me ha comenzado a incomodar una situación que he descubierto.

Todos los bailes descritos en el libro, comienzan y terminan sobre las mismas huellas.

En el mismo sitio, quiero decir, como si no hubiese existido paso alguno.

¡Cuánta decepción encontré en ello…!

Tal vez piensen que exagero, pero ciertamente lo encontré triste.

Y sentí que observaba ahora esos dibujos como si mirase un camino que no lleva a ningún sitio.

O sea, hacia adelante o hacia atrás, es cierto, pero hacia nada en específico.

Y además uno está más o menos siempre al medio, me dije.

¡Cuánta decepción…!

domingo, 19 de octubre de 2025

Dicen que fui cruel.

“Lo que vuelve cruel a un hombre
es sobre todo la conciencia de ser amado”
Y. M.


I.

Dicen que fui cruel, pero yo al menos sé que no.

Es decir, sé que el daño no vino de mí, exactamente, y que no fue intencional en lo absoluto.

De hecho, a veces, dudo incluso de ese daño que mencionan.

Dudo de su existencia, me refiero, y de la naturaleza primordial de aquel fenómeno.

Esto es cruel, podrán decir.

Eso lo admito.

Pero como yo lo pienso y no lo digo, no termino haciendo daño a nadie.

He analizado esto varias veces, por cierto, antes de alejarme de la culpa.

Y no hay crueldad, convengamos, si no hay daño.


II.

Creo que leí algo así, una vez, en un libro de Mishima.

“La crueldad de quienes no son amados carece de importancia”.

No estoy seguro de que haya sido exactamente así, pero de esa forma lo recuerdo.

Si no fue así, en todo caso, estoy seguro que planteó que el origen de la crueldad, era la consciencia de ser amado.

Así que podría concluirse, sin duda, algo parecido a lo que he dicho.

Igualmente, yo no uso las palabras de Mishima como argumento ante los otros.

Solo las recuerdo (y las repito), para aligerar el peso.

Para decirme a mí mismo que no hubo crueldad ni daño y probablemente tampoco amor.

Y que todo lo que sentimos que duele (o que nos duele), se encuentra sobrevalorado.

sábado, 18 de octubre de 2025

Ausencias.



Nos dedicamos a contarlas.

Solo eso.

A transformarlas en números, de cierta forma.

Y está bien.

De eso se trata, quiero decir.

No me quejo.

De contar ausencias, se trata.

Sin que se nos escapen, contarlas.

Rápidamente.

De forma atenta.

Antes de que sea imposible llevarlas a cifras.

Antes que desaparezcan –dijo alguien-, y se desvanezcan en la nada.

Y es que se trata de ausencias que, prácticamente, no se echan en falta.

De hecho, si no fuese por nosotros de seguro se olvidan.

Nosotros mismos, de hecho, las olvidamos casi de inmediato.

Mientras las contamos, quiero decir.

Desde entonces empezamos a olvidarlas.

Y es extraño.

O sea, normal hasta cierto punto, pero también extraño.

Y es que ocurre que la cifra recién puesta, comienza de inmediato a despojarlas de algo.

Como si el significado de cada una de esas ausencias se vaciara de pronto en el interior del número.

Del número ese que le hemos asignado.

La otra vez hablamos de esto, pero fue complejo.

No por la conversación en sí, sino más bien porque nos trajo problemas.

Y es que perdimos la cuenta, esa vez, mientras hablábamos.

Y claro, nos intentamos reordenar luego de darnos cuenta.

Y hablar del asunto, hasta que deje de afectarnos.

Dicho esto, debo confesar que a mí ya casi no me afecta.

Y no creo que hablar un poco más vaya a empeorar la situación.

Así y todo, confieso, hemos vuelto a contar, pasando por alto esos descuidos.

Y hemos acordado concentrarnos en el trabajo.

Por respeto, mayormente, aunque también sabemos que es en el fondo por nosotros mismos.

Por respeto a nosotros mismos, quiero decir.

Y a lo que hemos olvidado.

viernes, 17 de octubre de 2025

No suelta los frutos ese árbol.



No suelta los frutos ese árbol. Ni siquiera los deja a una altura prudente. Le gusta hacerlos brotar alto. Levantarlos a la luz. Ofrecérselos a alguien más, probablemente. A veces, ni siquiera se ven los frutos, desde abajo. Pero claro, si te esfuerzas y miras con cuidado y mueves de paso alguna rama, de seguro puedes verlos allá arriba. No es que te desesperes por comerlos, en todo caso. Tampoco es que te moleste. Simplemente te preguntas por qué ocurre de esa forma. Por qué crecen hacia allá y no hacia acá, digamos. Y por qué no los deja caer, cuando maduran.

-¿Y se lo has consultado directamente? –me preguntan.

-¿A quién? –pregunto yo.

-Al árbol –me responden.

Y claro, yo creo que bromean, pero como me miran serio mientras lo dicen, al final termino preguntándoselo, días después.

