Ocurrió en 1968. Un hijo ilegítimo de Tristan Tzara
creó un pequeño museo en Zurich. En realidad era un bar que funcionaba en una
casa antigua y en la que dejaron tres cuartos para exponer algunas creaciones.
Esas creaciones, por cierto, no eran del hijo ilegítimo de Tzara, sino del Tzara original y de algunos otros
dadaístas de la primera época que no alcanzaron a ser muy reconocidos. La
mayoría eran dibujos sencillos aunque también se incluían algunos collages que
utilizaban, por supuesto, diversos materiales. Para explicar los materiales
utilizados y señalar algunos antecedentes de las obras, el hijo ilegítimo de
Tristan Tzara escribió y adjuntó, a un costado de cada obra, una pequeña
reseña. Con el tiempo, sin embargo, y al ver que los visitantes parecían poner
mayor atención en las reseñas que en las obras, se decidió a ampliar las reseñas,
atreviéndose incluso a dar pequeñas opiniones sobre algunas de las creaciones
expuestas. Luego, con el tiempo, enmarcó sus reseñas de manera tal que su
apariencia no desmereciera junto a las obras mismas, que cada vez le parecían
más insulsas e insignificantes. Fue por ese entonces que el pequeño museo del
hijo ilegítimo de Tristan Tzara sufrió un robo. Tras un fin de semana en que el
lugar se mantuvo cerrado -las causas de ese cierre nada tienen que ver con la
historia, así que las omito-, se llevaron del museo catorce de las cuarenta y dos obras expuestas. Así tras ver
las nuevas condiciones del lugar, el hijo ilegítimo de Tristan Tzara reflexionó
sobre lo ocurrido y decidió dejar las reseñas de las obras robadas, agregando
en el espacio en que estuvo la obra original un pequeño letrero con la frase
"obra ausente". Fue entonces
que una revista especializada en arte de vanguardia visitó la exposición y
prestó especial atención a estas reseñas que seguían captando la atención, a
pesar de la ausencia de los cuadros a los que hacían referencia. Entrevistaron
al hijo ilegítimo de Tristan Tzara y en la revista se planteó la duda respecto
a la real naturaleza de la ausencia de
esas obras y a la posible creación de un nuevo tipo de arte, por parte de
este nuevo artista. Tras esta elogiosa publicación, el lugar comenzó a llenarse
de visitantes especializados y el hijo ilegítimo de Tristan Tzara se decidió a
retirar las obras restantes y hacer un museo exclusivo de obras en ausencia,
que fue un éxito durante varios años hasta que debió cerrar tras una disputa
por la no renovación de la patente de alcoholes, por parte de las autoridades
locales (no olvidar que el museo
funcionaba en dependencias de un bar). Por último, tras el cierre y la muerte
del hijo ilegítimo de Tristan Tzara, un hijo legítimo suyo (posiblemente nieto
semilegítimo del artista original), vendió las reseñas de su padre a diversos
coleccionistas europeos. Hoy en día, de hecho, una de esas reseñas ha podido
observarse en diversos museos del mundo ya que es parte de una exposición
itinerante financiada, entre otros, por la Fundación Wingarden, quien de paso
me paga sumas módicas a mí, para que algunas de sus actividades sean
mencionadas en la blogósfera, sin sospechar que prácticamente nadie, hoy por
hoy, visita esta o mis otras páginas. Hi ho.
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