I.
Nadie discute que era bueno.
Pero falta reconocer que era hueón.
Podría dar mil ejemplos, pero mencionaré solo uno.
Una vez, en Canadá, intentó ayudar a un oso que
había metido una de sus patas en una trampa.
El oso lo mató, por supuesto.
Y no liberó al oso.
II.
He ido a algunos homenajes, pero siempre termino
arrepintiéndome.
Muestran grabaciones, fotografías, y hasta leen algunos
de sus poemas.
Son sencillos, directos… pero todos pecan de una
ingenuidad pasmosa.
Alabanzas desmedidas, en general, hacia personas
cercanas y hasta políticos de época.
Hay uno muy extenso, por ejemplo, en el que alaba durante
setenta páginas a su esposa.
Tal vez lo conozcan.
Tiene siete cantos y en tres de ellos nos habla de
su excelsa fidelidad.
Antes de que el poema se publicara, la mujer ya lo
había engañado con dos de sus hermanos y con el editor de sus libros.
No culpo a la mujer, por supuesto, pero no puedo
valorar ese poema -ni al que lo escribió, por cierto-, sin pensar en todo
aquello.
III.
Es extraño, pero lo que lo lanzó a la posteridad
fue justamente lo que le ocurrió con el oso que mencionaba en un inicio.
Comenzó a hacerse famoso desde entonces, solo porque
un oso lo despedazó.
Llevaba un cuaderno con poemas en su bolso, que
terminó lleno de sangre y prácticamente ilegible.
Al oso lo hubiesen liberado, por cierto, pero
tuvieron que sacrificarlo porque dio muerte al poeta.
Bien podría ser un último recurso, pienso yo, si la
fama no llega por sí sola.
Despedazar a un mal poeta, me refiero.
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