Estaba muerta, es cierto, pero se veía bien.
Probablemente mejor que en vida, incluso.
-Lo que pasa es que viva no te atrevías a mirar ni a juzgar ni a nada –me dice, mientras se contonea frente a mí.
Yo la observo.
Como más o menos es cierto, no discuto.
Entonces caminamos un rato, hasta una banca de madera, frente a la cual nos quedamos de pie, sin sentarnos.
Hablamos un poco.
Mayormente del pasado, aunque de vez en cuando tocábamos algún tema actual, o ella me preguntaba por alguien que habíamos conocido.
-Ese también murió… –le decía-. Ellos se separaron y volvieron a casarse.
Seguimos así durante un rato.
-Solo me das información –dijo ella, de pronto.
Noté que su voz era distinta.
-No es que me queje –agregó-, pues hay cosas que no sé y yo misma te pregunto… Pero pensé que ahora podía ser distinto.
-¿Distinto a qué? –pregunté.
Ella me miró a los ojos, pero no respondió.
-Que te haya dañado no es excusa -dijo poco después-. Todo nos daña, además, todo nos gasta… por dentro y por fuera nos gastamos…
No asentí, pero probablemente ella pensó que sí.
Así, al menos, solía interpretarme.
-¿Te espero donde mismo, mañana? –preguntó entonces, cuando notó que iba a amanecer.
Yo no contesté.
La miré fijo, despidiéndome, sabiendo que en el fondo yo era el único al que ella podía recurrir ahora.
Finalmente, su rostro comenzó a desdibujarse, como si le arrojasen tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario