Debajo de una piedra, como un bicho. Eso es lo que
quiere y yo lo dejo. No soy su niñero, además. Se lo dije a la Fran antes que
fuéramos, pero no hizo caso. Al Mati le da por ponerse bajo piedras, después de
comer hongos. Se lo dije varias veces. Y es que la última vez la pasamos mal. Nadie
quiso ayudar y al final tuve que sacarlo solo. No disfruté nada. Creo que hasta
me disloqué un hombro tratando de llevarlo al auto. El Mati había buscado unas
piedras cerca del río y se metió debajo. Este
es mi sitio, decía. Luego entendí que se creía un bicho. No sé de dónde
sacó una piedra y se la puso encima. Él creía que lo cubría entero. Yo no sé.
No recuerdo. O sea, tengo una imagen, pero no debe estar bien. Ahora te encargas tú, le dije a la Fran.
Yo quiero estar tranquilo y ver montañas. Y es que con hongos me gusta ver
montañas. Como que se descomponen un poco y tienen escritos dentro. Nunca los
leo, pero están claritos. Yo los veo. La verdad está escrita ahí y es hermoso
sentir que no la necesito. Puedo vivir sin ella y no hay problema y si los hay
soporto. No molesto a nadie. El Mati en cambio preocupa porque nunca sabemos
qué piedra. Cree que se va lejos, pero el ruido nos llega. Siempre busca
piedras. La Fran no lo ha visto y cree que es cosa sencilla, pero ya la quiero
ver. La tentación de levantar la piedra y reventarle la cabeza. Tal vez le dé.
Por mi parte, estoy seguro que el verdadero Mati está dentro, como un bicho. Todos
estamos dentro, además. La Fran también lo va a ver y luego se va a arrepentir.
Ahora vamos donde siempre y ya comimos un poco, pero yo escribo. Hace frío así
que nos abrigamos un poco. El Mati ya comió y yo le advierto a la Fran. Ella no contesta. Hay
alguien más en el auto, pero ya ni sé quién es. Tal vez sea yo, y lleve un
martillo.
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