"Debería darte vergüenza, me dijo"
CH. M.
Ella atendía en una tienda que vendía discos, en
Santiago centro.
Discos que liquidaban, en ese entonces, de los que
no se vendían en otros sitios.
Llegaban buenas cosas, principalmente de jazz, que
solían ir a parar a remate.
Ella parecía simpática, pero nunca la oí hablar con
nadie.
Te sonreía cuando llegabas y luego dejaba de
sonreír, como si alguien se levantara el sombrero, y te saludara por cortesía.
Tenía una piocha con un nombre, pero un día descubrí
que no era su nombre, realmente.
Se lo aclaró a una señora, de forma cortés,
luego de responder su pregunta.
No le dijo, sin embargo, cómo se llamaba en realidad, y nunca oí a nadie consultárselo.
Yo le había preguntado unas cuantas cosas cuando
comencé a ir a la tienda, pero ya no sabía qué más podía preguntar.
Lo que vendían estaba expuesto, con precios claros,
y su rol se limitaba a sonreír y dejar de sonreír cuando tú entrabas.
Ponerse y sacarse la sonrisa, más bien, pensaba yo.
A veces, eso sí, se acercaba al mostrador y
ayudaba a empacar, algunas compras.
Metía los discos en bolsas de papel, y te los entregaba.
Para el remate final sacaron varias cosas de
bodega.
Ella me llevó a un costado y me entregó unos que
había separado de Monk Y Charles Mingus.
Lo hizo de una forma cortés, sin sonreír, de una
forma que nunca supe interpretar.
Sé que debemos haber hablado algo, pues me dijo su
nombre.
También me dijo que cerrarían en cinco días más.
Quedé de ir antes que cerraran, nuevamente, y eso
hice.
Pero ella ya no trabajaba en el lugar.
El cajero no supo o no quiso, decirme qué le había pasado.
Y yo tampoco insistí demasiado al preguntar, si soy
sincero.
Todavía tengo los discos y de vez en cuando los
escucho.
Ya no existen esas tiendas.
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