miércoles, 30 de septiembre de 2020
Fósforos.
I.
Jugaba con fósforos.
Los encendía de a uno.
Esperaba a que se apagaran solos o en última instancia los soplaba.
Era un juego sencillo.
Inocente, incluso.
En lo personal, ni siquiera lo consideraría un juego.
No había objetivo, digamos.
No consistía en quemarlos enteros ni en demorarse menos tiempo.
Encenderlo solamente porque se podía.
Porque eran fósforos, digamos.
Porque para eso estaban hechos.
Además eran baratos.
Y en última instancia, no le hacía daño a nadie.
II.
Suena como algo menor, o como frase hecha.
Pero es más importante de lo que parece eso de no hacerle daño a nadie.
Quien cuestione o ponga reparos en el hecho de encender fósforos le recomiendo que piense en eso.
Que evalúe otras actitudes que parecen menos cuestionables.
Una persona podría encender fósforos toda su vida y no ser un mal tipo.
Incluso alguien, a lo lejos, podría observar ese fuego intermitente y considerarlo una señal.
III.
Si Dios existe, alguna vez jugó con fósforos.
Puede que un instante, pero un instante para Dios ya saben lo que significa.
Puede que haya encendido millones y algunos todavía estén por apagarse.
En lo personal, no lo consideraría un mal Dios por eso.
No lo juzgaría.
Lo observaría como un hecho, más bien.
Dios jugaba con fósforos, diría.
Los encendía de a uno…
Y así seguiría pensando, mientras el mundo sigue sostenido sobre la nada.
Moviéndose incluso, sin que percibamos sonido alguno.
martes, 29 de septiembre de 2020
Hecho.
I.
Vuelves a buscar algo que se te quedó.
Pero vuelves de más.
Si se te quedó es por algo.
De alguna forma habías decidido olvidarlo.
Dejarlo atrás.
Te traicionas, entonces, al volver.
Sin saberlo, te traicionas.
Recoges lo olvidado y te alivias incluso, sin saber por qué.
Siempre que se vuelve, se vuelve a lo mismo.
II.
Le temes al olvido, pero en el fondo es bello.
Es protector, incluso, el olvido.
Piénsalo si quieres con pequeñas cosas.
Ir a comprar sin dinero.
Cocinar el arroz olvidando la sal.
Nada es tan terrible como parece.
Caminar al almacén y volver.
O saludar incluso y contar que te olvidaste.
Así también se conecta la gente.
Y puedes salar el arroz después de cocinarlo.
III.
No te esfuerces por recordar.
Empeñarte en eso no es sano.
Serás como un niño, si lo haces, sacándote una costra.
Olvida los documentos.
Olvida las llaves.
Olvida hacia donde te diriges.
Probablemente ni siquiera debías ir ahí.
No te preocupes por esas cosas.
Incluso el día en que durmiendo te olvides de respirar.
Probablemente no será un mal día.
Algo habrá en el sueño, tal vez, que te detenga.
Y todo lo demás, ciertamente, ya habrá estado hecho.
lunes, 28 de septiembre de 2020
Kamikazes.
domingo, 27 de septiembre de 2020
Todo es un eslogan
Todo es un eslogan.
Lo ignoramos o fingimos no saberlo, pero todo es un eslogan.
Los primeros balbuceos.
La forma en que llamamos a nuestros padres.
Las primeras frases de amor.
Todo es un eslogan.
Un único eslogan, me refiero.
Desde el llanto al nacer, hasta el último estertor.
Todo es un eslogan.
Uno por individuo, digamos.
Un eslogan por producto.
Y tú eres el producto, por supuesto.
Te vendes a ti mismo, pensando que eres libre.
Todo es un eslogan.
Es cierto, aunque no te guste.
Tan real como tú ahora leyendo mi propio eslogan.
Nada de esto puedes evitarlo así que no te esfuerces.
Siempre será así, aunque no quieras.
Aunque te quedes en silencio, pues ese silencio también es parte.
Todo es un eslogan.
No lo olvides.
Hasta tus gritos de dolor son parte de él.
Hasta el llanto que acongoja al hombre cuando cree perder a alguien.
Todo es un eslogan.
Un conjunto de palabras que permanecerá, aunque te hayas ido.
La publicidad tardía de un producto que ya no puede adquirirse.
Acéptalo ya...
Todo es un eslogan.
Y aunque te parezca absurdo.
Y aunque te preguntes para qué.
La mayoría de las cosas seguirán, más o menos, el rumbo previsto.
Porque así es como ocurre.
Porque todo es un eslogan que debe ser dicho.
Porque te promocionas a ti mismo, aunque no quieras.
Y es que somos algo así como el canal publicitario que ve Alguien.
No sabemos, ni sabremos, para qué.
Por lo mismo, mejor no te esfuerces.
Mejor no intentes nada.
Todo es un eslogan, dicen los que saben.
sábado, 26 de septiembre de 2020
Los dados.
viernes, 25 de septiembre de 2020
Un vuelco.
jueves, 24 de septiembre de 2020
¿Razones?
