Me molestan porque no sé remar. Yo explico que
fallo al pensar el movimiento. Si analizo lo que voy haciendo, no coordino,
les digo. Ellos se ríen y molestan un poco, pero saben que es cierto. La
cuestión es simple: si pienso en otra cosa o estoy borracho o no me doy cuenta que
voy remando, lo hago bien. Algunos de ellos han sido testigos y confirman mis
palabras. Borracho rema bien, dice uno. Otro de ellos también respalda.
Entonces uno de ellos me dice que debiese darle otra vuelta al asunto. Que la
explicación parece clara, pero debiese buscar una verdadera razón tras esa
respuesta. Yo no sé a qué quiere llegar, pero entonces saca a colación otras de
mis acciones y sugiere que el problema es otro. El problema es lo que
piensas cuando piensas cómo remar, me dice. Crees que piensas en el cómo,
pero en realidad cuestionas hacia dónde. Y como no estás convencido te
trabas, y el cuerpo que crees torpe en realidad te está obedeciendo
perfectamente. Entonces, ¿no remo porque no sé dónde ir?, le pregunto.
Más o menos, me contesta. Sabes dónde ir, pero no estás convencido.
Tras escucharlo, me quedo en silencio un rato, y pienso que puede ser cierto. Después
de todo, casi nunca estoy convencido de nada, si soy sincero. Tal vez debas
aprender a flotar, dice entonces otro. O sea, a dejarte flotar y no intentar
remar si ya no sale. ¿Flotar en el bote?, pregunto. Claro, me
contestan. O descansar más bien, ahí dentro. Yo pienso un poco en lo que
dicen, pero me siento incómodo. Tal vez hubiese preferido que me molestaran
simplemente, por no saber remar, y no darle más vueltas al asunto. De todas
formas, borracho remo bien, les digo entonces, para aligerar el tono. Ellos
no parecen convencidos, pero aceptan mi conclusión. Poco después abro otra
cerveza y la bebo en silencio, junto a la fogata. Cuando la termino, me despido
de todos, y me voy a acostar.
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