El hombre del
que hablo cría aves de corral. Tengo entendido que tiene un terreno en las
afueras de Santiago y ahí las cría. Una particularidad de su crianza es que les pone nombre a cada
una de sus aves y exige que estos nombres se mantengan hasta el momento de su muerte.
De esta misma forma, vela porque no se repitan esos nombres, mientras las aves
tienen vida. Así, cada vez que da muerte a alguna de ellas el nombre queda
vacante y puede volver a ser usado nuevamente. Debido a lo anterior el número
de las aves que posee no ha crecido en demasía, aunque al mismo tiempo sea uno
de los proveedores más destacados de patos y otras aves, para los más finos restaurants de
nuestro país. En una entrevista que dio para una revista señalaba al respecto
que no sentía que daba muerte a sus aves si el nombre era heredado de
inmediato, al momento del sacrificio. De esta forma, decía, Marta Jacinta por
ejemplo, que está a punto de ser faenada, pasa a estar de pronto en el sector
de las aves recién nacidas y no muere en lo absoluto. Así, este hombre, cree
que ha descubierto el gran secreto para evitar la idea de la muerte y alejarse
del riesgo de extinción de una especie, al mantener siempre vivo el linaje. Esa es su forma, entonces, de
ser bueno.
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