Escribí mis memorias en seis días. Y me sobraron
cuatro. Me preparé por largo tiempo pensando que sería una gran tarea. Al final
sirvió apenas de ejercicio. Aunque no sé, si soy sincero, qué mierda ejercitaba.
Entonces para hacer algo me dediqué a corregirlas. No el estilo, que eso nunca me ha importado,
sino la veracidad de los hechos. Pero la veracidad de los hechos me era esquiva.
Y es que la veracidad finalmente, no dependía de la realización del hecho sino
de haberlo comprendido. La comprensión es lo que valida al hecho, anoté
entonces, y hasta lo dejé de epígrafe. Luego lo borré y lo cambié por un
dibujo. Pretendía ser un autorretrato, pero sin darme cuenta dibujé un helado
de chocolate. Ni siquiera se notaba que era un helado y menos de chocolate. Por
lo mismo lo borré. Luego busqué con google algún autorretrato, pero no salía
ninguno mío. O tal vez sí, no sé, pero si lo había me desconocí. Eso es algo
que sucede. No es tan malo, desconocerse. Por eso es bueno escribir nuestras
memorias. Aunque sea a la rápida y solo le dediques seis días y además te
sobren cuatro. La portada finalmente la dejé así: con la palabra Memorias y con
el dibujo de un paraguas. Un paraguas cerrado, por cierto. Mientras lo dibujaba
manché la imagen con helado de chocolate. Más o menos, comprendí.
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