F. le dice a K. que no le gusta salir a pasear.
Pero luego aclara que no es que no le guste, si no que le complica calcular. Como
K no entiende ella le explica que sí le dan ganas de salir, pero el problema es
que las ganas se le pasan de golpe y entonces se produce un momento complicado
pues tiene que volver sin ganas desde el punto en que cambió de sensación. Ambos
conversan sobre el tema y hasta sacan un papel, donde F. dibuja gráficamente su
problema. Ella misma comenta entonces que la solución sería poder calcular
justamente cuál sería la mitad. Es decir, justo cuando el tiempo necesario para
que cambie de opinión llegue a la mitad. De esta forma, aclara F., nuevamente
dibujando el esquema, las ganas de pasear se pasarían justo en el momento de
regresar a casa, por lo que ya no habría inconveniente. K. la escucha y se
demora un tanto en entender, aunque luego lo hace y hasta le dice que es
cierto, que sería ideal que todo fuese así. El amor, la vida, el entusiasmo,
dice K., todavía pensativo. Entonces, tras escucharlo, F. le dice que se alegra
que él la comprenda y hasta lo invita a pasar a su casa. K., sin embargo, tras
pensarlo un poco le dice que no y se va a pasear solo. Ella está hueveando
mucho, se dice.
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