domingo, 7 de septiembre de 2025

Bien.



Estaba muerta, es cierto, pero se veía bien.

Probablemente mejor que en vida, incluso.

-Lo que pasa es que viva no te atrevías a mirar ni a juzgar ni a nada –me dice, mientras se contonea frente a mí.

Yo la observo.

Como más o menos es cierto, no discuto.

Entonces caminamos un rato, hasta una banca de madera, frente a la cual nos quedamos de pie, sin sentarnos.

Hablamos un poco.

Mayormente del pasado, aunque de vez en cuando tocábamos algún tema actual, o ella me preguntaba por alguien que habíamos conocido.

-Ese también murió… –le decía-. Ellos se separaron y volvieron a casarse.

Seguimos así durante un rato.

-Solo me das información –dijo ella, de pronto.

Noté que su voz era distinta.

-No es que me queje –agregó-, pues hay cosas que no sé y yo misma te pregunto… Pero pensé que ahora podía ser distinto.

-¿Distinto a qué? –pregunté.

Ella me miró a los ojos, pero no respondió.

-Que te haya dañado no es excusa -dijo poco después-. Todo nos daña, además, todo nos gasta… por dentro y por fuera nos gastamos…

No asentí, pero probablemente ella pensó que sí.

Así, al menos, solía interpretarme.

-¿Te espero donde mismo, mañana? –preguntó entonces, cuando notó que iba a amanecer.

Yo no contesté.

La miré fijo, despidiéndome, sabiendo que en el fondo yo era el único al que ella podía recurrir ahora.

Finalmente, su rostro comenzó a desdibujarse, como si le arrojasen tierra.

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