Debido al brusco incremento en el valor de las
cuentas ella descubrió que se filtraba el agua.
No lo hizo de inmediato, pero tras hablar con
alguien de la compañía, le prestó atención a lo que ocurría con el medidor.
Cerró todas las llaves y observó entonces que el
marcador seguía funcionando.
Luego, incluso hizo cálculos para saber exactamente
cuánta agua se estaba perdiendo, cada hora.
Llamó a una empresa especializada en el tema para
que descubrieran la fuga e hicieran un presupuesto.
Fue un procedimiento largo, muy costoso y complejo.
Se ocuparon sistemas de ultrasonido, otros para
captar temperaturas y humedades bajo el suelo y finalmente un procedimiento por
gas, que terminó arrojando resultados específicos.
Encontraron así dos filtraciones, debidas
principalmente a la antigüedad de las cañerías.
Le entregaron, días después, un presupuesto para su
reparación.
Para costearlo debió gastar un dinero guardado para
las vacaciones y hasta pedir un préstamo.
Durante las reparaciones, gran parte del piso de la
casa fue abierto, para cambiar lo dañado.
Por las tardes, esos días, ella miraba lo que había
bajo la casa, sorprendida.
Incluso sacó fotos, de las tuberías bajo su casa,
sin saber bien para qué.
Las tomó con cariño, así como una madre fotografía
a sus hijos, cuando están dormidos.
Después de todo, llevaba casi cuarenta años
viviendo en esa casa.
Todos sus años, pensó, salvo los tres que estuvo
casada con M. y uno en que vivió con una amiga.
Y claro, así como iban las cosas, era probable que
ella terminase muriendo incluso, en aquella casa.
Sola, probablemente, en aquella casa.
Cuando las reparaciones terminaron, uno de los
trabajadores le dejó su tarjeta, por si quería a futuro hacer otras reparaciones
en el hogar, sin necesidad de llamar a la empresa.
Ella le agradeció y guardó sus datos, aunque sentía
que la casa estaba ahora en muy buenas condiciones y nada más, en ella,
necesitaba ser reparado.
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