Estoy en el sur leyendo a Knausgard.
Con poca luz, hacia el final de la tarde, pues no hay luz eléctrica y el sol ya se va.
Ya cerca del final me detengo un poco cuando Kanusgard señala que no hay nadie que no comprenda su propio mundo.
Me detengo porque vislumbro de qué forma esa afirmación puede ser una conclusión a partir de lo que él mismo ha escrito.
Y claro, me detengo también para relacionarla con lo que yo mismo vivo y observo fuera de ese libro.
Está comenzando a hacer frío.
Me pongo un gorro.
Vuelvo al libro de Knausgard.
Leo con dificultad debido a la escasez de luz.
Alguien que entiende poco, explica, un niño por ejemplo, se mueve simplemente en un mundo menos amplio que aquellos que mucho entienden.
Luego agrega que lo de entender mucho, siempre ha estado relacionado con el entendimiento de los límites de la misma comprensión. Es decir, el reconocmineto de que el mundo más allá de esos límites (de todo lo que uno no entiende), no solo existe, sino que además es más grande que el mundo que tenemos dentro.
Hago una pausa.
Dejo el libro a un lado y camino un poco para alejar el frío.
Ya ha oscurecido, por cierto.
Entonces, mientras busco algunas ramas para encender el fuego, pienso que de alguna forma lo dicho por Knausgard da pie para diferenciar el concepto de entendimiento con el de comprensión a partir de la idea de mundo.
Sé que no apuntaba a eso el fragmento, pero me acerca a pensar que si bien entendemos el mundo en sí -el espacio en que existimos, digamos, hasta los bordes que llegamos-; comprender es saber que hay otro fuera de este primer entendimiento.
Es decir, no comprendemos al hacer propio un conocimiento o un entendimiento, sino que comprendemos a partir del reconocimiento de la falta de entendimiento, de aceptar más bien el no acceso al entendimiento de algo que existe más allá.
Y claro, de ahí a entender la comprensión casi como un acto de fe, no hay mucha distancia.
De hecho, podríamos desde ya ir quitándole el "casi".
Termino de pensar esto prácticamente al mismo tiempo que se enciende el fuego.
Me acerco a él para alejar el frío.
Todo está bien, pienso ahora.
Y el espacio que entiendo se llena de sombras.
Sombras amables, aclaro.
Como la voz de Knausgard.