Estoy soñando. Mas o menos sé que estoy soñando.
Camino por calles de piedra y cruzo un puente. Tras recorrer un poco más y
escuchar a unos transeúntes me doy cuenta que estoy en Praga. Hay restos de
nieve en algunas calles. Incluso reconozco un par de ellas. Entonces, no sé por qué,
teniendo tanto para elegir, llego a un McDonalds, en Praga. Nada de catedrales
ni barrios célebres ni cementerio judío… En el sueño soy frívolo y más básico: voy
y me siento en un McDonalds, en Praga. Tiene colores un poco más opacos, los
adornos son sobrios y Ronald no sonríe, pero no deja de ser un local de McDonalds.
Pido entonces una cajita que trae una hamburguesa pequeña, unas papas y afortunadamente
una cerveza. Un vaso pequeño, nada más, pero es cerveza, al fin y al cabo.
También me entregan un juguete, en la cajita, envuelto en una bolsa de plástico.
Ya sentado, como rápidamente la hamburguesa y las papas y me tomo también la cerveza. Luego
abro la bolsa y descubro un pequeño Kafka, de juguete. Una figura a cuerda de Kafka que de inmediato pruebo sobre la mesa y descubro que no anda. Y claro, voy a pedir que me la
cambien, alegando que mi Kafka no se mueve. Tras varios intentos infructuosos
por darme a entender -el checo sigue siendo igual de difícil en el sueño- llaman
a un hombre, que estaba al interior del local, para solucionar mi problema. Es así,
me dice entonces este tipo, que al parecer era chileno. La figura es así,
repite. Es Kafka. No sea ahueonao. Yo intento entonces replicar algo,
pero el hombre ya ha dado media vuelta y regresado a la cocina. Yo me quedo
ahí, en tanto, frente al mesón, de espaldas a Praga, dándole nuevamente cuerda
al Kafka y poniéndolo sobre una bandeja, en la que sigue quieto. Mientras observo
al Kafka me despierto. Tengo un poco de frío. No hay Praga.
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