Quería un sombrero mexicano para no ser visto. Uno
de esos grandes, tradicionales, aunque sin tanto colorido para no llamar tanto
la atención. Quería estar debajo de ese sombrero. Cubierto por ese sombrero.
Sentado en el suelo, con la cabeza inclinada, para que el sombrero también
cubriera su rostro y fuese casi como un velo. Ni desde el aire ni desde la
tierra podrían verlo ahí debajo. Aunque quisieran no podrían, estando de esa
forma. Podría incluso no contestar desde esa posición. Fingirse dormido. Hasta
roncar, de ser necesario, en voz alta, si sentía que alguien se acercaba. Tal
vez por eso sumó al sombrero la necesidad de un muro. Para apoyarse y de cierta
forma cuidar también la espalda. Bloquear todos los flancos, digamos, para
estar en paz. Incluso un trozo de muro bastaba, para eso. Un fragmento que
quedara sobre la tierra como en las películas antiguas. Sí, eso es lo que
necesitaba. El sombrero, el trozo de muro y un cactus, tal vez, para poner a un
costado. Para completar el paisaje y para reducir de paso las vías de acercamiento.
Una herramienta más de protección. El sombrero, el trozo de muro y el cactus...
y sí, tal vez una botella de aguardiente… Nada más necesitaba, pensaba. Eso y
el silencio, nada más. Pero sobre todo el silencio. Por favor, dijo en voz alta cuando terminó de pensar. Así sea, dijo.
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