martes, 14 de octubre de 2025

Todo siempre se reduce a uno.



I.

He aprendido que al final todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Con todo, debo admitir que es algo difícil de explicar.

Y es que todo ocurre como una especie de simplificación, hasta cierto punto.

Una que opera sorpresivamente y de forma extraña, confundiendo así a los más escépticos.

Eso es, en principio, lo que he aprendido.


II.

Antes, por supuesto no era así.

Me refiero a que yo, incluso, era uno de esos escépticos.

Hacía clasificaciones, dividía… observaba por partes.

Hablaba de cosas especiales… y hasta únicas.

Nada para mí, quiero decir, resultaba indistinto.

Yo mismo, de hecho, solía dividirme en varios yo, que no pensaban lo mismo.

Y hasta las sensaciones percibidas, me parecían pasajeras.

Pero claro… entonces comprendí.


III.

Lo anterior, aclaro, no lo digo con soberbia.

Y es que comprender, a veces, es tan triste como involuntario.

Es ajeno a nuestro mérito, digamos.

Ocurre simplemente que todo empieza a comprimirse.

O que, más bien, nuestra percepción corrige el concepto de distancia.

Así, hasta los números, como dientes, descubren que muerden todos juntos.

Y que, como decía en inicio, todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Ese es otro invento.

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