Hay un hombre en el rincón. En medio de las
sombras. Supongo que es un hombre, más bien. Su silueta aparece en cuanto apago
la luz. Prácticamente no se mueve, pero se aprecia la respiración. También se acomoda cada cierto rato, y estira
las piernas. Él sabe que lo veo y quiere que me acerque. Que le pregunte quién
es. Que le pregunte qué quiere. Sé que quiere eso, pero no lo hago, en todo
caso. No lo hago porque de cierta forma ya lo sé. Adivino su forma, su identidad
y hasta sus intenciones. De hecho, a veces pienso que él sabe menos de mí que
yo de él. Tal vez él también hable de mí como el hombre del rincón. Tal vez y
hasta escriba un texto, desde las sombras, con pensamientos similares. Con
todo, vale la pena aclarar que no somos el mismo. Me refiero a que este no es
un juego de palabras ni hay espejo alguno. Ocurre simplemente que hay un hombre
en el rincón. Y ese hombre es silencioso. Tanto que no hay ruido,
prácticamente, en la habitación. Muy a lo lejos suenan tijeras, eso sí. Él
también las escucha. Estoy seguro que lo hace. Solo entonces voy hasta él. De a
poco. Justo a dos pasos yo lo reconozco y él grita. El silencio se rompe como
un vidrio.
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