En total trotamos una hora diaria. En dos
instancias de media hora, claro, sin mayores exigencias. Acostumbramos subir el
segundo día y sin hablarlo nos fijamos un circuito y lo seguimos. Luego
trotamos. Es sencillo. Subimos a un lugar plano, en la montaña, a trotar. Casi
siempre van ovejas a comer, en ese espacio. Los primeros días se arrancan, es
cierto, pero ya después de la semana no las molestamos mayormente. Nos miran
recelosas, claro, pero podríamos decir que compartimos sin problemas. Por lo
general después de cada trote bajamos al lago, a nadar. Solo un momento en todo
caso, para refrescarnos. Luego la rutina suele cambiar, según el clima. Caminamos
por la orilla del lago, por ejemplo, o hacemos una ruta más larga, hasta la
playa u otro lugar. Así se nos pasa el tiempo hasta que decidimos regresar. No
sé por qué, pero siempre decidimos hacerlo después de una noche despejada. En
lo personal me gusta mirar las estrellas y me tranquiliza ver que cada una está
donde corresponde. El día que regresamos desarmamos las carpas y subimos al
lugar donde acostumbramos trotar, aunque esa mañana, por lo general, no trotamos.
Simplemente observamos las ovejas y comprobamos que en el pasto ha quedado
marcado, nuevamente, nuestro circuito. Eso es lo que hacemos. Luego regresamos.
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