Varias veces se lo pregunto, de hecho, pero no hay respuesta.

-Igual se te van a pudrir los frutos allá arriba –le digo, mientras me alejo.

El árbol, por supuesto, no se inmuta.

Así y todo, días después, mientras riego, encuentro un fruto a los pies del árbol.

Todavía está unido a la rama, pero esta se encuentra cortada, como si alguien la hubiese arrancado.

Se trata de un fruto ya maduro –o los restos de un fruto, más bien-, que aparentemente ha sido comido por algunos pájaros.

-Tampoco es que busque esto –le digo entonces.

Y me disculpo.

No lo sé comprender mejor.

jueves, 16 de octubre de 2025

No son como se cree.



I.

No son como se cree, las arenas movedizas.

O al menos, no son como creía yo.

Y no es que creyese que podían absorberme y llevarme bajo tierra.

Pero al menos pensé que lucharían conmigo con más fuerza.

¡Cuánta ingenuidad en mis expectativas…!

Y es que, ya en ellas, me hundí apenas hasta debajo de mis rodillas.

Además, poco después, pude salir yo mismo, sin hacer un esfuerzo mayor.

Esa misma noche, acampando a un costado, les hablé directamente, diciéndoles que me habían decepcionado.

Lo hice con palabras duras, casi a gritos.

Igual como lo hizo alguien hace años, diciendo que la había decepcionado yo.


II.

No son como se cree, las arenas movedizas.

Por lo mismo, recomiendo no creer en nada más, de lo que ya se experimentó.

Y es que todo lo otro, digamos, se instala en nosotros exclusivamente para crearnos malos ratos.

Y para que nos demos cuenta, tardíamente, que todo es más seguro de lo que alguna vez nos pareció.

Por esto, la muerte –tal vez-, sea lo único que va quedando como una creencia segura.

Previa a experimentarla, me refiero.

Así y todo, recomiendo mantener las expectativas bajas, para cuando descubramos lo último.

Alguien, antiguamente, nos lo advirtió.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Lo que soy yo, nunca he estornudado...


Lo que soy yo, nunca he estornudado, me dijo. En todo lo demás soy normal, pero no he estornudado nunca. Me di cuenta ya grande, de pura casualidad. Conversando con alguien, quiero decir, que se percató de eso y comenzó a preguntarme. Y claro, recién entonces comencé a cuestionarme y hasta a preguntar a conocidos y al final todos coincidimos en que no. Que nunca nadie me había escuchado hacerlo, al menos. De hecho, tampoco recordé haber tosido, pero lo del estornudo fue más extraño porque apenas nos dimos cuenta comenzamos a tratar. Me refiero a qué hicimos una serie de pruebas para ver si podía. Polvo, pimienta, ya saben… todas esas cosas que debían ayudarme a hacerlo. Pero claro, al final ocurrió que no estornudé. Apenas sentí un picor, pero superficial. En la piel, digamos, pero nada más. O justo en la entrada de la nariz. Fue muy chistoso, porque hasta grabaron videos y hubo alguno que se hizo viral. No al punto de hacerme famoso, pero casi. Algunos que lo vieron comentaron que era trucado, pero no es cierto. Otro dijo que yo no tenía interior, o nada dentro que sacar fuera. En fin, lo cierto es que me entretuve leyendo comentarios. Les puse harta atención, de hecho. Ya saben, por si uno descubre otra cosa en uno mismo que no sabía. Como lo de estornudar, me refiero, que ya ves que lo supe así. Porque otro se preguntó y luego me dijo, quiero decir... ¿No has descubierto algo tú de esa forma?

martes, 14 de octubre de 2025

Todo siempre se reduce a uno.



I.

He aprendido que al final todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Con todo, debo admitir que es algo difícil de explicar.

Y es que todo ocurre como una especie de simplificación, hasta cierto punto.

Una que opera sorpresivamente y de forma extraña, confundiendo así a los más escépticos.

Eso es, en principio, lo que he aprendido.


II.

Antes, por supuesto no era así.

Me refiero a que yo, incluso, era uno de esos escépticos.

Hacía clasificaciones, dividía… observaba por partes.

Hablaba de cosas especiales… y hasta únicas.

Nada para mí, quiero decir, resultaba indistinto.

Yo mismo, de hecho, solía dividirme en varios yo, que no pensaban lo mismo.

Y hasta las sensaciones percibidas, me parecían pasajeras.

Pero claro… entonces comprendí.


III.

Lo anterior, aclaro, no lo digo con soberbia.

Y es que comprender, a veces, es tan triste como involuntario.

Es ajeno a nuestro mérito, digamos.

Ocurre simplemente que todo empieza a comprimirse.

O que, más bien, nuestra percepción corrige el concepto de distancia.

Así, hasta los números, como dientes, descubren que muerden todos juntos.

Y que, como decía en inicio, todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Ese es otro invento.

lunes, 13 de octubre de 2025

¿Cuchara o tenedor?



Estábamos sentados, conversando de cualquier cosa mientras esperábamos que llegasen con la comida que habíamos pedido.

Hasta ese instante habíamos compartido y conversado naturalmente, pero desde hacía un par de minutos ella había comenzado a mostrarse distraída, jugando con los cubiertos y probablemente pensando en algo más.

-¿Qué crees que es más probable…? –me peguntó de pronto-. ¿Qué alguien se quede absorto mirando un tenedor o una cuchara?

Yo la miré unos instantes, esperando a ver si hablaba en serio, o de algo más.

-Yo creo que es más probable con un cuchillo –dije yo.

Ella sonrió.

-Lo sé –dijo ella-, por eso lo saqué de la ecuación. Solo quedan tenedor y cuchillo.

Observé los cubiertos que había sobre la mesa.

-En la cuchara puedes reflejarte a ti mismo -señalé-, aunque al revés… pero al mismo tiempo el tenedor tiene algo… no sé… extraño, o hasta más interesante.

-Es cierto… –dijo ella.

Luego, tomo en una de sus manos el tenedor que tenía frente a ella, y lo observó.

Después, hizo lo mismo con una de las cucharas.

-Como que estás más lejos cuando te ves en la cuchara –dijo ahora-. Como que estás en otro sitio…

Yo la observé.

También observé el lugar.

Todo me pareció, por un instante, un poco borroso.

-No estamos aquí –dijo en voz baja, sin mirarme, como si fuese un secreto.

Yo, entonces, supe que era cierto.

domingo, 12 de octubre de 2025

Hay fruta, pero el frutero está vacío.



I.

Hay fruta, pero el frutero está vacío.

Puedes verlo sobre el mesón, en una esquina, probablemente lleno de otras cosas.

Las frutas, en tanto, pueden estar en cualquier lugar, más o menos olvidadas.

De hecho, cuando las recordamos –en ocasiones a fuerza de encontrarlas-, suelen producirnos desconfianza y no nos animamos a comerlas.

Poco después –por lo general unos cuantos días-, las botamos para que no terminen de pudrirse en el lugar.

Días después, por supuesto, volvemos a comprar.

No estamos orgullosos, pero lo aceptamos –supongo-, como un ciclo.

Como un ciclo dentro de otro, por cierto.

Y ese dentro de otro más.


II.

Así y todo, a veces cambia.

Uno de los ciclos, me refiero.

Por ejemplo, una vez me desperté pensando en el frutero.

Poco después, avergonzado, lo vacié y lavé cuidadosamente, antes de volverlo a su lugar.

Además, esa vez, despejé el entorno y hasta elegí las mejores frutas para dejarlas dentro.

Esa misma tarde, según recuerdo, comimos dos.

Lamentablemente, nuestras demás obligaciones nos hicieron descuidar aquel avance.

Y días después, luego de botar la fruta desperdiciada, el frutero comenzó a llenarse de otras cosas, como siempre.

Yo me percaté, por cierto, pero no supe bien qué hacer, ni menos qué sentir.

Me refiero a que podría haber hecho algunas cosas, pero solo habría sido el comienzo de otro ciclo.

No sabemos, sinceramente, por quién –o por qué-, tener lástima.

sábado, 11 de octubre de 2025

El lugar se llenó de caracoles.


El lugar se llenó de caracoles. Debe haber sido un proceso lento, por supuesto, pero yo solo lo noté al final, cuando el lugar ya estaba infestado. No podías dar siquiera unos pasos sin aplastar alguno. Podías verlos en el jardín, pero también subidos a las paredes y buscando, por distintos medios, entrar en la casa. Las marcas plateadas de las babas estaban por todos lados. Incluso podías sentir un olor extraño en el lugar. Olor de caracoles, supongo, aunque ciertamente no lo sé nombrar, ni describir de buena forma. Un olor cercano al de la tierra, de cierta forma, pero también algo similar al amoniaco, sobre todo en la parte del jardín en que apilaban a sus muertos, antes de comerlos. Sí… El lugar estaba lleno de caracoles. Está siendo devorado por ellos, me dije, y pronto entrarán a la casa. Así, asustado y al mismo tiempo convencido de que algo debía hacerse, me abrí paso entre ellos para poder entrar en la casa. Calculo que pisé decenas, sin intención, y luego descubrí que al menos quince o veinte habían logrado subirse por mi ropa, antes de atravesar la puerta. Ya dentro, por cierto, fue cuando lo descubrí. Fui quitándomelos de encima, con cuidado, mientras los metía en una bolsa. Luego, metí la bolsa con los caracoles al refrigerador, no sé por qué. Tal vez, pienso ahora, ya me había rendido. De hecho, fue esa misma noche que los caracoles quebraron unos vidrios y no recuerdo siquiera que haya intentado repararlo. Pasará lo que tenga que pasar, me dije, simplemente. Y claro, no quiero parecer soberbio con todo esto, pero al final resultpo ser cierto. Eso fue lo que pasó.

viernes, 10 de octubre de 2025

Una escena, me dice.



I.

Una escena, me dice. Tú y alguien más bien arropados, en un paisaje lleno de nieve y hielo. Caminando y poniendo un banquito sobre una laguna o río congelado, sobre la que luego intentan cavar. Ya sabes, no cavar, exactamente, sino hacer unos cortes para retirar un trozo de hielo y luego sacar la caña e intentar atrapar algún pez que esté dando vueltas allá abajo, en ese sector más profundo que no se encuentra congelado. Tú y alguien más, en definitiva, pescando en un río o lago congelado, dice ahora Eso, en resumen. Esa es la escena, quiero decir. Ahí está.


II.
Puede ser, digo. Hace mucho. Una vez, probablemente, esa escena. Casi igual solo que intentamos picar el hielo y no se rompe. Avanzamos sobre el lago (o el río) buscando algún sitio, pero no damos con ninguno que pudiésemos traspasar. Encendemos fuego, incluso, para facilitar la tarea. Nada resulta. Imaginamos incluso que no hay peses bajo ese hielo. Que todo es hielo, quiero decir, desde la superficie hasta abajo. Incluso desde nosotros mismos, digo. Pero no sé bien a quién. Y no se entiende.


III.
Otra escena, me dice. No la misma corregida, sino otra. Una más quieta, tal vez y en la que apenas se distinguen las figuras. Tú sabrás, de hecho, si eres una. Sobre el hielo, inclinados, pero ya sin intentar. Conformándose probablemente con ver algo vivo ahí abajo. Algo que no ves, por supuesto, todavía. Ahora bien, si están rendidos o no deberás al final decirlo tú, me dice. Imaginarlo o recordarlo tú, aclara. Ahí verás.

jueves, 9 de octubre de 2025

Compré una momia.



Compré una momia.

Durante un viaje, de forma clandestina, compré una momia.

Luego que lo hice, sin embargo, no supe bien cómo llevarla hasta mi hogar.

El envío tendrás que verlo aparte, me dijeron.

Por lo mismo, para llevarla conmigo, tuve que pagar una encomienda.

Una especial, por cierto, pues se trataba de una compra clandestina.

Así, luego de buscar varias opciones, terminé pagando una furgoneta para poder llevarla.

Contratarla exclusivamente para eso, me refiero.

Casi dos mil kilómetros debíamos recorrer y tuve que endeudarme, ciertamente, para hacerlo.

De hecho, para ahorrar algo de dinero, yo mismo pedí viajar junto a la momia, al interior de la furgoneta.

Así que hicimos el viaje juntos, en la parte trasera.

La momia iba en una especie de ataúd.

Mucho más sencillo, por supuesto.

No debe haber medido más de un metro cuarenta o un metro cincuenta.

Dentro de él, la momia iba bien asegurada, para que no sufriese golpes ni daño alguno.

Debido a eso, cuando nos volcamos esa noche, en plena carretera, el que resultó más dañado terminé siendo yo.

No supe bien qué ocurrió, pero lo cierto es que dos semanas estuve hospitalizado, hasta que me dieron de alta.

Extrañamente, nadie me pidió declaración alguna.

Luego del alta, por supuesto, regresé a Santiago.

Ya en casa, justo en la entrada, encontré a la momia, al interior de esa especie de ataúd en que había viajado.

Se veía algo gopeado, pero myormente en buenas condiciones.

Entonces lo entré y tras abrirlo, descubrí que la momia estaba intacta.

Con cuidado -casi con ternura-, saqué la momia de ahí y la extendí en el sofá.

Cabía justo.

Por su postura, incluso, parecía que estaba despierta, atenta a lo que pudiera contarle.

Finalmente, como no tenía nada especial que decirle, decidí leerle un libro que estaba sobre la mesa.

Creo que era “Bajo el techo que se desmorona”, de Goran Petrovic.

Mientras lo hacía, hice una pausa para abrir una cerveza y servirme un pedazo de torta que encontré en el refrigerador.

No tenía buen olor, la torta, pero preferí culpar a la momia.

Tras comerla, volví a tomar el libro.

Pero eso no servía... leí.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Cocodrilos.



Conozco a un tipo que trabajó dos años cuidando cocodrilos.

Trabajaba en un zoológico, por supuesto, y no era su única labor, pero esa es al menos la que más recuerdo.

Lo conocí por un amigo en común, quien me dijo que el tipo que cuidaba cocodrilos escribía muy bien, y quería que yo leyese algunos de sus relatos.

Luego de leerlos nos juntaríamos en un bar.

Leí tres.

Dos de los relatos, trataban sobre cocodrilos y el tercero describía la relación entre dos personas, que por alguna extraña razón vivían juntas.

-Igual si lo lees pensando que esas personas son cocodrilos –comenté-, todo calza perfecto.

Recuerdo que lo dije sin ironía ni ganas de polemizar, solo como una observación.

Lamentablemente, el tipo que había cuidado cocodrilos se molestó y comenzó a atacarme de diversas formas.

Una de esas formas –la más absurda, según mi parecer-, fui insistir en que yo no sabía nada de cocodrilos.

-¿Acaso has visto alguna vez cómo se reproducen…? –me preguntaba-, ¿sabes a qué tipo de sonidos responden o cuántas horas duermen cada día?

Eran preguntas que no venían al caso, y de las que yo, por supuesto, no sabía nada… pero igualmente intenté defenderme.

Inventé una cifra para las horas de sueño, agregué algo sobre los estímulos que le producían ciertas frecuencias de sonidos y respecto a lo de la reproducción me excusé diciendo que no me interesaba el porno de cocodrilos.

El tipo me miró de una forma más seria.

Pensé que tal vez había acertado en las cifras, pero al final resultó que no.

-¡No sabes nada de cocodrilos! –gritó entonces-. ¡Y no pienso a aceptar comentario alguno de alguien con esos parámetros!

Yo lo miraba extrañado, pues no había emitido juicio alguno sobre su obra.

Poco después, mi amigo en común intercedió, para evitar mayores problemas.

Intenté calmar la situación hablando de un relato de Dostoievski en el que un personaje queda atrapado dentro de un cocodrilo.

No resultó.

El tipo se levantó para golpearme y mi amigo lo detuvo, mientras se volteaban unas jarras con cerveza y alguna cosa más.

Al final, decidí alejarme simplemente y dejarlos ahí.

Ya en casa, volví a leer el relato de Dostoievski, para asegurarme que no me lo había inventado.

Es una maravilla, me dije, cuando lo volví a terminar.

Luego, simplemente, me dormí.

martes, 7 de octubre de 2025

No hay necesidad de escarbar la nieve.



I.

No hay necesidad de escarbar la nieve.

No hay apuro, digamos.

Y es que todo se derretirá, lo queramos o no, tarde o temprano.

Entonces, veremos aparecer poco a poco, eso que había sido cubierto.

Con fingida sorpresa, lo haremos.

Y ocultaremos la decepción de no encontrar bajo la nieve más que cosas ya sabidas.

Palabras en desuso, por ejemplo.

Huesos roídos.

O el nombre de un dios.


II.

Ante el nuevo panorama descubres ante todo, cosas obvias.

Por ejemplo, descubres que no se marcan tus huellas en la nieve, si no hay nieve.

Por lo mismo, tal vez quieras pensar, que el paso mismo resulta innecesario.

Así, probablemente el tiempo se transforme ahora en otra espera, mientras esperas.

Y si alguien te pregunta, elegirás decir que es nieve lo que aguardas.

Allá tú.


III.

No solo de escarbar no hay necesidad.

Lo cierto es que no hay necesidad, prácticamente de nada.

Todo es un invento, de esta forma… o una justificación que nadie ha solicitado.

Y es que hubo nieve, es cierto, pero esta se termina derritiendo pues no hay verdadera necesidad de esa nieve.

Eso es algo que sabemos y sin embargo lo ocultamos.

Y buscamos otras razones, incluso, para explicar porque se cae lo que no sabe sostenerse.

Nuestras palabras, por ejemplo.

Nuestras creencias.

Y hasta el nombre, olvidado, de nosotros mismos.

lunes, 6 de octubre de 2025

Golpes en mi puerta.


Cada vez son menos, los golpes que escucho en mi puerta.

Tanto en cantidad, me refiero, como en intensidad.

De igual modo, confieso, ya ni siquiera estos golpes llaman mi atención.

Y aunque quieran cambiar ahora, advierto, mi atención ya está extraviada.

Y yo, por ende, permanezco casi siempre en calma.

Antes, es cierto, esas cosas me alteraban.

Esos golpes, quiero decir.

Y es que de alguna forma me obligaban a acercarme hasta la puerta, y a veces… a abrirla.

Una vez, mientras dudaba junto a ella, desde fuera dieron un fuerte golpe y la puerta se abrió.

Fue una patada, supongo, la que logró abrir la puerta y romper el cerrojo.

Recuerdo que la puerta se soltó de un costado y se me vino encima, de improviso.

De cualquier forma, tuve suerte, pues la puerta no me golpeó.

Y claro, yo esperé entonces a que apareciese aquél que había roto todo aquello, pero no apareció nadie.

Apenas se cruzó un tipo, rato después, cuando me vio reparando la puerta.

¿A usted también?, me preguntó, mientras me observaba.

, le dije, a mí también.

Se quedó ahí, luego de esto, mientras yo seguía arreglando aquello, hasta que terminé.

El tipo entonces, luego de observar, hizo un gesto de fastidio y se retiró sin más.

