miércoles, 22 de octubre de 2025

Esperé hasta que fuera mi turno.


I.
Esperé hasta que fuera mi turno. Entonces me acerqué al vendedor y le reclamé por el producto. Con tranquilidad y firmeza, le reclamé. Le mostré las instrucciones y le expliqué que hice lo que se indicaba. Le mostré fotos y hasta videos, pero no hubo caso. No es culpa de la enredadera, me dijo, devolviéndome la boleta. Nunca es culpa de la enredadera.


II.
Insistí un poco más, pero ya sabía que nada lograría. Luego volví a casa. Ya en ella, me serví un vaso de bebida y salí al patio. Observé los tallos largos y las hojas, enredados entre sí y arrastrándose sobre el césped. Vivos, ciertamente, pero arrastrándose sobre el césped. Bueno, ni siquiera césped, pero sobre manchas de pasto. Me acerqué a observarla y le hablé en voz baja. Dicen que no es tu culpa, le dije.


III.
La enredadera no me contestó. Por más que le hablé y le pregunté por qué no se aferraba a nada, nunca contestó. No es que esperase mantener una charla con ella, pero al menos creo que merecía un gesto. Algo que pudiese interpretarse como una señal y tener un mínimo significado. Solo sabe enredarse a sí misma, concluí, mientras volvía a analizarla. No debe culparse a nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario