Morir joven no es un mérito.
No te salva de nada, quiero decir.
No alcanza a evitar la corrupción ni el desgaste, como algunos creen.
En el mejor de los casos no alcanzas a ser testigo de aquello, nada más.
Testigo consciente, me refiero.
Por eso no es un mérito.
Una vez se lo dije a alguien de esta misma forma, y se molestó.
Ni siquiera era joven, y se molestó.
Era una mujer mayor que tenía de mascota a una cucaracha grande.
Una cucaracha de Madagascar, creo que era.
Ya era tarde para ella, pero insistía en ver aquello que en su caso no ocurrió, como una especie de salvación que no tuvo.
Como un tren, digamos, que dejó pasar.
O bajo el cual no se arrojó a tiempo.
De igual forma, lo importante aquí es dejar en claro que morir joven no es mérito.
Poco importa la mujer esa de la que te hablaba o cualquiera que no quiera entrar en razón.
Igual tendrás esa cucaracha hasta que se muera, le dije.
Y nadie sabrá si es temprano o tarde para su muerte.
O si eso marcó alguna diferencia.
Ella me observó, molesta.
Tenía la cucaracha en una de sus manos cuando me observó.
La mujer no dijo nada, según recuerdo, pero la cucaracha comenzó a silbar.
Luego, por supuesto, dejó de hacerlo.
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