Ni siquiera se despidió, recuerdo, cuando se fue.

Y yo, por supuesto, volví a cerrar la puerta.

domingo, 5 de octubre de 2025

Dormí una vez en el piso.



I.

Dormí una vez en el piso, tapado con una alfombra.

Luego, extrañamente, se me olvidó que estaba ahí.

Así, medio dormido, recuerdo haber pensado que estaba soñando.

Ya en el sueño, supuestamente, encontré un par de monedas, un carnet antiguo y una pieza de rompecabezas.

Y creí haber comprendido, en ese instante, una serie de cosas, que mayormente olvidé.


II.

Ya despierto, en la mañana, observé la pieza de rompecabezas.

Era muy pequeña y tenía colores claros.

Probablemente un fragmento de jardín, en el que había mucha luz.

Recuerdo haber pensado, confundido, que la había sacado del sueño.

Luego, sin embargo, comprendí que era más probable que la pieza hubiese estado ahí, simplemente, junto al carnet antiguo y el par de monedas, que también guardé.


III.

Todo me resultaba extraño, según recuerdo.

O así me pareció al menos, esa vez.

El carnet que encontré, por ejemplo, tenía mi foto, pero descubrí que el nombre estaba borrado.

No sé si de gusto pues se trataba de un carnet bastante viejo y estaba gastado en otros lugares, también.

Las monedas, por otra parte, recuerdo que eran exactamente iguales.

Mismo valor quiero decir, mismo año de acuñación y misma apariencia.

Una para cada ojo, pensé, y luego las guardé.

Nunca nadie, por cierto, preguntó por ellas.

sábado, 4 de octubre de 2025

De pura bondad.



*
Más que observarlo, lo recuerdo.

Pequeño, mirando fijo, sin saber qué vendrá.

Le sonreía entonces, recuerdo, porque yo tampoco podía adelantarle nada.

Estaré aquí, le habría dicho.

Nada más.


*
Quién lo diría.

Al final, resultó ser cierto.

Aquí.

Todavía aquí, quiero decir.

No siempre en las mejores condiciones, pero aquí.

Soltando todo aquello que quiso llevarme a otro sitio.

Llevarme a otro sitio y convencerme que era otro.

No sé si hice bien, pero fue lo que hice.

Eso escogí, quiero decir.

Y eso soy.


*
A pesar de todo no he sabido.

Floto para no hundir, quiero decir, pero no llevo dirección.

Por lo mismo, pienso que ha debido aprender por otros medios.

O está en eso, en este instante.

Sinceramente me disculpo:

No sé enseñar lo que no sé.


*

Ríe.

A veces pienso que cuando ríe me está dejando ir.

Que me invita a hacerlo y me dice que él se queda a cargo.

No puedo asegurarlo, por supuesto, pero es la impresión que me da.

Como si también me dijera que estará aquí y que ya no me preocupe.

Y claro, es entonces cuando lo observo, y más que observarlo lo recuerdo.

Y ambos, nuevamente, nos mentimos un poquito, de pura bondad.

viernes, 3 de octubre de 2025

Todo fruto está enfermo.



I.

Todo fruto está enfermo.

No importa si tiene o no gusanos.

La enfermedad está en su carne desde antes.

Desde un inicio, está la enfermedad.

Oculta en la semilla, incluso.

En la idea misma de aquel que piensa el fruto, está la enfermedad.

Luego la fruta, en su afán de existir, la niega.


II.

Se incomodan los frutos.

Se incomodan, pero no saben.

Y es que, colgados ahí, en las ramas, no saben bien qué hacer.

Sienten la enfermedad, ciertamente, y por eso les ocurre.

Se incomodan igual que cuando uno siente picor en la garganta, quiero decir.

Toserían para expulsarla, si pudieran.

Pero no pueden.

Son como nosotros, en este aspecto.


III.

Lo que digo es cierto.

Lo que digo de los frutos, es cierto.

Me acusan de mentir, pero en el fondo no se atreven a hablar de enfermedad.

No quieren saberse enfermos, como los frutos.

Prefieren creer que su carne, al menos está sana.

No hay gusanos, te dicen. Estamos bien.

Y claro, uno está por explicarles que el gusano llega al fruto por otras razones.

Pienso en hacerlo, me refiero, pero al final desisto.

No sé muy bien por qué.

Tal vez porque tendría que buscar pruebas y organizar argumentos.

¡Qué cansancio…!, me digo.

Además, si es verdad, tampoco me importa.

jueves, 2 de octubre de 2025

Prefieres ver cuando no te ven.



