Me dicen que no hable de esto y no lo hago. Me
aguanto y hablo de otra cosa. Me pongo la gorra y avanzo rápido sin levantar la
vista. Con rabia, avanzo, y no puedo decir hacia dónde. Nos organizamos rápido.
Mensajes que nombran otra cosa, números en una muralla y ya está. Yo llevo los
clavos y los trozos de vidrio. Hace unas horas conseguimos la dirección y vamos
hacia allá. Si nos vemos no nos saludamos. Si uno cae no nos protegemos. Son
instrucciones básicas. Mi gorra es de caza, como la de Holden Caulfield. Antes
usaba un guante de beisbol, pero quedó registrado y preferí no arriesgar. Mientras
avanzo, para no pensar en detalles aprieto un trozo de vidrio que llevo en una
de mis manos. El vidrio se entierra lo suficiente como para hacerme sangrar. Cuando
noto que cae sangre al suelo, dejo de apretar un poco, para no agrandar la
herida. Mi técnica es básica. Me repito una y otra vez lo que debo hacer,
mientras avanzo. Si en algún momento siento dolor, quiere decir que algo va
mal. No puedo decir lo que hago, pero lo hago. Tengo rabia y siento que se
trata de algo justo. En una misma sensación siento ambas cosas. Dejo entonces
los clavos y los trozos de vidrio donde deben quedar. Si todo sale bien, he
prometido que otros clavos se entierren en uno de mis brazos. Posiblemente por
compensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario