Me gustan los números. No estudiarlos, pero sí
verlos. Observarlos por ejemplo escritos en el total de una cuenta, aunque haya
que pagarlos. Me gusta verlos ahí, indicando algo. Un valor determinado,
digamos, específico, aunque a veces no esté de acuerdo con el monto asignado.
Sí, me gustan los números… aunque ahora que lo
pienso tal vez lo dije mal. Me gustan las cifras, más bien, no los números por
su cuenta o desligados de aquello que llaman “poder adquisitivo”. Por ejemplo,
no me interesa el número de un jugador en un deporte o el rut de la cédula de
identidad ni mucho menos el número de cuenta de alguien. Lo que llama mi atención
son las cifras, aquellas que cuantifican -supuestamente-, el valor de algo, y
te indican de esa forma algo exacto, algo que ya ha sido dicho, me refiero. Es decir,
ya conoces el producto que se ofrece; esta es la cifra. Y entonces dejan todo
en tus manos, para que decidas si puedes o no pagar aquello cuya cifra se
indica. O si quieres hacerlo, a partir de la cifra.
Y es que entonces hay una especie de valoración de
la cifra… Una relación digamos que observamos entre la cifra y el producto, y
luego entre la cifra-producto y nosotros. Y somos nosotros entonces quienes
adjudicamos valor y juzgamos, finalmente, incorporando también en ese juicio la
forma en que nosotros mismos hemos logrado conseguir nuestras propias cifras
(nuestro sueldo, en este caso) y podemos hacer una especie de conversión.
Es decir, X producto se asocia a X cifra y para mí
esa X cifra es igual a una serie de acciones y tiempo que debí emplear para
obtenerla. Luego calculo, por supuesto, y juzgo incluso mis propias acciones, a
partir de aquello que adquiero. Trabajé 2 horas por esto, en primera instancia.
O entregué mi vida (o gran parte de ella, para no exagerar), por esto otro, en una
instancia última.
Ese poder cuantificar, digamos, en definitiva, es
lo que me gusta de las cifras. Dividirme en tajadas y asignarlas a aquello que
adquiero. Decidir -si es que puedo-, cuando aquello que compro no es del
todo necesario y ser consciente de aquello que recibo y que entrego.
No hablo aquí de dinero, por supuesto.
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