Prefieres ver cuando no te ven. A oscuras, incluso, idealmente. Y no es que veas algo prohibido, sino más bien que das un paso atrás. Y es que es tu apariencia, en el fondo, lo que escondes. Ni siquiera te escondes a ti mismo, me refiero, sino que ocultas tu apariencia. La ausencia de emoción. El tiempo. El conocimiento de aquello que va a llegar pronto, sin duda, y de lo que eliges no hablar. Un paso atrás, entonces. O incluso dos. El cuerpo débil. La comprensión debilitada de aquello que alguna vez pareció claro. La duda ante aquello que ves. Y dónde pisas. Y es que nada ya, parece sólido. Sí… eso al menos está claro. Y es por eso, precisamente, que prefieres ver cuando no te ven. Si cae te acercarás, es cierto, pero será tarde. Lo triste es que sabes que ahora, igualmente, también lo es. Hace años, ya es tarde, me refiero. Dicho esto, te avergüenza pensar que cuando no esté va a ser más fácil. Te avergüenza y hasta es posible que duela algo ahí, en esa zona que ya no sientes. Y es que el hogar era el fuego, allá dentro, y nunca te acercaste. Hubo razones, tal vez, pero no importan. Ahora, simplemente, prefieres ver cuando no te ven. E incluso así, no es fácil.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Otra vez.



I.

Naces otra vez.

No cada día, como suelen decir algunos.

Me refiero a que naces otra vez, pero una sola vez.

Y esa vez naces a la nada.

Por eso –deduzco-, algunos escépticos prefieren no llamarlo nacer.

Y prefieren mentir, incluso, proponiendo extrañas teorías.

Ustedes, por cierto, son libres de elegirlas, si así quieren.

Y creer, de esta forma, en lo que menos desagrada.


II.

Me piden que explique.

Algunos, mínimamente ofendidos, me piden que explique.

Que aclare qué quiero decir con eso de nacer otra vez, pero a la nada.

Yo sonrío un poco y los observo.

Sin negarme, ciertamente, pero sin entender para qué

Para qué piden que explique, me refiero.

Y claro, ante mi ausencia de explicaciones ellos parecen más seguros.

Y de a poco levantan la voz y hablan de frases vacías y contradicciones.

En el fondo hablan de ellos mismos, me digo, mientras los escucho.

Ya nacieron otra vez, les digo.


III.

¡Pobres gentes…!

Uno les tiende la mano y son incapaces de mirar dentro.

Les falta voluntad, sin duda.

Y hasta un poco de valentía.

Y es que, si les sirviera de algo entender, probablemente lo harían solos.

¡Pobres gentes… sin duda!

Se ofenden, ahora, por cualquier cosa.

martes, 30 de septiembre de 2025

Todavía no lo cumple.


Todavía no lo cumple, pero ella asegura que se quedará en silencio en poco tiempo más. Por eso habla incansablemente ahora y a veces hasta cansa un poco. No es que se vaya a morir ni nada de eso. Tampoco es que sufra alguna enfermedad que pueda quitarle la voz o algo similar. Simplemente es cuestión de voluntad, según dijo. Varios no le creyeron cuando lo contó, pero yo sí. De hecho, algunos se rieron y cambiaron el tema, pero yo observé sus ojos y supe que era cierto. Sé incluso cuál va a ser mi última palabra, me dijo, mirándome directamente. Luego seguiré viviendo en silencio y nada más, explicó. Yo asentí. Algo molesto y confuso, asentí. Y es que sentí sus palabras casi como un desafío. No sé muy bien por qué, pero así lo sentí. Tal vez por eso no hice preguntas, aunque debo confesar que, desde entonces, he comenzado a poner más atención a sus palabras. La mayoría siguen siendo vacías, como las de todos. Por otro lado, he notado que ya no hace preguntas ni conjeturas… Me refiero a que todo lo que dice son afirmaciones. Ni siquiera hechos, sino opiniones afirmativas. La última de ellas, por cierto, me dejó algo nervioso. Tú también vas a hacer esto -me dijo, sin explicar-, poco antes y después que lo haga yo. Volví a asentir. Luego, seguimos conversando entre todos, sin más. No recuerdo siquiera de qué temas. Solo sé que nadie más la tomó en serio, ese día. Absolutamente nadie, estoy seguro. Salvo yo.

lunes, 29 de septiembre de 2025

No deshaces las maletas.



I.

No deshaces las maletas.

Las abres sí, de vez en cuando, para buscar algo.

Luego las cierras, simplemente, otra vez.

No sé si eres consciente de todo aquello, pero yo te observo hacerlo.

Me refiero a que sacas lo imprescindible de las maletas, y nada más.

A veces pienso que, si yo viniese dentro de una, ni siquiera me sacarías.

O me sacarías solo un rato, y luego me volverías a guardar.

Y es que crees que estás de paso, prácticamente todo el tiempo.

Eso crees, al menos, aunque en realidad no sabes.


II.

Salimos del cuarto y volvemos a entrar.

Esa es más o menos la rutina.

Cuando lo hacemos, te gusta acercar las maletas a la puerta, como si ya fueses de salida.

Es una manía, me dices, cuando me atrevo a preguntar.

No hay nada más oculto.