I.
II.
III.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Soñar con una lechuza.
martes, 22 de septiembre de 2020
Formas de mirar una corbata.
Un día me asusté mirando una corbata.
Primero me reí, por cierto, al verla colgando, en un ropero.
Me reí de mí y de la corbata, aclaro, en ese instante.
De lo absurdo de la prenda.
De la poca utilidad.
De ese algo al borde del disfraz y del ridículo, que tiene en el fondo la corbata.
Luego seguí mirando, sin embargo, y la sensación cambió.
El mismo absurdo, aclaro, pero ahora ese absurdo incomodaba.
Sobre todo, porque yo era parte de ese absurdo.
La corbata era mía, digamos, en principio.
Pero además, si uno busca, encuentra siempre otros agravantes.
Pensado esto, pasé a ser yo quien me sentía, prácticamente una corbata.
Colgado del mundo, por mi parte, igual que la corbata, en el ropero.
Y claro, la sensación de absurdo comenzó entonces a pasar de una cosa en otra.
Y fue así que el miedo se instaló, sin que lo viese venir, de un momento a otro.
Esa corbata basta para desarmar el mundo, me dije.
E imaginé que, si tiraba de ella, como de una hilacha, el mundo entero podía deshilvanarse.
Luego, pensé que la forma más fácil de alejarme de esa sensación era cerrar el ropero.
Sin embargo, no lo hice.
Seguí mirando la corbata hasta ver quien se rendía primero.
Como si mirara un precipicio miraba la corbata.
Como si mirase, ciertamente, un vacío sin fondo.
Con afecto, incluso... buscando comprender.
Hasta que el miedo se alejó, la observé.
Y el alivio trajo entonces algo similar a una sonrisa.
Y lloré un poquito, agradecido.
Y después seguí adelante.
lunes, 21 de septiembre de 2020
Ella tuvo un perro que sabía que era un perro.
Ella contaba que una vez tuvo un perro que sabía que era perro, creo
que era un dálmata. O sea, no sé si el animal sabía que era un dálmata, pero
ella aseguraba al menos que sabía que era un perro. Nunca entendí sus
explicaciones respecto a cómo ella podía saber que el perro sabía que era
perro, pero sí recuerdo que, para ella, su impresión era un hecho irrefutable. Tanto
así que llevó al perro a una especie de psicólogo animal que, según ella, confirmó
su apreciación. Además de confirmarla, a través de varias sesiones, determinaron
que era malo para el perro saber que era perro. Esto, ya que, si bien el perro sabía que
era perro, no llegaba a comprender qué significaba, justamente, ser perro. Y
ese conocimiento incompleto es la fuente de su desgracia, señalaba ella,
cuando yo le pedía explicar lo que ocurría. Sé que luego de eso el animal siguió un
tratamiento, pero sinceramente no recuerdo que
ella me haya contado en qué consistió. Por esto, si alguien leyó hasta acá esperando un desenlace, me disculpo por no tener algo concreto que ofrecerles. Además, aprovecho de aclarar que narré confuso adrede, pues ella también era confusa. Y porque la vida
es confusa, también, cuando quiere.
domingo, 20 de septiembre de 2020
Una vainilla.
-¿Sabes…?
-¿Qué?
- No me apures… es que estaba pensando.
-¿Y en qué pensabas?
-No sé bien… cosas raras…
-¿Cómo qué?
-Pensaba en qué haría si fuese una vainilla.
-¿Una vainilla?
-Sí, pero me costaba pensar porque creo que no sé en realidad cómo es una vainilla…
-…
-¿Tú sabes?
-¿Me preguntas si sé cómo es una vainilla?
-Sí, eso…
-Pues no… no sé… como una frutilla, supongo, pero amarilla…
-Sí… puede ser… de todas formas no importa… el punto es que pensaba en eso…
-¿En cómo es una vainilla?
-No, ya te lo dije… pensaba en qué haría si fuese una vainilla…
-¿Si tú fueras una vainilla?
-Sí.
-¿Pero acaso se puede hacer algo siendo una vainilla?
-¿A qué te refieres?
-Piénsalo un poco… ¿qué opciones crees que tiene una vainilla salvo colgar del árbol de vainillas?
-…
-Eso si es que existe un árbol de vainillas.
-Pues no sé cómo decirlo… no es que pensara en ser una vainilla, solamente…
-¿No solo una vainilla?
-No.
-¿Y entonces?
-Pues entonces… no sé… supongo que me pensaba como un yo en la vainilla…
-¿Un tú en la vainilla?
-Sí, más o menos eso… ya ves que era absurdo…
-¿Y qué pensabas hacer, entonces, como vainilla?
-¿De verdad quieres saberlo?
-Claro, por eso pregunto.
-Pues si fuese una vainilla lo primero que haría sería comprar una esencia de vainilla…
-¿Una esencia de vainilla?
-Sí, de esas que vienen en botellitas y que se les pone a algunos postres…
-¿Y para qué querrías la esencia?
