lunes, 16 de diciembre de 2019

La centrífuga.

I.
Meto palabras en esta hoja como si fuera una centrífuga.
Entonces la enciendo
hasta que las palabras quedan secas, en el interior,
girando para nadie.

II.
Algo nos aleja del centro.
Algo que es ficticio y sin embargo nos aleja.
Eso dirían las palabras girando en la centrífuga.
Eso dirían si tuviesen con quién hablar.
O si supieran dónde dirigirse.

III.
No sé qué mirar cuando observo la centrífuga.
Espero que se detenga, simplemente, y luego busco algún sentido.
Si nada encuentro, la enciendo otra vez y repito lo ya hecho.
Me agoto, por supuesto, pero oculto mi cansancio.
Y me muevo mientras busco para no fijar mi referencia.

IV.
Si esto fuera un juego yo diría:
“De la centrífuga de Dios nació el ornitorrinco.
De la del hombre surgió la esfinge.
De la mía sale esto y a veces el silencio…”
Sin embargo, es probable que esto sea,
poco más que un juego.

V.
Wingarden habla de una tribu que miraba las estrellas, siempre caminando.
De esa misma forma yo observo la centrífuga.
¡Cómo pasa el tiempo…!
Antes miraba las estrellas y hasta les ponía nombres.
Fue así que descubrí, por ejemplo, Ekman, Eötvös y Coriolis.
(Aunque luego comprobé que solo Coriolis existía)

VI.
Ya se detuvo la centrífuga.
Quien la vio girar puede comprobar que es cierto.
Dije lo que debía hasta que se abrió la herida.
Y lo que hay en la herida se resume en esta frase:
El cuerpo tiende a sanar,
hasta que se agota.

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