Simplemente no deshago las maletas.

No es como para escribir un texto sobre ello, alegas.

Es algo que hago, nada más.



III.

No deshaces las maletas.

Sacas y guardas cosas en ellas, pero no las deshaces.
Y es extraño.

O sea, no sé tú, pero yo al menos lo encuentro extraño.

Incluso, en un momento llegué a pensar que escondías algo ahí.

O que alguien te había reemplazado y tú estabas en realidad allá adentro.

Maniatada hasta el punto que no puedes salir, ni gritar auxilio.

Pero claro, la imaginación también me ha engañado otras veces, así que la dejo ir.

Haz como quieras, te digo finalmente, trataré que no me afecte.

Y eso hago.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Míralos bien.



I.

Míralos bien, no son círculos, me dijo.

Míralos bien, repitió.

Y claro, yo miré.

Varios círculos vi.

Y hasta los conté.

Nueve o poco más.

Igual puedo ser yo el que no entiendo.


II.

Eso le dije:

Igual puedo ser yo el que no entiendo.

Me miró con incredulidad y en sus ojos me pareció ver algo
que me pareció pena.

Tal vez soy yo el que solo sabe ver círculos, agregué.

O el que no entiende.

Dejé pasar unos segundos.

También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.


III.

Como no pareció escuchar se lo debí repetir:

También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.

Eso le dije.

Luego expliqué:

Creí que ambos personajes en realidad se habían enamorado de un muro.

O de las distintas caras de un muro, más bien.

Luego ambos, intentando ceder, lo abandonaban.

Ocurre así con todo, me dijo.


IV.

Como no entendí sus palabras, decidió repetirlas:

Ocurre así con todo, me dijo.

Con la comprensión, con los muros y hasta con las grietas de los muros, agregó.

Yo, por supuesto, escuché.

Luego, volví a observar lo que había visto como círculos, por si acaso.

Nueve círculos, conté.

Y se lo dije.

Igual puedo ser yo el que no entiendo.

sábado, 27 de septiembre de 2025

¿Cómo murió la familia del zar?



Si soy sincero,
lo cierto es que me importa un pico
cómo murió la familia del zar.

De hecho, ni siquiera estoy pensando en un zar determinado
sino que todas las familias de todos los zares, y sus muertes,
-aclaro-,
me importan un reverendo pico.

Reconozco que he leído cosas, es cierto,
y puede que hasta tenga guardada en algún rincón}
(de mi cabeza)
la información exacta sobre cada una de esas familias y sus muertes,
pero lo cierto es que la mayoría de lo que tengo guardado
(en mi cabeza)
también me importa un reverendo pico.

En el fondo son datos que se acumulan, nada más,
aunque uno no quiera
y que quedan rebotando por ahí, casi imperceptibles,
como el eco del grito de un hueón cualquiera
que grita una hueá ídem
en un lugar que tampoco importa.

¿La muerte de la familia del zar, entonces…?

¡Qué chucha puede uno decir sobre eso…!

Sobre el zar, quiero decir, o sobre su familia,
o incluso sobre la muerte misma…

¡Qué mierda importa el “cómo” o el “para qué” de todo aquello…!

Ocurre simplemente que el hombre se ve obligado a salir
y a veces sale.

Fuera de uno mismo, me refiero.

Y todo eso ocurre únicamente porque no sabe no ocurrir,
y ese es el fin de la historia.

Ya es cruel, quiero decir…
basta con eso,
no es necesario agregarle nada más.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Equilibrar una silla coja.



I.

No es fácil equilibrar una silla coja.

Sobre todo si intentas equilibrarla mientras estás sentado sobre ella.

Y es que te desequilibras cuando intentas inclinarte y el error se vuelve esquivo.

Y piensas entonces que aquello de la silla coja no es tan grave a fin de cuentas.

Y desistes.


II.

Por otro lado, puedes cargar tu peso hacia un lado y descansar de esa forma sin mayor problema.

Me refiero a que te dejas sostener, en el fondo, por tres patas.

Lo único malo es que debes estar atento y no olvidarte de donde estás ni cuál es tu soporte.

Y eso, por cierto, no es tan fácil como parece.


III.

Leí un libro el otro día sentado en una silla coja.

Uno relativamente breve, y que no logro recordar ahora.

Mientras lo leía recuerdo haber dejado una serie de indicadores para acordarme que estaba leyendo, justamente, sobre una silla coja.

Todo con el fin, claro está, de no sufrir sobresaltos.


IV.

A pesar de lo incómodo que pueda resultar, me gustaría observar que nadie se cae de una silla coja.

O yo no conozco a nadie, al menos, que se haya caído.

Por lo mismo, tal vez sería bueno analizar si vale o no la pena desgastarnos hablando de su precario equilibrio.

O sobre la dificultad de lograrlo.

Me refiero a que no es tan larga como creen, la vida.

Ni tampoco tan pareja.

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