Que yo sepa, al menos, nunca mató a nadie. Aunque
es cierto que lo vi apuntar a todos. Con un arma, claro. Tenía un par de
revólveres y un rifle. O al menos eso le vi yo. Siempre tenía las armas
cargadas y es verdad que daba un poco de miedo, pero yo al menos me acostumbré.
Y hasta creo que comprendí, en el fondo, por qué lo hacía. Le gustaba apuntar,
a la cabeza casi siempre, y poner un dedo en el gatillo. Luego sonreía, un
poquito. Tal vez imaginaba que disparaba, no lo sé. El punto es que pasaba así
unos segundos. Luego sacaba su dedo del gatillo y guardaba el arma. No me lo
dijo, pero lo que comprendí es que de cierta forma él sentía que te perdonaba
la vida. Eso creo yo, al menos. No para quedar en deuda o algo así. No para que
le debieras algo, me refiero. Después de todo, por lo general ni siquiera
sabías que él te había estado apuntando. Sobre todo cuando lo hacía con el
rifle. A veces pienso que era igual que esos tipos que quieren batir récords. Tal
vez quería ser el hombre que le había perdonado la vida a más personas, o algo
así. Por eso a lo mejor era que usaba las libretas. Unas libretas pequeñas,
negras, que llevaba siempre en un bolsillo. Ahí anotaba los nombres. Cientos de
nombres de aquellos que no había matado. De aquellos que había dejado vivir. De
hecho, tal vez tú mismo estés anotado y no lo sepas. O te vayan a anotar,
porque él sigue con ese juego, todavía. Ahora que está más viejo, tal vez y
hasta se le escape un tiro. Aunque como te decía, que yo sepa, nunca mató a
nadie. Eso, al menos, creo yo.
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