Primero era un río. Yo en un río. Tratando de
afirmar mis pies entre las piedras y plantándome firme. Eso era yo más o menos.
Eso quería ser yo. Una especie de héroe aunque no tuviese claro el propósito.
Un héroe ridículo, es cierto, pero un héroe a fin de cuentas. Eso era lo que pretendía
ser. Eso era lo que entendía de la vida. Plantarse firme y estar ahí, me
refiero, inmóvil ante la corriente que golpeaba y que era el mundo. Inventando
que quería derribarme. Inventando que venía contra mí. Y forzándome de esa
forma a ser el centro. Eso quería ser yo. Eso fui, incluso, por un tiempo. Un
tipo firme en un río. De pie contra la corriente. Un héroe inmóvil. Un héroe
hecho estatua antes de cualquier hazaña. Dejarse ir era rendirse, pensaba
entonces. Ir al ritmo de la corriente era la verdadera inmovilidad, pensaba. La
falta de fuerza. La falta de roce. Un muerto en la corriente, si se quiere.
Eran extrañas, de esta forma, las opciones. O te plantas frente al mundo y lo
ves pasar, o te dejas llevar y ves siempre la misma parte del mundo. El flujo
del mundo. Yo en un río. Primero era un río. Eso es lo que creía, me refiero. Luego
no creí en nada más.
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