-Pues no sé… para echármela encima, supongo… para asegurarme de tener la esencia que me corresponde, nada más…
-¿Nada más?
-No, nada más. Siempre es simple, en el fondo, lo que yo quiero.
sábado, 19 de septiembre de 2020
Siempre habrá cucarachas.
I.
Siempre habrá cucarachas.
Sobre el resto, nada sé.
Y es que todo pasará, salvo las cucarachas.
Cuando cese la luz, estarán su reino.
II.
Nada sé, decía, sobre el resto.
Manejo datos, apenas, de cosas que desaparecerán.
Cifras, adjetivos y hasta nombres de emociones.
Todo lo demás, se perdió antes, incluso, de ser encontrado.
III.
Salvo las cucarachas, sostengo, todo pasará.
Ni el llanto ni la vida ni la risa son eternos.
Dios, si es que estuvo, fue apenas un músculo.
Un tejido extraño, como el corazón de los hombres.
IV.
Estarán en su reino, cuando cese la luz.
Y caminarán entonces, a sus anchas, por el reino.
Volverán a la superficie, justamente porque nadie las llamó.
Y el silencio será la señal, para que se esparzan por el mundo.
V.
Habrá siempre, sin duda, cucarachas.
Podría apostarlo, pero no habrá nadie, después, para pagar.
El movimiento cesará mientras un último lobo aullará en la noche.
Y las cucarachas comerán los restos, de las cosas que creímos nuestras.
VI
Así y todo, si me preguntan, elijo no ser cucaracha.
Y es que no me siento preparado, para sobrevivir un poco más.
Podría darle más vueltas, pero la conclusión será la misma.
El tiempo dado a cada uno debiese alcanzar perfectamente.
viernes, 18 de septiembre de 2020
Una relación frugal.
Dormimos en el auto nueve días, para ahorrar.
Luego, cuando ya habíamos ahorrado, vendimos el auto.
El dinero nos alcanzó para arrendar una cabaña, por un año, menos el verano.
Es decir, por nueve meses.
También ahorramos, esos nueve meses, comiendo y durmiendo exclusivamente en la cabaña.
Apenas llegamos, recuerdo, un viejo nos enseñó a hacer sidra, con las manzanas del lugar.
Hicimos -y tomamos-, exactamente sesenta y ocho litros.
Sé el detalle de todo esto pues ella me pidió que llevara las cuentas.
Yo lo hice en un cuaderno pequeño, que tenía pocas hojas y tapas de cartón.
Anoté, por ejemplo, que durante esos nueve meses, ella pintó exactamente doce cuadros.
Yo, en tanto, escribí cuatro obras de teatro que ahora ya ni recuerdo donde están.
Pasados los nueve meses, ella vendió sus cuadros y yo una chaqueta y unos libros, para regresar a Santiago.
Cuando llegamos, nos costó acostumbrarnos al calor.
Estuvimos molestos esos tres meses, en Santiago, mientras seguimos juntos.
Ella pintó un par de cuadros, pero lo cierto es que ninguno de nuestros proyectos resultó.
Hablamos de eso varias noches hasta que decidimos separarnos.
Dividimos los libros y revisamos juntos el cuaderno de cuentas, comprobando que nadie debiese nada al otro.
Y es que hasta el sufrimiento nos ahorramos, podríamos decir.
No hubo despilfarro, entre nosotros.
jueves, 17 de septiembre de 2020
Pájaros.
“Unas veces te mueres, otras no"Ch. B.
Igual que moscas vi a los pájaros acercándose a la carne. Pájaros
comunes, de ciudad, que se acercaban a picotear los restos. De hecho, vi a las
aves primero, amontonadas, sin entender qué hacían. Solo después, tras
acercarme un poco, descubrí la carne. O los restos de carne, más bien, que estaban
en el lugar. Algunos pájaros se iban, pero regresaban luego de un momento. Tal
vez iban a dejar restos a algún lado o simplemente se iban y volvían otros. No
podría asegurarlo. Solo señalo mis impresiones, no determino una verdad… nunca
entenderán de qué les hablo si no comprenden eso. Reconocí la carne por el hedor,
primero, y porque había restos todavía aferrados a los huesos. De todas formas
las aves no me dejaban ver bien de qué se trataba, y todo fueron impresiones
incompletas hasta el día siguiente, cuando regresé al lugar. Apenas se veía uno
que otro pájaro acercándose y en el suelo algunas filas de hormigas que, al
parecer, recién comenzaban a establecer rutas para llegar al sitio donde ahora
solo había unos cuantos huesos, y unos pocos restos mezclados con la tierra del
lugar. Por otro lado, el olor ya no era tan desagradable ni intenso, y todo volvía,
de cierta forma, a verse más o menos limpio. También había grupos de pájaros cerca,
pero comportándose de forma habitual. Posados en árboles, realizando vuelos
cortos… aparentemente distraídos. Como si nada, realmente, hubiese llegado a
pasar.