I.
Hay fruta, pero el frutero está vacío.
Puedes verlo sobre el mesón, en una esquina, probablemente lleno de otras cosas.
Las frutas, en tanto, pueden estar en cualquier lugar, más o menos olvidadas.
De hecho, cuando las recordamos –en ocasiones a fuerza de encontrarlas-, suelen producirnos desconfianza y no nos animamos a comerlas.
Poco después –por lo general unos cuantos días-, las botamos para que no terminen de pudrirse en el lugar.
Días después, por supuesto, volvemos a comprar.
No estamos orgullosos, pero lo aceptamos –supongo-, como un ciclo.
Como un ciclo dentro de otro, por cierto.
Y ese dentro de otro más.
II.
Así y todo, a veces cambia.
Uno de los ciclos, me refiero.
Por ejemplo, una vez me desperté pensando en el frutero.
Poco después, avergonzado, lo vacié y lavé cuidadosamente, antes de volverlo a su lugar.
Además, esa vez, despejé el entorno y hasta elegí las mejores frutas para dejarlas dentro.
Esa misma tarde, según recuerdo, comimos dos.
Lamentablemente, nuestras demás obligaciones nos hicieron descuidar aquel avance.
Y días después, luego de botar la fruta desperdiciada, el frutero comenzó a llenarse de otras cosas, como siempre.
Yo me percaté, por cierto, pero no supe bien qué hacer, ni menos qué sentir.
Me refiero a que podría haber hecho algunas cosas, pero solo habría sido el comienzo de otro ciclo.
No sabemos, sinceramente, por quién –o por qué-, tener lástima.
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